viernes, 18 de enero de 2013

Fiction


Limpiando los entrepaños, con el polvo al costado de tus párpados y en la nariz húmeda -como la de un perro que ya no ladra-; muchos libros, la mayoría con señaladores en alguna página que no recuerdas y conforme les acomodas bajo determinada clasificación -más cercana a un mapa autobiográfico o laberinto-, balbuceas, te propones repetir algunas de esas frases que llegaron a ser lo único verdaderamente consistente de alguna tarde en la que el paisaje, debió ser como para enmarcarse en el Louvre. No eres parte de ese librero, nunca has sido parte, acaso se proyecta ahí tu sombra, pero nada más. Prefieres que la clasificación sea accesible, para que cuando ya no estés, alguien pueda acudir a tus señaladores y dar con lo que tú, no fuiste capaz. Luego te harás cargo de los discos. Luego del polvo. Luego una obra plástica o dos, todas menores, luego una obra dramatúrgica o tres, todas temerosas y a la espera de tu partida. Aceptas, como el portero que hincado deja correr sus lágrimas ante los improperios de su equipo y más aún, de su afición tras no haber conseguido atajar el último penalty para ganar la copa del mundo; como Maradonna el día que se sintió derrotado o Lance Amstrong con Oprah -nada más que tú, desde luego, sin que de ello se haga una primicia mundial ni siquiera en tu reducido mundo que va del librero al retrete-; aceptas que hoy, no te será ya posible. Por eso prefieres que todo se encuentre accesible y en orden. Aunque invaden todavía, incesantes por tu cabeza, algunas palabras que no has conseguido encontrar. ¿Lo harás? ¿Te irás? No tienes un gatito que se haga cargo de tu clasificación, tu catálogo, tu obra. En este blog, tú has sido tu propio editor. Tú te contratas, tú te pagas, tú te reprendes, contigo mismo actúas de cortesano -te masturbas o te invitas una buena comida para además de lo que puedan tus letras, abrir el espectro de relación social con quien te publicaría, si no ¿cómo conseguirías entrar en tu selecto círculo?-. Ve por un momento a la cocina, hazte un café, tibio, como prefieres. Mira las hojas secas sobre el filo de la ventana. Regresa ahora, conversa con tu gatito y hazle una caricia tímida detrás de la oreja, verás cómo es que ronronea y sonríe. Engrapa primero tu boca. Engrapa luego tus párpados. Evita el sangrado con yodo y vaselina. Y ubícate donde sea menos riesgoso que caigas -el retrete no, quizá el sofá o el piso de plano-. Ahora observa las planicies del desierto y siente la arena golpearte el rostro. Las dunas. El rugido de tu motor. Los Andes en el fondo. Un poco de Litio. Toda una vida dependiendo del Litio. Todo un ecosistema dependiendo del Litio, que no se da en el desierto pero que bien podría ser sustituido con Mercurio o Plutonio. Tu sistema nervioso, un reactor nuclear. Trae contigo una cámara. Y no temas por la falta de story board. Simplemente haz la o las tomas. Del túnel en travell out hasta una lluvia de tus hojas secas, las que contengan las peores de tus letras -éstas, por ejemplo-, mira como ella baila entre ellas, y sigue filmando, mira como al fondo y a la izquierda, ella en una silla se inclina hasta el frente, hasta sus muslos y vuelve a incorporarse para tomar de la superficie, O2. Ah, ¿cuál es la música? Cortarás, serán muchos cortes. Convence a tu editor. De que pueda un gato correr por el pasillo enfriado a base de Nitrógeno y que a razón de lo que nos ha acontecido a todos y que es el incremento en la inclinación del eje terrestre, ella caiga por el pasillo como si de un acantilado o alguna pared del Himalaya se tratara. 
Por la hora, ya no deberías estar haciendo esto. 
Yo conozco tu rostro y la cortina detrás. 
Nadie la correrá ahora. 
Nadie. 

sábado, 5 de enero de 2013







siempre y nunca más estarás aquí
el campo de batalla
tiempo
en el que nada nos debamos ya