lunes, 25 de mayo de 2015

Apunte sobre Tauromaquia

*La Tauromaquia, el Toreo y todos quienes la llevan a cabo, se deben al Toro. 
*Ante todo, es primordial guardarle un profundo respeto al Toro.
*No hay Toros malos, hay Toros más bravos, menos bravos, bravucones, con genio, mansos, etc., pero en cualquiera de los casos, merecen un absoluto respeto, pues siempre estarán dando su vida y haciendo lo mejor que pueden.
*Es responsbilidad del Matador -quien será quien tenga una relación más íntima con el Toro-, salvaguardar en todo momento el respeto al Toro con quien realiza la faena -que siempre será una obra en función de él-.
*Por lo tanto, no es aceptable, sin importar el estilo de torear y expresarse del Matador, ninguna falta de respeto hacia el Toro, tales como: hacer gestos de superioridad o desprecio. Mención aparte merece el momento de la muerte del Toro.
*Nadie habría de amar y respetar más al Toro que el Matador que le da muerte. En tanto él también pone como en ninguna otra suerte, en juego la vida; no es aceptable: darle pases al Toro durante su agonía -es diferente doblarlo a fin de reducir aquella, que pegarle pases (derechazos, naturales, etc.)-, no acompañar su muerte y no agradecerle su entrega durante la lidia. 

sábado, 2 de agosto de 2014

En el día del novillero...

A Tod@s quienes algún día, supimos lo que es enfundarse una taleguilla.

Se hace parte del cotidiano, ni siquiera se presta a cuestiones, quienes nos llegan a mirar sonríen, y a veces se acude a la autocensura; más no puede evitarse: ese sin pensar dar lances al viento, ese tomar una toalla, un saco, un mantel y lancear al imaginario, a la nostalgia, a lo que ya no es y sigue siendo y sin embargo no fue.
Por eso comenzar estas líneas con una dedicatoria, porque es poco probable que el resto -me disculpo por anticipado por ello-, llegue a comprender más allá que la torpeza retórica de quien escribe.
Ese sobrellevar las horas del día dejándose algunos segundos escapar al territorio de la inenarrable alegría que es -fue-, ha sido, dar muletazos a un novillo, mirarle a los ojos, olerle y que te huela el miedo. No importa en qué actividad se halle, el alma demanda tanto al viento, que la imaginación replica ya con ese natural esbozado al aire, ya con cerrar los ojos y volver a imaginarse como desde el primer día, partiendo plaza en México o Madrid o Tlaxcala o Sevilla.
Sólo quienes algún día emprendimos esa vida sin regreso: la de querer ser toreros -por la ambición, sí, de gloria, de fortuna y demás vanidades; más por sobre todo y más allá, por eso intangible que aún hoy, en mi caso, casi veinte años después, sigue siendo un cante profundo y desgarrado en lo insondable del pecho o alma: querer ser torero por la única razón de querer ser torero y vivir toreando-; sólo quienes un día acudimos a los Viveros de Coyoacán, a Chapultepec, a Los Remedios, a Arroyo, a la Plaza México, al Cortijo de Miguel Ortas, a La Movida, a la San Juan, a Atitalaquia, a Ajacuba, A Tezontlale, a Tianguistenco, a Tezontepec, a Sayula, a Zacaola, a Zautla, a Atoyatempan, a Atzacan, a Tetla, a Terrenate, a Apizaco, a Quebrantadero, y tantos y tantos pueblos, plazas, parques, terregales más; con un trapo envolviendo un capote, una muleta, una calzona y en mi caso, una muda y todas las ilusiones dentro; quienes emprendíamos dos o tres veces por semana el viaje a la terminal de autobuses o corríamos la mañana soñándonos vestidos de luces; quienes sin pedir permiso llegamos a ganaderías; quienes un día nos vestimos de luces (y tod@s estoy seguro, nos vestimos y revestimos muchas veces antes del día de partir plaza, porque lo necesitábamos); quienes hoy, veinte años después, todavía nos soñamos despiertos, muchas horas al día, toreando; sólo nosotros, sabemos lo que este día significa: algún@s quizá todavía acudan a alguna capea, otros lo celebramos en el más profundo silencio -que cuando ya no es posible mantenerlo, por ejemplo, se escribe esto-.
Es que en el silencio, se saborea lo que se sabe, no va a abandonarnos nunca, aunque hoy, en este día, 1 de agosto y del novillero día, recuerde también que duele, porque la mayoría no llegamos.
Un abrazo enorme, a tod@s los toreros, de pueblo, subalternos, matadores, figuras y los que hoy ya sólo en sueño.

martes, 8 de abril de 2014

Memoria y cinemática

Nuestra mayor fuente de energía potencial, es el pensamiento.
La memoria, ocupa un alto porcentaje de la actividad de nuestro pensamiento: ya la nostalgia, ya el comportamiento cotidiano con base en lo aprendido.
Existe además, una especie de energía cinética en perpetuo conflicto de aceleración y desaceleración y casi nunca de reposo: el ejercicio mental que hace desplegar diversos estadíos a partir de la culpa.
La culpa como fuente de energía cinética.
La culpa como potencia.
La culpa como desgaste.
¿Se trata de una culpa religiosa, histórica, cultural; será más bien genética, el asomo del salto evolutivo del homo sapiens al homo sapiens sapiens -homo que sabe al homo que sabe que sabe-; conformante acaso de nuestro institno de supervivencia o el irreductible precio de la consciencia?
Se dice que la culpa se aprende. Se dice que es el efecto de arrepentimiento ante un hecho consumado y por tanto irremediable. Se dice que es una especie de transferencia de responsabilidad. 
¿Existe además la relación proporcional en función del miedo?: ¿A mayor temor a las posibles consecuencias coercitivas -no únicamente-, mayor culpa?
O, ¿se tratará acaso del miedo -instinto desarrollado capaz de emitir alerta en forma de adrenalina o parálisis, frente a lo potencial de un peligro acechante-, del auténtico motor - continente de energía potencial- en esta cinemática de la culpa?
Y distingamos, uno sería el temor a las consecuencias probables.
Otro el temor tanto a los efectos coercitivos como a las consecuencias posibles, derivadas de lo ideático y en ese sentido, cierta transferencia de responsabilidad (el intento de cargar con todo efecto de nuestros actos, pese a su irremediable condición en tanto sucedidos).
La elocuencia del inspirado autor del Génesis, supo con provebial eficacia -desde cierto ángulo, casi poética incluso-, asentar que se nace irremediablemente con un distintivo signo de culpa en el organismo. Que cargamos con la culpa producto de la desobediencia de nuestros primeros padres -para el inspirado, la primera pareja de homo sapiens sapiens-. Que dios no perdona sino hasta que se ha expiado con sudor y sangre, precisamente la culpa. Para los menos creyentes, se trató de las palabras del inspirado, de un medio para una pacífica cohesión social y su consecuente obediencia. Para el hombre de fe, del principio del sentido mismo de la existencia: sin culpa, la existencia se vería al menos, extraviada de sentido.
Culpa sí, pues, pero ¿ante qué o quién?
¿Ante uno mismo?
¿Ante el depositario de nuestras acciones?
¿Ante dios?
¿Ante Satanás?
Porque convengamos: no es la culpa privativa de ámbitos religiosos fundamentalistas.
Tampoco únicamente resquicio de la vergüenza.
La psicología y su amplio abanico terapéutico han hecho por intentar descifrar algún origen en pos de la extirpación de la culpa.
Esa culpa primigenia y las subsecuentes.
Esa potencia que incita a una inevitable energía potencial -cinética-.
Energía desplegada en la memoria, en el ejercicio de hacer persistente al recuerdo de la imperdonable acción. La memoria que se obstina y se afana en mantener vivo el suceso, recrearlo, posibilitar el imaginario de las consecuencias -desproporcionadas en tanto una parte, experiencia del depositario (por así nombrarlo); ideáticas en tanto muchas veces imaginaria tanto el flagelar como sus inquisidores-.
Así, ¿hacia qué territorio habría de ser transferida la culpa o dicho de otro modo, cómo podría esa energía potencial hacerse cinética pura, movimiento, desplazamiento, trabajo, acción física?
Ya Tadeusz Kantor vislumbró a la escena como el altar mismo para la memoria -es decir, la plancha sobre la cual, será de algún modo, desangrada como un cordero, ofrendada como un macho cabrío, descorazonada como una doncella, la memoria-.
Ya la máquina, el desmembramiento -interior y exterior-, o los objetos, harían las partes de dagas y braseros en la obra para la que Tadeusz, fue enfático: su propio cuerpo habrían de dar molde a éstos.
Ya en su Teatro, el furor orgánico como premisa conseguía dar forma a la palpitante víctima de cada actor y de Kantor mismo: su memoria. Furor orgánico hecho movimiento y repetición, mecánica, cinemática. Una poética del engrane.
Ahora, ¿habrán contenido esas maderas, esos maniquíes, esas telas, esa mixtura de materiales, aglutinantes, sepias y escalas de grises, esas ruedas y esos rústicos monumentos a la cinemática; precisamente los escombros, los residuos, las huellas, los moldes, los resquicios de la memoria a ser sacrificada durante la acción escénica?
¿En que momento el material, intervenido por la energía del homo sapiens sapiens, animada y en todo caso habilitada de lenguaje, da paso a la memoria para desplazarse al terreno del sacrificio y en consecuencia de la metáfora o la poiesis?
Aún cuando el escenario ha sido desde lo inmemorial, altar; no estará de más, al menos en nuestro Teatro, un intento por el degollamiento de la memoria de la culpa de cada culpa.
Un desangrarse que sea movimiento, acción física y que en tanto organismos en desgaste, consigan mirar de frente y a los ojos, al miedo mismo y entregarse a sus fauces: Jacob mismo luchando contra el ángel.

