miércoles, 16 de noviembre de 2011

The path



"I used to listen from my father, his own idea about every´s man´s path. Again, we´re moving on through our own path: the battle front. Do not shoot until the order arrives. Does the order have it´s own path? Wich should be a correct meaning to path? We´ll arrive there, to the line, to our own path of survivance. And we´ll shoot, no matter the order´s path, no matter who or what be at the other side of the line, we will shoot. That´s our path" A man with a gun runing down the hills

Esto no voy a escribirlo yo, he cedido el espacio al sobreviviente,  a ése quien bajo la sombra de los rumores en formas de nubes negras, no regresa nunca a casa sino a la espera de una impaciente batalla próxima:

"Solía escuchar de mi papá, su idea acerca de la senda de cada hombre. De nuevo, avanzamos sobre la nuestra: el frente de batalla. No disparen hasta que la orden llegue. ¿Tiene la orden su propio sendero? ¿Cuál sería un significado correcto de senda, o sendero? Llegaremos ahí, a la línea, a nuestro propio sendero de sobrevivencia. Y dispararemos, sin importar la senda de la orden, sin importar quién o qué esté al otro lado de la lína, nosotros dispararemos. Ésa, es nuestra senda." Hombre armado corriendo bajo las colinas.


No importa la cantidad de noches que pasen, ni que veas delante de tus ojos, ni cómo las estaciones transcurren pintando los campos; no importa que sea de día o de noche, porque te hallas en un estado permanentemente onírico, de pesadilla y alerta, de insomnio y miedo y sabes que no sueñas cuando ves pasar delante de tus ojos una población entera corriendo cubierta de llamas o te encuentras entre los escombros de lo que fue un poblado dichoso, hoy cubierto su adoquín con cientos de fragmentos de cuerpos destazados. Y llegas con el casquillo de tus botas, a removerlos para continuar la marcha y reconoces entre ellos, miembros de cuerpos infantiles destazados por lo despiadado de la artillería aérea -la que no discrimina, ese dragón o ángel justiciero de un dios sordo y mudo-. Y estás tú también, sordo y mudo. "Cuando los soldados volvían de los campos, de las trincheras, lo hacían mudos" (Primo Levi) ¿Qué te ha silenciado tanto, qué te ha hundido en esa arena movediza de silencio, llanto y metralla? ¿Quién eres? ¿Por qué continúas tu marcha? Tus piernas -a las que no sientes, a las que no reconoces como tuyas, a las que crees haber perdido al pisar una mina-, andan sin ti, porque tú, vives otro tiempo, en el que las hojas de los árboles caen lentamente y en el que escuchas incluso, el crujir de una rama pisada por una hormiga. Aquí, día a día, el fin del mundo, el fin de la civilización. Tus hermanos, tus hijos, tus padres: este batallón extraviado en su marcha infinita, sin calendario, sin coordenadas, sin voces: ellos, las voces silenciadas dentro de ti, los llantos ahogados dentro de ti. No te queda más, que andar. Tu senda, tu sendero, eso de lo que hablaba tu padre en la sala, pegado a ti, con algún libro dedicado especialmente a ti, abrazándote a los ocho o nueve años de edad. Tu senda: tu dedo en el gatillo. No importa la orden ni de donde provenga, no importan los grados al este o al oeste, no importa quién es o sea el enemigo. Tú dispararás irremediablemente, y tu rostro se salpicará de la sangre de un ser humano.

Imagina la planicie sobre la que una vez, una ciudad existió, a un costado, la ladera de una colina se eleva unos metros apenas. Imagina en lo más alto, al sobreviviente sentado, contemplando el desastre. Sostiene su Armalite 15 entre las manos temblantes. No consigue reconocer siquiera, la humedad en sus mejillas, ésta fluye como desde lo alto del Tibet, el deshielo llega hasta el Éufrates. No consigue reconocer siquiera su nombre -voltea a cerciorarse de continuo, al nombre impreso en su pecho-. "Éste, soy yo, éste, soy yo, éste, soy yo, éste, soy yo" -se repite sin remedio sin percatarse si amanece apenas o es ya el anochecer el que le cubre, porque una inmensa masa de humo y radiación cubre el valle y por lo tanto,  a los rayos del sol-. Algunos pájaros caen como granizo a su alrededor, unos carbonizados, otros aún con vida pero sin posibilidad de volar: sus plumas han sido consumidas por los mil grados centígrados del estallido.
Toma a uno entre sus manos, y lo acerca a su oído, entones, el diminuto silbido del sobreviviente.
Simplemente, le gustaría hablar.
Simplemente, le gustaría hallar una respuesta a la pregunta que ahora, lo acompañará para siempre: si acaso, pudo haber hecho algo mejor.

Más es el silencio hoy, la más corrosiva de las radiaciones.

