miércoles, 8 de agosto de 2012

Un fragmento en el ANFITEATRO


Un pájaro pequeño, indefenso y tal vez demasiado pequeño para este mundo, apareció hoy por la mañana en mi cocina. Tímido, temeroso, entró caminando porque supongo que sus alas no habrían todavía, aprendido a desplegarse para elevarlo. No tenía familia, no tenía ni hermanos ni padre ni madre. Tampoco amigos. En ese momento, era yo lo único que podía afirmar que su existencia poseía. Silbó entonces. Silbó con todas sus fuerzas. Unas fuerzas diminutas como su cuerpo que se agitaba conforme se esforzaba por ser escuchado. Pero yo me sentí horrorizado. Yo, que había ya conocido el horror, fui testigo, hoy por la mañana, del horror más devastador de mi vida. Y ustedes dirán que cómo es que un pajarito indefenso y tímido podría levantar tal cantidad de terror en mí. No debió ser él. Ni su mirada diáfana e inocente. Ni sus alitas agitándose sin conseguir elevarlo. Ni sus saltitos en lugar de pasos. Debió ser el conjunto, de mí desnudo, masturbándome sobre el lavaplatos y de pronto, ahí, delante de mí, el insospechado testigo. Todas las imágenes que había yo vivido, se materializaron en la escases de ese animal horroroso. El movimiento entrecortado de su cuello, su mirada de perfil sobre mi lubricidad expuesta, me devolvió a la selva, años atrás, ahí donde no es la ley de la selva siquiera, la que impera. Es la ley de los hombres, que es lo mismo que decir el horror. El mismo horror que vi en los ojos cuyos párpados estrobóticos del ave diminuta, agitando su escaso plumaje. Los hombres son pagados en comodato. Al caer el sol y terminar la jornada en las minas, quienes pueden pagan por ocupar a otros hombres. Del modo que deseen. Para hacer lo que sea. Para golpearlos sin piedad ni defensa. Para morder sus extremidades. Para que reciten la carta de algún amante perdido en el tiempo. Para que lean hasta altas horas “Eclesiastés”. Para que se postren sobre las rodillas y succionen los miembros de sus pagadores. Para ser colgados y que su asfixie se contemple. Las mujeres ni siquiera tienen precio. Son de uso común. Hasta que mueren de tristeza, hambre o sobre todo, dolor. Y ese pájaro postrado a escasos centímetros, me hizo recordar todo el horror. ¿Me entienden?