lunes, 7 de abril de 2014

Lenguaje y tiempo

El espejismo de que el lenguaje tendiera a entidades cerradas, categóricas, a construir proposiciones por ejemplo, lógicas.
El espejismo de que el lenguaje, contiene significados o es capaz de construirlos.
El espejismo de que alcanzar la unidad, sea una aspiración del lenguaje.
El espejismo de que la aprehensión del lenguaje, en algo dotará de calma.
Es que la palabra será siempre aproximación, mirada en perspectiva desde un sólo ángulo, apenas capaz, de acaso proponer la posibilidad de la infinitud esférica de puntos de vista.
Los enunciados, el entredicho entre el intento de definir algún aspecto de lo real y lo potencial de abrir al pensamiento caminos metalingüísticos. 
¿Qué es entonces de nuestro pensamiento?
Recabado primordialmente dentro de los entresijos del lenguaje, ¿a qué punto su potencia queda anclada en esa finitud lingüística? 
Quizá su pretendida organización jerárquica, su discriminación selectiva y su raciocinio capaz de construir en lenguaje el recuento de experiencias, sean fines útiles a la a su vez, pretendida organización de la convivencia de los distintos aspectos de lo cotidiano.
Más las ficciones, ¿qué papel jugarán en todo ello?
Y entonces, ¿a qué dinámicas de pensamiento acudiríamos?
Y por tanto, ¿cómo consideramos al lenguaje entonces? 
Permitir que el flujo -eminentemente fractal- del pensamiento -hecho de experiencias y creación constante-, dé cuenta de entornos desbordados de lo real o dicho de otro modo, en los que la realidad llegue a desbordarse de forma imprevisible, tanto como cuando una vasija lo hace y no prevemos hacia dónde el agua correrá. 
Construir el lenguaje no en pos de definir realidades sino de expandir su indefinición.
El asidero de lo real, en lo cotidiano, va asomando su fracaso desde mucho tiempo ha.
Quizá desde los albores del lenguaje, el miedo o la soberbia por intentar definir tal asidero, le hayan orillado a él.
Ese pretendido continente, esa pretendida esfera de protección que podríamos llamar realidad, quizá no es ya más, capaz de sostener el devenir de una existencia humana.
Quizá el devenir se halle entonces en lo creativo.
En el Arte.
Esto para mí aplica igual en la Literatura que en el Teatro o la Danza y el Cine y la Música.
La utilidad de sus lenguajes, no estría en reafirmar el vacío que en lo cotidiano han dotado; sino en posibilitar sentido en los territorios y sustancias desbordadas de lo real.
En lo particular, son el tipo de ficciones que me interesan, las que me gustaría llegar a crear, en las que algo indefinible llego a encontrar cuando consigo sumergirme en alguna. 
Y quizá, uno de los elementos que no caben en la ecuación, sea el tiempo.

El tiempo creativo no es el tiempo de los mercados bursátiles.

viernes, 5 de julio de 2013





Un filme corto acerca de este paraje con niebla y barro.
Cámara fija sobre el paisaje nevado.
Audio: sin sonido para los primeros cuadros.
Sólo viento para esta luz artificialmente alimentada.
Viento reflejando viento.

Años despertando al ojo,
                             al diafragma
                             a la insensatez
                a la insensatez, memoria
NO,
No sabes lo que se vivió esos años
Ninguna idea se asemejaría a lo que se vivió esos años
Ninguna puesta en escena podrá contar lo que se vivió esos años.




jueves, 27 de junio de 2013

Teme mucho si se ausenta el eco


El eco logra transformar cualquier arquitectura y casi diríase, que a cualquier anatomía. Más si se trata de ésta de la de un niño más pequeño que alguien de su edad -seis, quizá cinco años-. El eco le estremece hoy aún más, porque su cuerpo de niño se halla semi desnudo y apenas un trajecito de baño en color azul marino -como el de papá, llega a pensar al mirárselo puesto-, le cubre. No, también unas sandalias completan el vestuario para un domingo a mediodía en el inmenso -como el mundo-, vestidor de hombres del club familiar y deportivo. Aquí los hombres andan desnudos. Y él y desde su altura, observa cómo es que testículos y prepucios se agitan al centro del eco. El eco. El eco de voces graves, rasposas, filosa alguna. Como un bisturí ya utilizado -lubricado de líquido humano-. El eco de carcajadas de hombres velludos, de hombres sudorosos, de hombres ancianos y niños acompañados de su padre. "Está difícil" -piensa en silencio, y se refiere al mayúsculo problema que supone abrir el candado de su locker con al llavecita que él mismo se ha atado al cordón interior del bañador: diecisiete nudos superpuestos -"para no perderla, esta vez no la perderé, esta vez no me reprenderán por ello"-. Diecisiete. Diecisiete nudos superpuestos han acortado tanto el cordón, que no consigue alcanzar con la llave atada a él, el candado. Tendría que quitarse el traje de baño para abrirlo. Y le avergüenza. Y la vergüenza le amedrenta. Y el miedo le avergüenza. Y la vergüenza le asusta. Y cualquier susto puede provocar que incluso el eco, llegue a ausentarse y le deje solo frente a lo irrefrenable de su vejiga estremecida de adrenalina. De miedo-. "Está difícil" Ahora el pensamiento es vocecilla. Vocecilla de niño. De seis, quizá cinco años. De niño con frío, porque pese a traer en una mano la toalla y la pequeña rejilla con shampoo y nórdiko, no se atreve a soltar ésta para cubrirse con aquella, que es también azul, quizá con algo impreso -no un super héroe, sino flores-. Él ama a las flores. Y más, a las flores azules impresas en su toalla. Más el amor avergüenza -ha aprendido sin recato- y el ama esas flores tan semejantes a las impresas en la toalla de mamá -sólo que ésas en rosa o violeta-. De modo que así, bien podría decirse que se trata de un niño paralizado, intentando con la mano izquierda, abrir el candado de su locker. Acerca el pubis al metal -helado y filoso también-. Acerca el pubis colocándose de puntillas sobre las sandalias. Ha de tratarse de un niño hermoso. Y semi desnudo. Su anatomía se destaca -huesos, músculos incipientes, costillas-, acaso por lo despiadado del eco. Eco de voces engrosadas de testosterona. Y vergas colgando a la altura de sus ojos. Ojos de niño de seis, quizá cinco años. "Está difícil"
Y la inmensa mano sobre el hombro diminuto
Y la voz aromatizada de bicarbonato y after shave.
Y el vello húmedo aún de Drakar Noir
No le gustaría pues, a él, al niño en bañador azul, que esos ojos detrás de ese rostro de chacal hermoso, repararan en su toalla de flores amadas y azules. Es que el azul es su color favorito. Y mucho menos, en la inminencia de que su vejiga llegue a ceder. El hermoso chacal recién afeitado sonríe y luego suelta una carcajada. Teman, teman más a los filos mellados, porque éstos cercenarán más que incidir, más que mutilar. Así, mellada y oxidada, la voz del chacal: -¿Quieres que te ayude amiguito?- Más teman aún más al miedo de un niño de seis, quizá cinco años: -Mjm- (Porque la voz ya no sale, porque a la voz le ha costado desde una vez abandonados los balbuceos, asomarse de nuevo al mundo, resonancia de aquel primer grito tras la expulsión del útero).
Y la mano
Y el vello
Del chacal con ojos de reptil
Las escamas conducen al ojo y el ojo humedece a la lengua
Del reptil
Del chacal
Y mano de chacal se posa en vientre de niño pequeño -de seis, quizá cinco años-. Y vientre de niño se estremece y contrae como cuando el agua le llega en la alberca al cuello. Y al estremecerse vientre permite asomar las líneas que conducen al pubis. Pubis de niño. Sin vello. Ahí donde los dedos del chacal se introducen hasta rozar el diminuto pene encogido de un niño pequeño -de seis, quizá cinco años-. Y niño mira al reptil reptar en torno a sí, enredársele por los muslos y subir por sus testículos pequeños y escondidos bajo el bañador azul. Teman de la erección de un niño pequeño -de seis, quizá cinco años-. Teman mucho. Ahora el chacal - reptil jala el trajecito de baño, a fin de conseguir acercar el cordoncillo y a sus diecisiete nudos no hasta el candado, sino hasta su bigotillo recién recortado, que huele a hombre porque huele a after shave de los años ochenta. 
Mano velluda tira tela hacia abajo
Lengua, extensión de las escamas de la serpiente
Lengua de los muslos al pene de un niño pequeño -de seis, quizá cinco años-. 
Erección del pene del niño pequeño -más pequeño que alguien de su edad-. 
-¿Quieres ir al vapor? ¿Has ido? ¿Te da miedo?
-No
-¿No has ido?
-No me da miedo-: dientes contra los dientes, tráquea contra esófago e intestinos, la presión de su mano derecha se encaja a sí misma los bordes de la canastilla con shampoo y nórdiko. Toalla con flores azules al piso. Eso es lo que mira el niño, las flores azules que él ama. 
"¿Por qué se habrá ido el eco? ¿A dónde?"
El chacal carga en sus brazos al niño, como si fuera su padre y siente contra su pecho velludo y oliente, el pene diminuto del niño diminuto en sus brazos de gigante de gimnasio atrofiado. Lágrimas por las mejillas de niño que sólo piensa en no extraviar la canastilla que le fue entregada por papá y bajo amenaza "Pon atención, por favor, no vayas a perderla de nuevo""No papi" "Y amárrate la llave al traje de baño" "Sí papi". Teman de un niño amenazado. Teman mucho. Si esto fuera cine, la cámara no se atrevería a enfocar la sustancia que conforma a las lágrimas que corren por sus mejillas en este forzado close up involuntario en el que advierte la audiencia que los ojos del niño van de la canastilla al techo, porque supone que el cielo permanece aún allá afuera, y él ha escuchado muchas historias acerca del cielo y sus bondades, y puede confiar en cuanto ha escuchado o incluso, llegar a pensar que este instante, se trata de una de ellas. Teman de un niño que se niega a acudir al infierno de los hombres adultos, sea éste un club familiar o la iglesia pentecostal, católica o de los últimos días; sea éste el espacio protegido de una dulce psicóloga recién egresada o sea éste la escuela centenaria regenteada por célibes y piadosos hombres de Fe. Más teman aún más del infierno de un niño pequeño, de sies, quizá cinco años. "Papá me ha llevado al vapor. La primera vez, me dio un poco de miedo porque me resbalé y lloré porque me caí, pero como los hombres rieron y ordenaron -como ordenaban los miembros de la Gestapo a los recluidos (el niño ignora el significado de la palabra Gestapo, más los hombres adultos, habrían de temer más al temor del niño que a esa palabra)- que no llorara, me callé. Luego me empezó a divertir no ver a papi detrás de las nubes, y él se escondía y yo le buscaba y ambos reíamos."Y con tales imágenes de nubes y risas en segundo plano, travelling
Hacia la puerta del vapor. A través del pasillo de mosaico mohoso más desinfectado con hipoclorito de sodio. 
Cámara se detiene. 
Puerta se abre. 
Vapor sobre cámara. 
Fade out a negros.