"¿Why? I´m not a bad man. I´m, just... this human being"
 A man with a gun runing down the hills


El hombre que bajando con su AR-15 (M-16), corriendo de la colina, dispara.
Tú, hoy, no serás el que cae.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Silencio


El paisaje lunar debe ser helado, similar a los casquetes polares, similar al paraje glaciar que a través del diminuto palpitar de su músculo cardíaco, sabe de su entraña, ésa, la del silencio.
No alcanzarán las letras, no le será suficiente el aliento; y terminarán a ese silencio, cediendo sus palabras. El paraje silencioso, el paisaje lunar, en el que se halla sentado últimamente: un cráter a sus pies, una extendida y blanca planicie a sus espaldas. No, no le será posible describir la penumbra entre las paredes, tampoco el ahogo en fuga a través de su garganta; eso, lo indescriptible, lo indomable para el lenguaje, no por furioso, sino por inerte y helado. Así que él, ya en el sillón, ya junto a la lámpara ámbar, ya frente a sus letras -ya no las escribe, las escarba-, echado hacia atrás, con la cabeza baja, fija en la escarcha aparente de alguna de las caras de la Luna, extiende una larga bocanada a una atmósfera sin aire ni viento, sin lluvia ni hojas que caen para este otoño; y sabiéndose callado como desde hace años, echa un repaso a los años, y de ellos obtiene escarcha bajo sus párpados o cientos de notas, acotaciones, proposiciones mentales para el sobreviviente. Aguarda quizá, porque sabe que de un momento a otro, el sonido de aquellas otras palpitaciones, terminará llegando, quizá después de algunos decenios, a ese espacio sideral y desde el que consigue incluso, observar los restos del último desastre nuclear. Porque a él, el silencio le ha hecho presa, ya por quienes le han hecho callar; ya por su propia glaciación interior: una Edad Glacial que durará otros cuatro o cinco mil años -como se dice, suelen durar-. Acaso esperará el deshielo, y la consecuente actividad volcánica o las grandes migraciones de actividad neuronal.
Más por el momento -que no por lo pronto-, él sentado frente a su silencio, de una vaga sonrisa que igual se disuelve como ni se esboza en su rostro frío, coincide en que un día algo habrá de hacer con el silencio acumulado en su palpitar congelado.
No saben hoy por ejemplo, estas letras lo que con él hará. Porque además, en cuatro mil años, el lenguaje habrá también sucumbido, y el deshielo de cualquier modo, arrasará con él y ellas por igual y los sumergirá en algún río o nuevo océano, alguna tempestad climática para el mañana.
Más no amanecerá mañana, es esa la certeza, cuando se habita un territorio cubierto de hielo.
Pero ese silencio, cuando llegue un día soleado quizá, se manifestará en la forma de un pingüino o de un estertor sangrante.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Ese pájaro azul que enamoró a C (o Molloy)


Si con alguna noción de realidad cuento, en estos días que tanto como su significado, se diluyen sin remedio; si alguna habilidad en mí pervive; o si esta mirada mía, algo de mirar aprendió; debió todo ello a esos primeros años, ésos en los que comencé a conocer a mis padres, cuando algún día, supe que no todos los pájaros cantan al atardecer o que si lo hacen, uno de ellos -azul por cierto- prefería más bien mezclar sus pupilas inundadas con la forma de las nubes mientras éstas dispersaban para sí a los anocheceres; o cuando otro, vi a mi padre coleccionar papelitos cortados por él mismo, en los que recolectaba también para sí, innumerables adjetivos, que intentaban describirle. Recuerdo uno en particular: "fracasado" -a pluma fuente, con su impecable letra cursiva de ingeniero dibujante-.

Olía a una madera que no es posible hallar ya, ese restirador en que los escondía bajo innumerables papeles y colecciones de otro tipo.

No sé si era aún niño o comenzaba ya a envejecer, cuando a mis manos llegó la fotografía que tanto ha marcado mi vida y a cualquier intento que en el Arte, haya procurado: Aída, mi madre, vestida de plumas azules que se difuminaban con su hermosa piel blanca: un arabesque -que muchas mañanas intento emular con poca fortuna-, con la mirada puesta al cielo en el que emprendía el vuelo; sus piernas no eran piernas sino esa especie de primer trazo o esbozo que precede a una obra maestra y la de abajo, con las zapatilla apuntadas al final le sostenían y hacían bailar sobre el viento. Mi pájaro azul. Mi tesoro.

Beckett jugó una broma a los editores, estudiosos y críticos y les hizo creer que "Fragmento de Teatro II", es una obra de teatro inacabada y que "Molloy" es una novela; más mi padre me enseñó que el texto final de "A" en la primera : "esto, por ejemplo..."
-que dice acercándose a limpiar las mejillas de lágrimas empapadas de "C", el viejo que desea saber si ha sido buena su vida o si no ha hecho demasiado daño, para poder saltar y morir-; es la búsqueda que a él, tanto como a Molloy, le mantiene vivo 83 años, hoy caminando apenas y solo con sus colecciones de las que me ha parecido, surce a diario trozos inevitables de memoria tanto como Molloy sus harapos.

Ese pájaro azul enamoró a mi padre. Aída lloraba por las tardes, Molloy callaba y miraba a la ventana. Así por cerca de 20 años.

Más lo que ellos nunca sabrán, como tampoco yo, es que siendo tan ellos, enseñaron a un niño a mirar a través de los catalejos, los caleidoscopios y los mini frames súper 8. Y aunque no es por ello que les ama, quiso hoy dar cuenta, de que por las noches llega a escuchar los silencios de "C", de Albertito Amador y sabe volando, a ése, su pájaro azul, Aída Coralina.

Alguna pluma azulada y mil suspiros, han arribado en esas noches en que tanto recuerdo que les amo.



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Mil abrazos
¿Si no, dónde recogeríamos nuestros escombros?

José Alberto Gallardo
Teatro de la Brevedad
Director