jueves, 27 de junio de 2013

Teme mucho si se ausenta el eco


El eco logra transformar cualquier arquitectura y casi diríase, que a cualquier anatomía. Más si se trata de ésta de la de un niño más pequeño que alguien de su edad -seis, quizá cinco años-. El eco le estremece hoy aún más, porque su cuerpo de niño se halla semi desnudo y apenas un trajecito de baño en color azul marino -como el de papá, llega a pensar al mirárselo puesto-, le cubre. No, también unas sandalias completan el vestuario para un domingo a mediodía en el inmenso -como el mundo-, vestidor de hombres del club familiar y deportivo. Aquí los hombres andan desnudos. Y él y desde su altura, observa cómo es que testículos y prepucios se agitan al centro del eco. El eco. El eco de voces graves, rasposas, filosa alguna. Como un bisturí ya utilizado -lubricado de líquido humano-. El eco de carcajadas de hombres velludos, de hombres sudorosos, de hombres ancianos y niños acompañados de su padre. "Está difícil" -piensa en silencio, y se refiere al mayúsculo problema que supone abrir el candado de su locker con al llavecita que él mismo se ha atado al cordón interior del bañador: diecisiete nudos superpuestos -"para no perderla, esta vez no la perderé, esta vez no me reprenderán por ello"-. Diecisiete. Diecisiete nudos superpuestos han acortado tanto el cordón, que no consigue alcanzar con la llave atada a él, el candado. Tendría que quitarse el traje de baño para abrirlo. Y le avergüenza. Y la vergüenza le amedrenta. Y el miedo le avergüenza. Y la vergüenza le asusta. Y cualquier susto puede provocar que incluso el eco, llegue a ausentarse y le deje solo frente a lo irrefrenable de su vejiga estremecida de adrenalina. De miedo-. "Está difícil" Ahora el pensamiento es vocecilla. Vocecilla de niño. De seis, quizá cinco años. De niño con frío, porque pese a traer en una mano la toalla y la pequeña rejilla con shampoo y nórdiko, no se atreve a soltar ésta para cubrirse con aquella, que es también azul, quizá con algo impreso -no un super héroe, sino flores-. Él ama a las flores. Y más, a las flores azules impresas en su toalla. Más el amor avergüenza -ha aprendido sin recato- y el ama esas flores tan semejantes a las impresas en la toalla de mamá -sólo que ésas en rosa o violeta-. De modo que así, bien podría decirse que se trata de un niño paralizado, intentando con la mano izquierda, abrir el candado de su locker. Acerca el pubis al metal -helado y filoso también-. Acerca el pubis colocándose de puntillas sobre las sandalias. Ha de tratarse de un niño hermoso. Y semi desnudo. Su anatomía se destaca -huesos, músculos incipientes, costillas-, acaso por lo despiadado del eco. Eco de voces engrosadas de testosterona. Y vergas colgando a la altura de sus ojos. Ojos de niño de seis, quizá cinco años. "Está difícil"
Y la inmensa mano sobre el hombro diminuto
Y la voz aromatizada de bicarbonato y after shave.
Y el vello húmedo aún de Drakar Noir
No le gustaría pues, a él, al niño en bañador azul, que esos ojos detrás de ese rostro de chacal hermoso, repararan en su toalla de flores amadas y azules. Es que el azul es su color favorito. Y mucho menos, en la inminencia de que su vejiga llegue a ceder. El hermoso chacal recién afeitado sonríe y luego suelta una carcajada. Teman, teman más a los filos mellados, porque éstos cercenarán más que incidir, más que mutilar. Así, mellada y oxidada, la voz del chacal: -¿Quieres que te ayude amiguito?- Más teman aún más al miedo de un niño de seis, quizá cinco años: -Mjm- (Porque la voz ya no sale, porque a la voz le ha costado desde una vez abandonados los balbuceos, asomarse de nuevo al mundo, resonancia de aquel primer grito tras la expulsión del útero).
Y la mano
Y el vello
Del chacal con ojos de reptil
Las escamas conducen al ojo y el ojo humedece a la lengua
Del reptil
Del chacal