¿Consiguen escuchar el eco?




El eco que habita los vestidores de un club deportivo y familiar.


Años ochenta


Teman al eco.
Es el eco del placer de un niño pequeño, de seis, quizá cinco años, al interior de la cavidad bucal de un chacal hermoso, velludo y bañado en after shave.



sábado, 2 de marzo de 2013

No un Bonsai

Y miras a través de los cristales del corredor, como un gato sin nombre
Y tu nombre, que han casi todos los presentes llevado al olvido
O como solía nombrarte mamá o papá, en esos años
Y el escondrijo o calabozo desde el que todavía, procuras de cuando en cuando cantar un poco
Y bailar.
Un hombre se ha hecho amigo de un árbol diminuto y le ha contado por poco, casi la mayoría.
Un árbol diminuto es acariciado
Y le cuenta a su amigo, que siente ganas de estornudar.
Ambos estornudan al unísono.
Así comienza un relato
-Hecho danza por la memoria-,
De dos amigos que al unísono, simplemente estornudan.
Porque no hay en esta puesta en escena ni héroes ni acontecimientos que en algo o en nada, enaltezcan la condición humana.
Sabe que su árbol diminuto, no vivirá para siempre.
Y que no le gustaría aburrirlo con esos largos soliloquios acerca de un corredor para personas mayores, flanqueado por cristales.
O de como desde entonces, ha pensado que sería mejor hoy por ejemplo, la muerte.
No es un bonsai
Es un árbol pequeño
Al que le gusta la misma música
Y que en cierto modo, disfruta la compañía.




miércoles, 27 de febrero de 2013

Clint

Llamemos por ejemplo, hoy a nuestro personaje, Clint; aunque su nombre no sea realmente Clint y no le haya nunca interesado la filmografía de Clint Eastwood, ni como actor, ni mucho menos como director o guionista. Pongamos por ejemplo, que hoy a Clint le da por escribir algo y se abre para ello un blog. No le gusta a Clint decorar su blog - o desconoce cómo-. No le gusta por ejemplo, "formatear" el documento y elegir un tipo de letra que algo de calma le otorgue mientras escribe. Supongamos que el blog de Clint, ha sido nombrado por Clint, precisamente así "Blog de Clint" o blogdeclint.blogspot.com, aunque, repito, Clint no se llame realmente Clint ni -lo de Eastwood descrito arriba-. Y Clint escribe. Y supongamos por ejemplo, que ella puede ser Naomi, aunque al igual que Clint, su nombre no sea realmente Naomi y no conozca siquiera de la existencia de Naomi Watts o Campbell. A Naomi no le interesa el mundo de la belleza, ni de la moda, ni de los reflectores. A Naomi, le interesa leer lo que Clint, a partir de hoy, escribe. Tú, que conoces bien a Naomi, sabes que es mexicana y temerosa. Que muchos hombres han depositado sudor sobre sus ingles. Que ella misma ha depositado mucho sudor sobre las ingles de muchos hombres. Y que ella ahora está sola al tiempo que lee el blog de Clint. Por alguna razón que desconoces, te imaginas a Clint y lo imaginas un poco a la manera de Eastwood pero no tan viejo ni tan arrugado, quizá simplemente casi igual de flaco pero menos alto porque sabes que Clint, en este caso, no nació en San Francisco sino en la capital mexicana. Y no obstante todas las sustanciales diferencias que ello puede conllevar, imaginas que Clint tiene una mirada penetrante. Y Clint escribe. Y Naomi lee. Y tú lo atestiguas. Y Naomi se estremece. Y tú lo sabes. Clint no escribe para Naomi, ni para su madre, ni para un cadáver. Pero tú sabes que para Naomi, esas letras son para ella. Nada podrá apartarlas de sí o de cuanto a partir de leerlas, acontezca. Y leyó Naomi -no en voz alta, porque la voz de Naomi, es silenciosa y perezosa-: "La persona que se halla sentada delante de mí, únicamente sonríe cada que la miro por encima de la pantalla en la que estas letras van apareciendo. La persona que se halla sentada delante de mí, es una prestadora de servicios a quien se le paga, tal como reza su anuncio: por el necesitado consuelo, servicio por hora o por sesión (paquete). La persona que se halla sentada delante de mí, se halla sentada delante de mí y casi frente a mí, porque yo he solicitado sus servicios. Concertamos la cita hace dos horas. Llegó a este cuarto hace cuarenta minutos. He supuesto que le pagaría únicamente una hora, más hasta este momento, me he resistido al consuelo. La persona que se halla sentada delante de mí, no comprende lo que me ocurre, pero es generosa, me ha abrazado apenas llegando, ha besado mi rostro, ha acariciado largamente mis manos y ha dicho que de perfil, me parezco a Marlon Brando. No me gusta Marlon Brando. Mucho menos cómo acabó. La persona que se halla sentada delante y casi frente a mí, me mira con una compasión fingida y ensayada, más como en el teatro, yo le creo y he creado esa convención para que una vez terminando de escribir esto, ambos nos metamos debajo de las sábanas." A Naomi se le han corrido dos lágrimas, quizá tres y de ésas que de tanto fluir, podrían ser un llanto completo aunque sean únicamente lágrimas aisladas y desorientadas, que no tienen mayor consciencia de a qué o quién se deben ni qué o quién podría apreciarles o detestarles. Naomi pasa su dedo blanco por su mejilla blanca. Y Naomi le dedica a Clint, en la infinita distancia, una canción "Tonight Will Be Fine" en voz de Teddy Thompson. Y mientras tanto, los años de Naomi y su humedad le toman por sorpresa y no acaba de secar la tercera cuando bien sabe que una cicatriz invisible se hizo con su cuello hace tiempo o que un jeroglífico sólo para ella y él descifrables, se escribió por donde la lágrima continúa, hacia la clavícula y amenaza al pequeño seno derecho. Y Naomi sabe que ella es eso. Y le gustaría que en este momento alguien -alguno de ellos, él mismo, tú o Clint-, le llamara por su nombre y la besara suave y largamente después. Pero Naomi sabe que en este meridiano y a esta hora y a favor de esta nueva inclinación del eje terrestre, sólo acudirá la nostalgia en forma de atmósfera, nunca de acontecimiento. Y Clint ahora le dice su nombre al vendedor o prestamista de sosiego. Y el comerciante ve suavemente deslizar su dedo por el cuello de Clint, al tiempo que muy lento, casi como si de su último aliento se tratara, le dice su nombre. 

Unhope

Para la estancia en esta ciudad, la desesperanza diluirá al miedo.
Tener esperanza, es tener miedo. Al fracaso, a lo venidero, al inasible porvenir.
Y este hombre sin esperanza y con miedo.
Este hombre que no habla desde la garganta porque ya no existe el hueco que normalmente conectaría ya con los pulmones, ya con el esófago.
Este hombre, que no habla ya desde los intestinos porque,
tanto de lo percutor de esas largas estancias al centro del mosaico verde y helado;
los han deformado a tal punto, que no hay ya casi materia alguna, capaz de transitar a su interior.
Se acumula materia.
Pudre materia.
Materia podrida pudre organismo.
Organismo apesta.
Peste en lo poros, por ejemplo.
Acércate a olerle, a él, y corrobora por ti mismo el hedor de la desesperación.
Que de tan séptica y horrorosa, no se atreverán ni las ratas.

viernes, 18 de enero de 2013

Fiction


Limpiando los entrepaños, con el polvo al costado de tus párpados y en la nariz húmeda -como la de un perro que ya no ladra-; muchos libros, la mayoría con señaladores en alguna página que no recuerdas y conforme les acomodas bajo determinada clasificación -más cercana a un mapa autobiográfico o laberinto-, balbuceas, te propones repetir algunas de esas frases que llegaron a ser lo único verdaderamente consistente de alguna tarde en la que el paisaje, debió ser como para enmarcarse en el Louvre. No eres parte de ese librero, nunca has sido parte, acaso se proyecta ahí tu sombra, pero nada más. Prefieres que la clasificación sea accesible, para que cuando ya no estés, alguien pueda acudir a tus señaladores y dar con lo que tú, no fuiste capaz. Luego te harás cargo de los discos. Luego del polvo. Luego una obra plástica o dos, todas menores, luego una obra dramatúrgica o tres, todas temerosas y a la espera de tu partida. Aceptas, como el portero que hincado deja correr sus lágrimas ante los improperios de su equipo y más aún, de su afición tras no haber conseguido atajar el último penalty para ganar la copa del mundo; como Maradonna el día que se sintió derrotado o Lance Amstrong con Oprah -nada más que tú, desde luego, sin que de ello se haga una primicia mundial ni siquiera en tu reducido mundo que va del librero al retrete-; aceptas que hoy, no te será ya posible. Por eso prefieres que todo se encuentre accesible y en orden. Aunque invaden todavía, incesantes por tu cabeza, algunas palabras que no has conseguido encontrar. ¿Lo harás? ¿Te irás? No tienes un gatito que se haga cargo de tu clasificación, tu catálogo, tu obra. En este blog, tú has sido tu propio editor. Tú te contratas, tú te pagas, tú te reprendes, contigo mismo actúas de cortesano -te masturbas o te invitas una buena comida para además de lo que puedan tus letras, abrir el espectro de relación social con quien te publicaría, si no ¿cómo conseguirías entrar en tu selecto círculo?-. Ve por un momento a la cocina, hazte un café, tibio, como prefieres. Mira las hojas secas sobre el filo de la ventana. Regresa ahora, conversa con tu gatito y hazle una caricia tímida detrás de la oreja, verás cómo es que ronronea y sonríe. Engrapa primero tu boca. Engrapa luego tus párpados. Evita el sangrado con yodo y vaselina. Y ubícate donde sea menos riesgoso que caigas -el retrete no, quizá el sofá o el piso de plano-. Ahora observa las planicies del desierto y siente la arena golpearte el rostro. Las dunas. El rugido de tu motor. Los Andes en el fondo. Un poco de Litio. Toda una vida dependiendo del Litio. Todo un ecosistema dependiendo del Litio, que no se da en el desierto pero que bien podría ser sustituido con Mercurio o Plutonio. Tu sistema nervioso, un reactor nuclear. Trae contigo una cámara. Y no temas por la falta de story board. Simplemente haz la o las tomas. Del túnel en travell out hasta una lluvia de tus hojas secas, las que contengan las peores de tus letras -éstas, por ejemplo-, mira como ella baila entre ellas, y sigue filmando, mira como al fondo y a la izquierda, ella en una silla se inclina hasta el frente, hasta sus muslos y vuelve a incorporarse para tomar de la superficie, O2. Ah, ¿cuál es la música? Cortarás, serán muchos cortes. Convence a tu editor. De que pueda un gato correr por el pasillo enfriado a base de Nitrógeno y que a razón de lo que nos ha acontecido a todos y que es el incremento en la inclinación del eje terrestre, ella caiga por el pasillo como si de un acantilado o alguna pared del Himalaya se tratara. 
Por la hora, ya no deberías estar haciendo esto. 
Yo conozco tu rostro y la cortina detrás. 
Nadie la correrá ahora. 
Nadie. 

sábado, 5 de enero de 2013







siempre y nunca más estarás aquí
el campo de batalla
tiempo
en el que nada nos debamos ya