Y mano de chacal se posa en vientre de niño pequeño -de seis, quizá cinco años-. Y vientre de niño se estremece y contrae como cuando el agua le llega en la alberca al cuello. Y al estremecerse vientre permite asomar las líneas que conducen al pubis. Pubis de niño. Sin vello. Ahí donde los dedos del chacal se introducen hasta rozar el diminuto pene encogido de un niño pequeño -de seis, quizá cinco años-. Y niño mira al reptil reptar en torno a sí, enredársele por los muslos y subir por sus testículos pequeños y escondidos bajo el bañador azul. Teman de la erección de un niño pequeño -de seis, quizá cinco años-. Teman mucho. Ahora el chacal - reptil jala el trajecito de baño, a fin de conseguir acercar el cordoncillo y a sus diecisiete nudos no hasta el candado, sino hasta su bigotillo recién recortado, que huele a hombre porque huele a after shave de los años ochenta. 
Mano velluda tira tela hacia abajo
Lengua, extensión de las escamas de la serpiente
Lengua de los muslos al pene de un niño pequeño -de seis, quizá cinco años-. 
Erección del pene del niño pequeño -más pequeño que alguien de su edad-. 
-¿Quieres ir al vapor? ¿Has ido? ¿Te da miedo?
-No
-¿No has ido?
-No me da miedo-: dientes contra los dientes, tráquea contra esófago e intestinos, la presión de su mano derecha se encaja a sí misma los bordes de la canastilla con shampoo y nórdiko. Toalla con flores azules al piso. Eso es lo que mira el niño, las flores azules que él ama. 
"¿Por qué se habrá ido el eco? ¿A dónde?"
El chacal carga en sus brazos al niño, como si fuera su padre y siente contra su pecho velludo y oliente, el pene diminuto del niño diminuto en sus brazos de gigante de gimnasio atrofiado. Lágrimas por las mejillas de niño que sólo piensa en no extraviar la canastilla que le fue entregada por papá y bajo amenaza "Pon atención, por favor, no vayas a perderla de nuevo""No papi" "Y amárrate la llave al traje de baño" "Sí papi". Teman de un niño amenazado. Teman mucho. Si esto fuera cine, la cámara no se atrevería a enfocar la sustancia que conforma a las lágrimas que corren por sus mejillas en este forzado close up involuntario en el que advierte la audiencia que los ojos del niño van de la canastilla al techo, porque supone que el cielo permanece aún allá afuera, y él ha escuchado muchas historias acerca del cielo y sus bondades, y puede confiar en cuanto ha escuchado o incluso, llegar a pensar que este instante, se trata de una de ellas. Teman de un niño que se niega a acudir al infierno de los hombres adultos, sea éste un club familiar o la iglesia pentecostal, católica o de los últimos días; sea éste el espacio protegido de una dulce psicóloga recién egresada o sea éste la escuela centenaria regenteada por célibes y piadosos hombres de Fe. Más teman aún más del infierno de un niño pequeño, de sies, quizá cinco años. "Papá me ha llevado al vapor. La primera vez, me dio un poco de miedo porque me resbalé y lloré porque me caí, pero como los hombres rieron y ordenaron -como ordenaban los miembros de la Gestapo a los recluidos (el niño ignora el significado de la palabra Gestapo, más los hombres adultos, habrían de temer más al temor del niño que a esa palabra)- que no llorara, me callé. Luego me empezó a divertir no ver a papi detrás de las nubes, y él se escondía y yo le buscaba y ambos reíamos."Y con tales imágenes de nubes y risas en segundo plano, travelling
Hacia la puerta del vapor. A través del pasillo de mosaico mohoso más desinfectado con hipoclorito de sodio. 
Cámara se detiene. 
Puerta se abre. 
Vapor sobre cámara. 
Fade out a negros.









¿Consiguen escuchar el eco?




El eco que habita los vestidores de un club deportivo y familiar.


Años ochenta


Teman al eco.
Es el eco del placer de un niño pequeño, de seis, quizá cinco años, al interior de la cavidad bucal de un chacal hermoso, velludo y bañado en after shave.