miércoles, 26 de diciembre de 2012

donde las botas desfilan descalzas


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Hace con el pulgar, pasar las imágenes sobre la pantalla táctil: fotografías o algo que bien puede dar la idea de que un día lo fueron o que éste, una llegaría a ser. Y al tiempo que frente a sus ojos las ve desfilar, delante de ella y al otro lado de la mesa, él detrás de sus gafas, gafas sin anti reflejantes. De la pantalla touch han sido removidas por ella y de manera reciente, las impurezas. Hará unos tres, quizá dos o dos y medio minutos de ello. Y ello mientras él, bajo sus gafas voluntariamente elegidas sin anti reflejante para que los interlocutores no adviertan el gesto de su iris; él le habla como quien se hubiera entrenado para el momento: “No es sólo mi tiempo libre, el que quisiera llegar a compartir contigo...” Y ella advierte además de la suspensión de su aliento -representada aquí por los inanimados puntos-, como es que, acompañando a las impurezas en los anti reflejantes de las gafas de él, aperlados y diminutos destellos de sudoración acompañan la medida tensión de su entrecejo. Luego una sonrisa invasiva con la que no contaba ella y sin embargo, aún el pulgar sobre la pantalla touch pasando imágenes. “¿A qué le temes?”, le dice entonces, y se atreve a tomar de ella, la mano izquierda que descansaba sobre la mesa, rozando apenas la taza de café enfriado hace treinta o cuarenta y dos minutos. La mano izquierda en cuyo anular, el anillo aún: el fragmento de diamante incrustado, la aleación de metales con mi nombre en la parte interna. Así que ella no rehúye al contacto, sino que simplemente detiene un momento a su pulgar derecho sobre el i phone. En la pantalla touch, una fotografía de ambos –ella y yo-, cuando nos aventuramos a pasar tres o cuatro días a la orilla de un mar, sin otro motivo particular salvo el de escuchar de un mar, el mismo oleaje durante esos tres o cuatro días. No sabe él si los ojos de ella han brillado de manera especial cuando la frunción de su frente se centra en un leve rozar del anular con el medio sobre el anillo. Se toma él la libertad de inclinar para sí la pantalla touch. Se apena. Una sonrisa débil, con la que ella tampoco contaba, se disuelve entonces hasta la mesa de madera negra. Y parece succionar sus propios labios o hacer pasar la lengua por entre los dientes y el frenillo, como preámbulo a bajar bajo sus gafas reflejantes, la mirada antes taladreante. Es ahora una sonrisa que va materializándose paciente, con la que la encara: “Más de un año, Carmina...”, y ya sin ella, le aprieta la mano izquierda como para que el diamante o fragmento pulido consiga enterrarse –o cavar- sobre la piel. ¿Qué hará falta que haga como para poder llegar a casa por la noche un día y disponerme un par de horas en preparar un pastel de chocolate como menciona la mujer que convive con su hija menor y la amiga de ésta, en la mesa de junto?, se pregunta ella resistiendo el arado de la piedra contra su piel –suave hasta entonces, por cierto-. Me pienso a veces como quien entra al expendio de café en shorts y ropa y calzado deportivo y un i pod al bíceps izquierdo y pendiendo del cuello, auriculares especializados para iron man. Nunca pensaría en venir aquí a refrescarme o descansar luego de una carrera fitness a media mañana o tarde. “¿Un año y un par de meses?” “Sí. Trece meses, dos semanas, tres días”
Y el sólo escucharla y advertir en sus palabras que dentro de ella, la probabilidad de inestabilidad sobre el núcleo de material radiactivo es de tal modo considerable, que bien podría hacer fisión, que lo obliga al retraimiento o al estremecimiento; es entonces que ella puede encararlo y ser ella misma quien con ambas manos, toma por las patitas el armazón que sostiene los anti reflejantes. Un óvalo pequeño en los labios de él, para resoplar. El aliento de él contra la garganta que se inflama de ella: “están sucios”, dice; ¿“sí”?. “Sí”. Y como si, no del estratega que durante los últimos meses nos guío por los campos sino de uno de grado superior –algún oficial- se tratara, ha ella hecho esto con la finalidad de que pueda él ahora, entretenerse con el i phone. Para esbozarle lo que la esperanza de la felicidad duradera muestra como pixeles sobre una pantalla touch: ella y yo, casi siempre sonrientes –me disgusta mi sonrisa, más en las fotografías; quiero decir, que no siempre que sonrío me es molesto, pero al verme suspendido en una imagen, reconozco que no soy especialmente fotogénico-; en algunas, tomados de la mano o francamente abrazados, en otras, lugares indescriptibles y sumamente comunes, solos o rodeados de amigos. “¿Lo extrañas?” Ella devuelve entonces las gafas y da un sorbo al café frío, espeso. “¿A quién?” Es una serpiente. Una resplandeciente, verde disuelto a amarillo, nauyaca. Habría en este momento, abierto las fauces más de 180 grados. Y le habría clavado no los colmillos ni habría él sentido el corroer de sus escamas, sino que con sólo el aliento descendiendo por la seca y helada garganta de él, sabría de lo que el veneno de esa especie de chordatas provoca al organismo de seres que como él, se consideran a sí mismos el primer eslabón en la cadena alimenticia: dolor intestinal, abultamiento, necrosis general al interior de la pleura. “¿A quién..?...a él, a tu ¿..esposo?” –Yo sonrío porque él transpira cuando dice “tu esposo”-Y si ante ello, ella sonríe, es porque alguna glándula habrá secretado en su interior o al acontecer de cierto intercambio químico de su sinapsis, placer. Placer diminuto. Silencioso. No oscuro sino grisáceo. Neblina.
-Deberíamos pedir algo de beber
-¿Más café?
-Algo de tomar
-Ah... sí, claro, pues...
-¿Un vino?
-¿Vino?
-Sí, ¿quieres?
Es él ahora, la indefensa y cómica personificación del desconcierto, es todas las contrapuestas, asonantes y arítmicas notas ante las que no llegó a recibir ni en el más “afilado” de sus entrenamientos, instrucción para sobrellevarles. Es ahora ella, quien puede disponer: y lo mismo descorcha un Pinot Noir, que deja ver el contorno de sus senos cuando se quita el saco y un botón se le entreabre a la altura del esternón. Ya lo mismo deja escapar alguna fugaz carcajada, que lo encara para hacerle saber que yo, no he muerto.
Que el Estado ha sido generoso en el cuidado de la correspondencia de quienes nos encontramos en el frente.
Que un cabo, personalmente, hace llegar hasta sus manos los sobres plásticos con mis letras al interior. -Letras que siempre, han procurado velar el ansia con que la tinta las despliega sobre ese papel de alto gramaje especialmente confeccionado para resistir los embates de algún temporal. Letras, en efecto, a la intemperie.-
Que el Estado, se ha hecho cargo además, de cada veinte días, darle cuenta de mi “posición” o paradero en “la línea”.
Que el Estado, no obstante la devoción con que esa dependencia del ejército se afana en mantener informados a los seres amados de quienes formamos esa “primera línea”, hace más de cuarenta días que en el caso particular de nuestra compañía, no cuenta  con la información suficiente o halla ésta tan llena de imprecisiones que por protocolo, se prohíbe compartirla.
Que el Estado entonces, la citó ayer.
Que el Estado intentó, a través de un Brigadier, confortarla.
-¿Un Brigadier?
-General Brigadier
-¿Eso qué significa?
-Que su compañía se halla extraviada
            Que un imprevisto ataque pudo haberlos dispersado
                       Que existe la probabilidad –no confirmada, por supuesto-, de una deserción.
-¿Deserción?
Y si yo hoy, sé de este relato, y si puedo hoy, dar aquí cuenta de él; si todo lo que he escrito hoy, en este momento y delante de ti; hace que mi lengua se congestione y que consigas escuchar tan sólo algunas palabras o los golpes sobre tu piel; es porque tú, fuiste devoto en documentarlo.
Tú, the big brother, le vouyer, el vigilante, el investido como garante de la seguridad nacional; tú, un líder moral, el fantasma de todos y de nadie. Tú, sentado delante de mí para escuchar el otro punto de vista –la cámara oculta, el making off de tu obra-, mi particular reconstrucción de los hechos, el sentir del “desertor” de tus propósitos.
Quiero que observes, por eso te he sentado aquí, detrás de esta especie de marco para la acción –la bocaescena para bocanadas urgentes de los desprovistos en nuestra puesta-.
-Yo creo.., que podríamos conversarlo. Estamos en medio de esto, juntos, tú, yo, él... nosotros ¿me entiendes?- dices detrás del bozal que he ajustado para que en efecto, sea posible escuchar de ti, tus lamentos.
-Pero si no vamos a conversar nada- te respondo natural.
Siempre supuse que un día -no uno como éste pero sí cargado de creatividad como este anochecer-, tendría que tomar una decisión artística. Decidir, por ejemplo, qué dejar en cuadro y que preferir que permanezca al margen del frame, cuál será el adecuado trabajo de edición, ritmo, emplazamientos. O si habrá que utilizar un lenguaje como éste que ahora lees o quizá uno más bien cotidiano, casual. ¿Qué tal algo de sarcasmo en el relato o una abundancia en las imágenes y sus detalles? Detalles como –por mencionar alguno-, el modo en el que el contorno de una piel (carne al fin) en torno a la reciente entrada de un proyectil de 70 mm., se muestra cauterizado y en sí, prácticamente cocido. Huele. Aunque el olor no se hallaría ya en el terreno de lo plástico sino quizá, de lo escénico. Un chef sazonando para el deleite de degustadores imaginarios. Tú, el degustador. No únicamente pienso esto en términos de edición sino también de montaje. Un montaje más bien emotivo, cuyo hilo conductor, no dependa en sí de los hechos que han conformado esta particular anécdota, sino del palpitar de nuestros pulsos frente a ellos y en consecuencia, el acomodo en función de -por ejemplo-, un crescendo o allegro moderato, tal vez continuo o moltto vivace. Tal vez tú recuerdes algunos pasajes mejor que yo y ahora, mientras observas cierta evidencia, quizá colabores con la obra. La decisión artística. Como si de ella dependiera la plenitud de nuestra creatividad y en sí, la justificación de nuestra existencia. ¿Te has percatado que he escrito “nuestra”? Espero que sí.
-Me gustaría insistir...
-¿Qué? Perdón... ¿insistir, dijo?
-Sí, insistir.
-¿En qué?
-En que lo conversemos.
-Eso hacemos ¿no? Conversamos
-Acerca de tu participación en los hechos, la consecuencia de los mismos, tu responsabilidad en ellos, la posibilidad de tu regreso, tu reinserción social...
Le dejo hablar. No lo interrumpo con palabras. Ni con contacto alguno. De hecho, no le interrumpo en absoluto. Únicamente le miro. Y en mis pupilas, vuelve a ver las dos horas previas a ésta, nuestra relación espectador - ¿creador?.... “Mira mi obra, por favor” alcanzaría a decir, suplicante, más prefiero seguir mirándole al tiempo que me acerco al mini reproductor del que me he hecho para el momento. Un mini reproductor provisto por el Estado mismo. Algo con pantalla touch también. Play again, chapter one:
Ahora ya sin las gafas reflejantes, y con ambos dedos –índice y pulgar- presionando los lagrimales, el “involucrado” a cuadro: esa especie de overshoulder con la que las cámaras de seguridad nos regalan destellos de intimidad, la especie de malogrado cenital sobre las horas frágiles y guardadas para el olvido de cada hora de cotidianeidad antes perecedera y hoy, sabia, pacífica y brutalmente vueltas material de Estado y para el Estado. Resopla más que respirar y entonces, emite un “No sé de qué estás hablando, Carmina” –dice el nombre, el nombre de ella.
Un error.
Garrafal.
De novato.
O de quien se ha involucrado ante la ferocidad de su víctima.-  
Y ella, Carmina, mi esposa, lo sabe.
“No te llamas Antonio. Ni José Antonio. Tú, ya no tienes nombre. Desde hace tiempo que decidiste, ya no pertenecerte y ser un sin nombre.” Desvía él entonces la mirada hacia la cámara, hacia el cuadro; ha caído en cuenta de su error y con los globos oculares inflamados y las pupilas contraídas, pareciera decirle a alguno de los Big brothers, que corte el segmento, que lo edite, que borre los megabytes del segundo de su confusión. “Estoy confundido, no sé de que estás hablando Car...” “No. No digas otra vez mi nombre. No cometas el error de nuevo” “¿...Qué..?” –imagina lo que esos puntos suspensivos que escoltan su fragilidad, pudieron llegar a significar.- Y ella, la mujer a la que supuse un día, amaría “a perpetuidad”, es en cuadro una cheetah, ese felino que suele concentrar inclementes joules de energía, de los que su mirada aglutinada en la pupila finísima, da cuenta; esa sensualidad no naranja ni amarilla ni sepia; ese arquearse sobre las garras, ese imperceptible devenir de sus colmillos entre el hocico empapado. ¿Habrán acaso sido sus labios insaciables quienes colapsaron al “involucrado”? Se permite la cheetah entonces, mostrarle la pantalla touch, sin soltar el i phone por los costados. La definición de la  imagen no retrata el contenido. Más ése, te lo muestro yo mismo aquí. Mira:
El documento electrónico, al que se accede únicamente conociendo el códex, una instantánea de la pantalla del portal secreto, que carece de diseño y es todo en sí, sólo una sucesión de datos como en el tiempo del MS-DOS: <enter> “write” <specification> <confidential mission> -esos primero datos en inglés, como para que el extranjero pueda identificarles o rastrearles a velocidad luz- “write” <<00 code namedeath rhino”>> -Sí, yo soy el rinoceronte muerto-. <<10 “death rhino” ha sido clasificado como DISAPPEARED>>
Los rinocerontes no suelen convivir con los cheetah. Un rinoceronte de Java (Rhinoceros sondaicus). Una entidad en peligro de extinción. Más el perissodactylo se resiste al exterminio y en un paraje extenso, ha acometido.
Detrás del bozal: “Era necesario. Era una orden de Estado. Y esto, es un delito.” Un hombre intentando ser el amenazante portavoz de la ley, detrás o bajo el bozal. De nuevo el color de mi iris ocupa todas las posibilidades de su pensamiento. De nuevo, me siento en una especie de euforia, estallido o éxtasis creativo. No piensen en Miguel Ángel pintando el diminuto pene del hombre tocado por Dios en el techo de la Sixtina, piensen más bien en un artista mayor, Cho Seung-Hui por ejemplo, al momento en el que de hecho, Dios y él acariciaron mutuamente sus penes. Así que nuestro primer contacto real, espectador – “creador”, consiste en bajo el bozal, arrancarte un diente para la evidencia –los caninos contienen material genético además de la huella para el registro dental del ejército-. Ya con tu diente entre las pinzas y tu sangre manando bajo el bozal: Play. Play again. “Por favor...” Ahora suplicas. “Oh Dios...” “¡Mira!” –me atrevo a interrumpir tu diálogo con el creador.- Y de la propia correa del bozal le enderezo y le coloco cara a cara con la pantalla touch del mini reproductor y en ella, el cuadro que llega a saltar de segundo en segundo, que desafoca o sobreexpone. La fecha del lado izquierdo arriba; el temporizador a la derecha abajo. “Mira”: Pero lo que ni el instinto de la cheetah, ni su bravura, ni la más aguda de las terminaciones de su olfato pudieron prever –acaso porque tras nuestra última correspondencia (secreta), en la que le hacía saber (quebrantando con ello cualquier juramento y dotando de suficiente evidencia al Estado como para eliminarme), la naturaleza, detalles e implicaciones de la próxima y “definitiva” operación del Batallón B/17-M; ella vio como su mundo (nuestro mundo) se disolvía o disolvería para siempre y eso la dotó de una también imprevisible determinación-, no pudieron preveer la eficiencia del entrenamiento y la tremenda e inhumana capacidad del “involucrado” para rehacerse de su quebranto, para bloquear cualquier palpitación que la hiciera considerarla en su plenitud y lo que de ese felino, habría de hacerse perdurable, tanto como yo lo pensé el día en que vi con ella, mi vida a la orilla de un mar calmo y frío, durante tres o cuatro días. La toma del antebrazo derecho. Ella sonríe –a sí misma, se considera aún la acechante.- Siente entonces y como para no dejar lugar a dudas, la punta de una Glock .19 –que no es fría sino más bien tibia por la aleación plástica de su cuerpo- contra su clítoris; él la sostiene debajo de la mesa con la mano izquierda y al oído alcanza a decirle, “Podrías dominar a cualquier especie, amorcito, pero preferiste ser dominada. Toma mis anteojos y guárdamelos en la bolsa de la camisa. Después, te levantas despacio y vas al baño de damas, todo mientras me sonríes como para que la verga se me pare y esté lista para meterse en tu culo” Un espasmo en la cheetah. “Sonríe” Pero ella no puede y deja entonces escapar todo lo acumulado durante las anteriores semanas, desde que recibió mis letras. “Sonríe, puta, sonríeme y páramela”. Sollozo de ella. Sorbo de él al Pinot Noir –cata en la línea de fuego-. Ella sale de cuadro, cubriéndose la boca con la mano derecha, sobre su índice, corren dos hilitos de lágrimas saladas. Stop.
Sobre un estuario, se desliza el viento con poca prisa, y más bien, peina con su silbido las aguas para calmarlas y así ambos oleajes –el de un río, el de un mar que desembocan juntos a la deriva-, podrían confundirse con una calma dilatada y tibia sobre la que Carmina y yo un día, de un tiempo que perteneció a una existencia extinta, flotamos sin quitarnos la vista de encima. Pupila a pupila, cara a cara, aliento contra aliento y luego los cuellos y gargantas enredados y luego, las lenguas también no sólo atadas sino penetrándose. Así veíamos un día, ella y yo, sobre la timidez de la ría, la discreción de las nubes deslizándose arriba, al tiempo que nosotros y sobre una balsita, lo hacíamos hablándonos por lo bajo:
-Es una vida
-Pero no “toda” una vida
-Es “nuestra” vida
-Es para nuestra vida
-¿Quién te llamó?
-Es... es “confidencial”, amor. Y reímos entonces, al unísono, y ella acurrucó su mejilla izquierda contra mi clavícula derecha y nuestros sudores se confundieron bajo la humedad de los treinta y cinco o cuarenta grados centígrados; navegábamos río adentro. Y una nauyaca quedó mirándonos y ella enterró sus dedos en mi muslo derecho y siguió riendo.
-¿Te asustó?
Silencio el de ella. Suspiro el mío.
-¿La víbora?
-Sí
-No... no.
-¿No? Pensé.
-No
Y ya en algún recodo, la miré a los labios, la besé como esa vez única en la vida y la balsita se estremeció estremeciendo a su vez al discreto oleaje y ya cuando ella habría deseado que la penetrara ahí, bajo esas nubes ardientes, prefirió preguntarme:
-Si vas, ¿regresarás?
-¿Cómo?
-Pensé... pensé que te comprendía completamente, que lo único que había sido en verdad importante entre nosotros hasta ahora, había sido ese entendimiento; y ahora, al mirarte, con tu vista tan puesta en ese “mandato...”
-Es una “oportunidad...”
-¡¿Qué?! - Es un mandato. Una orden. Tú eres un soldado. Tú obedeces. Tú no decides obedecer o no. Tú cuentas con la voluntad suficiente para entregar tu existencia al servicio de lo que has considerado, guarda el equilibrio para el ecosistema de quienes amas....-
-Pude haberlo rechazado, Carmina. Pero no lo hice. Porque esta operación, bien podría significar un cambio completo en el curso de lo destructivo que esta guerra, ha sido.
-¿Esta guerra?
-Demasiados daños colaterales
-No te conozco...
-Carmina...
-Creía conocerte.
Lo intentaron mis labios sobre o dentro los suyos; más fracasaron. Navegamos algunos metros más, menos de un kilómetro. Mirábamos lo mismo: lo exuberante de una vegetación capaz de esconder las más descarnadas manifestaciones de sensualidad o voracidad; algunos ojos que a su vez nos miraban, de alguna guacamaya o de una pantera verde; mirábamos el mismo horizonte y no obstante, ya para cada uno, adquiría el entorno y sus detalles, una faz completamente distinta, un mundo que se disolvía dentro de otro. Estas letras no alcanzarán a describirlo ni a significar lo que desde ese día, a ella le habrá parecido quizá, una traición. Fui acuartelado a los quince días de nuestras miradas nadando en la timidez de un mismo mar. Permanecí incomunicado veinte días –los más que permite el protocolo-. A partir del día veintiuno, un memorándum se nos hizo diariamente firmar: podríamos ser incomunicados cuando el Estado lo decidiera, con el fin de salvaguardar la seguridad de nuestra operación.  El día veintiocho, se nos hizo saber que sería el último en el que podríamos comunicarnos libremente de manera electrónica desde el cuartel. Le envié el mail más extenso de mi vida. Intenté dar cuenta en él, de los instantes. De los miles de instantes que suponía, eran en sí la sangre y oxígeno en ella disuelto, de nuestra relación. Y le hice saber que regresaría. Y que no obstante lo delicado y confidencial de nuestra operación, el secretario había -personalmente-, autorizado que la correspondencia una vez en el frente, permaneciera fluyendo con nuestros familiares –previa revisión. <Abstenerse de sugerir o explicitar cualquier tipo de dato de localización, acción militar o comunicación o su correspondencia será detenida, revisada y destruida y el Tribunal Militar procederá contra usted, sus presuntos cómplices y familia.> Carmina, tú eres mi familia, era la penúltima línea. Hace hoy, catorce meses
-¿Lo recuerdas, cerdo?
“Yo mismo redacté esa comunicación” Lo obligo a mirar al fondo. “Lo sabemos” –Tal vez te preguntes por qué utilizo el plural, no abundes en ello, esos dos soldados que entran en la penumbra, delante de ti y llevando consigo a rastras un bulto, son la respuesta-
Moscas en el ambiente. Moscas mientras escribo. Moscas siempre que le escribía a ella, en los campos. Moscas ahora que lees, sobre esta hoja que no consigue transmitirte o hacerte llegar –en entrega inmediata-, el estremecimiento de su organismo en ese cuarto piso cuando mis dos compañeros patean al bulto y éste responde con un brevísimo espasmo al que le sigue el inaudible rumor de una tosecita sangrante. Moscas sobre su tosecita. Moscas andando en nuestras botas heladas. Moscas a lo largo del drill de nuestros pantalones olivo y nuestras camisolas negras o a camuflaje, con la insignia que denota: B-17/M. Una S hay debajo y al centro de la denominación. La S significa Fuerzas Especiales de Oficiales. La M, Marina. La diagonal, que se trata de un Batallón especial, de Élite. “Pero si tú eres un oficial, tú eres un profesionista, tú sí piensas...” Alcanzó a decirme Carmina con la voz anudada y los párpados empapados. En sí, no éramos un batallón, de hecho, no alcanzábamos a formar siquiera la mitad de un batallón. No éramos más de cincuenta. Quedamos cinco. Los cinco en este cuarto piso de este abandonado edificio de salud al centro de este campo de batalla.
Antonio. José Antonio. Debió decirle al presentarse, con su particular encanto y lo medido de sus gestos y justo cuando ella ya no contaba con suficiente fuerza como para resistir un contacto casual, en el café – bar en el que solía refugiarse al atardecer y desde siempre, desde antes de conocernos incluso. Luego no le habrá invitado una bebida sino que, con la palma extendida como para aumentar la confianza, la habrá conducido afuera del café para mostrarle cómo es que la mayoría de los ciudadanos, fluyen de vida. Y cómo es que en ellas, en sus vidas, una especie de felicidad reluciente, se despliega de un tiempo a acá, con la proximidad de la época navideña. Luego tal vez, le habrá dejado su tarjeta, en la que bajo el supuesto nombre  -José Antonio..-, pudo leer: “Arquitecto Proyectista Contratista”. Y ya para el tercer o cuarto encuentro, quizá dejó ver algo más de sus intenciones cuando la tomó por la cintura –más no por la espalda sino que quizá, posó una de sus pesadas manos entre el ombligo y el pubis de ella mientras él detrás, le habrá susurrado “¿Te gustaría ir a otro lado? Podría llevarte ahora mismo a donde quieras” Y cada uno de esos movimientos, cada uno de esos gestos y cada una de esas palabras, fue estudiado por la Inteligencia Militar que le comisionó la infiltración no sólo de los pensamientos, intimidad y cotidianidiad de Carmina sino que también, de su vagina, y de a poco, de su intranquilidad. Al inicio del segundo mes y al tiempo que nosotros, el B17/M –S-, seguíamos quirúrgicamente las instrucciones de nuestra última operación –la “definitiva”-, Carmina tuvo el impulso de borrar los gigabytes de imágenes contenidas en el i photo de su mac book, justo cuando recibió el mensaje del Alto Mando:  “De momento, el Estado no cuenta con elementos suficientes para dar veracidad a la información acerca de la situación del Oficial-----“ Luego “Antonio” o “José Antonio”, la penetró, también quirúrgicamente. Como si la Inteligencia Militar conociera además de lo erógeno de su geografía o campo minado. “Por favor....” Suplica “Antonio” o “José Antonio” desde el interior del saco en el que descansa atado desde hace unas tres horas. ¿Por favor?
-¿Vas a matarme?
-¿Cómo?
No. No voy a matarte, porque quiero que desde el lugar en el que estás, aprecies el material, y luego éste se acomode de tal forma en tu memoria, que vivas muchos años para no poder desprenderte del momento a lo largo de cada uno de los días de esos años y sobre todo, de las noches de esos días. ¿Me entiendes? Y quiero del mismo modo, que tú, ahora que lees entre tus moscas estas letras, lo hagas. Y para ello, requiero que la imagen sea lo suficientemente plena y explícitamente contundente, que su impresión sea un tatuaje en cada una de las neuronas de tu memoria. Así que, relájate. Y disfruta de la lubricidad de nuestro estado creativo: Uno de mis compañeros trae consigo clavos sin cabeza –es decir, con la punta afilada a cada extremo-, te los coloca de los párpados a los pómulos en medio de tus gemidos y sobre involuntarias lágrimas, a fin de que no puedas ya, cerrar los ojos. Mi otro compañero trajo Colirio Eye-Mo, que verterá cada cuarenta u ochenta segundos, en tus lagrimales y globos oculares. Ahora, observa. Yo mismo desato el saco, en cuyo interior, únicamente se escuchan bajísimos decibeles de lo que sería el gemir de un dolor inmenso. Por ejemplo, el dolor de traer insertadas, en el conducto urinario tres balas .38. Por ejemplo, entre las uñas de los pies, “Antonio” o “José Antonio”, trae a su vez insertados sus propios caninos –a fin de que, cuando su dolor ceda paso a la muerte y tras algunos días de hedor, su cadáver sea encontrado por alguna patrulla citadina, sea también a través del registro dental que a sus seres amados, les sea informado de su deceso para que procedan con las exequias. Por ejemplo, también un dolor en lo que podría para algunos, ser el alma: hacerle saber, tras haberle inquirido sobre el paradero de Carmina... (Piensa en mis ojos, piensa en si se hallan llenos de lágrimas o es simplemente paciencia disuelta en agua y sal, la paciencia del odio), que a su madre enferma podría retirársele la mascarilla de oxígeno hasta que se asfixie con sus propias babas.
Ahora mi sargento: –En un principio se negó “Antonio” o “José Antonio” a dar respuesta acerca de la pregunta sobre el paradero de Carmina; ante ello y en función de la urgencia de respuesta, hubieron de aplicársele motivaciones tales como, cortarle la mano derecha (se cauterizó de inmediato el muñón) y luego, hecho llegar el puño cortado hasta el colon descendente, a través del ano y sin compasión. –
-Gracias sargento
-De nada, oficial.
-¿Y?
-El detenido confesó entonces. Al detenido. Al sin nombre. Imagínalo de manera plástica. Recrea sólo la imagen: está en cuclillas –no puede estar de otro modo-, está desnudo de la cintura para abajo –no soporta el roce con ninguna prenda, aún cuando se procuró su pudor-, su pene sangra a razón de las tres balas insertadas en su conducto urinario y es posible ver como entre sus nalgas y debajo de sus testículos, sobresale el muñón –se insertó la mano cortada por los dedos, entró hasta los carpianos-. Su rostro todo, se encuentra empapado del sudor del dolor que ya se confunde con las lágrimas o se disuelve en sus babas y expulsiones de  mocos. Entre las uñas de los meñiques y medios de ambos pies, caninos clavados –tres de las cuatro uñas se desprendieron, la cuarta aguanta la tensión con devoción-. No está amarrado. Nadie le apunta con arma alguna. Vamos, ni siquiera hay alguien en la salida a sus espaldas, al fondo de éste, nuestro escenario particular; es más, es que hoy todos somos espectadores de su confesión. Especialmente, tú.
-Van a detenerlos o a matarlos a todos ustedes, desertores.
Él usa la palabra de la vergüenza. Desertores. Nosotros no desertamos. Nosotros no cometimos traición alguna. Nosotros no dejamos ni un segundo –incluso ahora, incluso tecleando estas letras, incluso él, soportando el dolor (arde) que la tercera bala insertada hasta su uretra, provoca; incluso tú, con los clavos tensando tus párpados y las moscas en ellos-; no dejamos ni un solo segundo, de cumplir con nuestro deber. A nosotros, a los cinco que estamos hoy en este cuarto piso, se nos seleccionó precisamente, en función de nuestra lealtad. Y se nos encomendó una operación de Estado. Y se nos envió al frente a cumplirla. Una operación de exterminio. Una operación en tres etapas: mutilación, sustracción y exterminio. Una operación que además, sería autodestructiva. No perduraría un solo elemento de quienes participaran en ella. Y se nos encomendó a la usanza clásica: sin que conociéramos ni su naturaleza ni sus fines.
Al principio, dijo “yo creo...”, y esos puntos suspensivos que siguieron dan cuenta únicamente del ardor en su uretra y colon descendente. Luego dijo, tomando arcadas y temblando, “yo no sabía del resto de la operación, a mí solamente se me encomendó infiltrar la vida de la señora Carmina...” Luego fuimos persuasivos y le mostramos, en tiempo real, u stream, el paulatino ahogamiento de su madre ya sin respirador. Vomitó un trozo de estómago destruido por la acidez in crescendo. Luego dijo “por favor..., mátenme”. Nosotros no matamos a los nuestros. Luego, añadimos otro elemento a la obra:
-Y quiero que lo miren ambos con detenimiento, quiero que ambos procuren no excluir ningún detalle, quiero que ambos, recorran con todos sus sentidos, el material.
Un collage completo, una especie de escultura orgánica que en tiempo real va materializándose conforme mi sargento va regando el piso desde otro saco con trozos de brazos de niños, trozos de rostros de niños, trozos de senos de mujer en los labios de un trozo de rostro de bebé cortado mientras era amamantado. Toda una comunidad. Una comunidad indígena, mutilada, sustraída y exterminada. Nosotros, los oficiales, ni siquiera nos enteramos de lo que sucedía en el frente. Nosotros planeamos solamente la logística: transporte, aprovisionamiento, inducción, sustracción. Nosotros ordenamos los horarios de los pelotones que ingresaron. Quienes ingresaron son rasos. Fueron igualmente exterminados al finalizar la labor. Se les ordenó vestir de civiles, de oriundos, de sombrero o botas o sandalias. Se les masacró fingiendo que se enfrentaba a paramilitares. Observen el collage, por favor. No pierdan detalle, por ejemplo, ése, es un ojo entreabierto y acaso, aún sonriente. “Oh”, y allá, la mano cortada de una mujer aprieta dos dedos de quien bien pudo haber sido su hijo, sobrino o vecino, tal vez su alumno en ¿el kindergartten?
Esto es lo que nuestro Estado hace. Selecciona. Deshecha. Y luego edita.
Más moscas, cientos de moscas sobre los trozos de cuerpo. Mis compañeros se han colocado cubrebocas. Yo prefiero el hedor. Y entonces confiesa:
“Me había involucrado. Tal vez nos habíamos involucrado el uno con el otro. Llegué a pensar en huir con ella. En desertar. Hasta que fui informado de que una correspondencia no revisada ni clasificada, había llegado a sus manos. Desconocíamos el contenido pero sabíamos que era suya, oficial. Entonces mi tarea consistió en extraerle la información, más ella, ustedes, se adelantaron. “Dead Rhino.” Ya no tiene fuerza, ha caído sobre su costado y por efecto del golpe, su intestino ya infectado, expulsó la mano cortada, recubierta en heces.

A Carmina en el baño de “damas”,  un tornado le aconteció en las venas. A Carmina, en el baño de “damas”, una mujer se le acercó para intentar reconfortarla: todo estará bien, ¿quieres una pastilla, un dulce?. De inmediato el cráneo de la mujer fue estrellado contra el mosaico blanco, sin dejar huella. Carmina comenzó a ahogarse entonces, porque se sabe que la angustia bien puede contraer las vías respiratorias. Provocar un shock. Atraer para sí, el maremoto provocado por los tentáculos de un kraken. Tres elementos de Élite en el baño de “damas”. Catorce segundos dura la operación. Se ultima a la testigo, la mujer que lleva consigo dulces para contrarrestar los embates de clima sobresaltado que generalmente conlleva para sí, el ansia o la angustia. Carmina en vilo.
Carmina, una cheetah que no ha sido masacrada por cazadores del África, que no ha sido atacada por predadores mayores ni por mutantes, sino que desollada viva tras salir del baño, ha su piel manchada de encontrarse ahora, expuesta en tu sala para la exposición de la barbarie. ¿Cuántos invitados han ya, Chandon mediante, disfrutado de tus trofeos? ¿Se expone ahí la cabeza de algún rinoceronte, en la pared que enmarca la piel anaranjada de ella? ¿A quienes cuentas entre tus invitados más importantes?
Nosotros, ella y yo, que basábamos cierto intercambio afectivo –amoroso, sexual incluso-, en el marco de lo que una creación culinaria podía dotar para el estremecimiento de nuestros sentidos, llegamos a resistirnos a cocer ciertas especies. Y ahora, tú, con ella en tu bandeja principal, sazonada y expuesta sobre hierbas exóticas y marinada con aceites de difícil obtención –todos ingresados al país por puerto-; tú con ella en tu bandeja de plata para hacerte saber que la operación, se ha consumado, y que la posibilidad de que alguna información o evidencia se filtrara, se halla ahora como bufete para tus invitados enfundados en etiqueta costosa, sobre la mesa de tu salón de trofeos. Nadie sabe a qué se debe esta cena, ni el motivo del festejo. Alguno llegó a decir que a tu ascenso, reporteros que a tu cumpleaños. No a que la operación fue un éxito y a que incluso los leales, han sido disueltos en la nada para que nadie pueda dar cuenta de ella, y que el territorio, es ahora dominio de tus inversiones.
-Yo únicamente seguí las órdenes, igual que ustedes.
-Supongo.
-Ya no aguanto los ojos.
-No tiene sentido tratar de hacer un trato contigo, pedirte que testifiques o alguna niñería de ésas. Cualquier instancia judicial... tú sabes ¿cierto?
-Sí, cierto. Por favor...
Medita un momento entonces, por favor. Si has llegado hasta aquí, medita un momento y reflexiona acerca de si estos dos leales habrían de morir. Me parece que no, que ahora, él con sus balas en la verga y él, con los clavos impidiéndole cualquier parpadeo, habrían de salir a sobrevivir ahora que cae la tarde y que ya la luna asoma la crueldad de su faz.

Bebe algo, para mientras lo lees, adviertas que quizá una cámara de seguridad provista por tus impuestos y tus subordinados, te observa, no sabes si existe alguien que edita el material o simplemente se masturba al verlo; y entonces, considera que todo esto, cuanto has leído, forma parte de una obra, digamos, mayor, imágenes sugestivas a las que puedes acceder con sencillos toques sobre la pantalla touch de tu i phone o i pod o Tablet o galaxy; provistas también por el Estado. Tu Estado.