domingo, 7 de agosto de 2011

HOY, HACE 14 AÑOS. ATOYATEMPAN, PUEBLA.

Con aquél novillo de Zotoluca.
Aunque no se ve en la foto, le paré en una tanda que no templé.
El novillo, burriciego, me trincó en un derechazo.

Cambia de 47 a 48 el minuto al lado de las 22 hrs. de hoy. Reconozco que durante el día entero, he estado recordando aquel emocionante y entrañable día, cuando nuestra comprensión de la vida, era la convicción de que todo, absolutamente todo, cualquier sueño, cualquier ilusión, cualquier noción de felicidad o plenitud, se reducían a esos minutos, a esos instantes en los que la vida podía írsenos o devolvernos una alegría tan breve como fascinante e irrepetible; esos segundos que duran lo que dura un natural, una verónica o un pase de pecho, esos segundos en los que, por una vez en la vida, puedes afirmar que eres tú, y nadie más. 
Creo que todo había comenzado en Atoyatempan, Puebla, una semana antes, toreando una vacas toreadas antes o después de los charlots -"Doña cachonda" y compañía-. 
Arturo Sánchez "La Rata", torero y admirable empresario taurino, nos había contactado varios meses atrás, a través de uno de su cuadrilla, "El Timo", quien nos topó toreando en Santo Tomás Hueyotlilpan a Isaac Huerta, Paco Moreno (hoy Paco Vivanco) y a mí, unas vacas de Jaime Rodríguez, toreadísimas y muy fuertes. Isaac Huerta, Arturo Venegas, a veces Jacobo Medina y yo, nos unimos a la cuadrilla que formaban Jorge López "Coquis", Eduardo López "Lalo", Jorge de Huamantla, "El niño del Bar" -hoy destacado subalterno- y "El Timo".
Ese día (6 de agosto, ayer hace 14 años), como siempre que toreábamos con ellos, llegamos hasta la plaza portátil -montada afortunadamente sobre el terregal que era la cancha de futbol y no sobre surcos como de costumbre-, en el coche de la empresa que nos trataba "como figuras": nos invitaba de comer, a veces dónde dormir y nos aconsejaba en el ruedo. 
Estábamos anunciados, si mal no recuerdo:

ATOYATEMPAN, PUEBLA
¡GRANDES FESTEJOS DE FERIA, 1997!

                             6 DE AGOSTO                                             7 DE AGOSTO

                            Miguel Ortas "Miguelete"                              Tomás Gutiérrez
                            Tomás Gutiérrez                                             Miguel Ortas "Miguelete"
                            Arturo Venegas                                              Pepe Gallardo

                             3 ZOTOLUCA 3                                           3 ZOTOLUCA 3

Particularmente, me llenaba de orgullo verme anunciado junto a mi amigo, mi hermano, Arturo Venegas y al lado de dos novilleros que habían ya toreado y triunfado en la Plaza México. 
Arturo, insistía en ver los novillos -lo que a mí no me gustaba-, así que subimos al camión que hábilmente conducía "El Coquis" y que debió llegar por la madrugada con los seis de Zotoluca dentro de sus cajones. Nos asomamos y no había espacio entre los novillos y la pared de los cajones, estaba cuajadísimos. El rostro de Venegas se tensó. Y su tez morena se hizo pálida. Algunos niños se mostraban curiosos a nuestro rededor, además de los aficionados y principales del pueblo que se allegaban a la empresa o a saludar a los toreros. Con uno de esos niños nos fuimos con las cosas, pues es costumbre que a los toreros, la gente del pueblo les ofrezca su casa para vestirse. Allá fuimos.
Habíamos convenido que un día uno le serviría las espadas al que toreaba y viceversa al día siguiente, de modo que ese 6 de agosto, me tocó oficiar de mozo de espadas. Extendía yo la taleguilla de su "catafalco y oro" -como le gustaba nombrar a su vestido Arturo Venegas, que según "La Maestrita", había pertenecido a Manolo Martínez (ídolo de mi torero)-; Arturo se enfundaba una cómica lycra que le gustaba ponerse debajo de la taleguilla y a la que llamábamos "taleguilla del santo". Su rostro descompuesto, denotaba su miedo. Casi acababa de vestirlo cuando, como siempre, lo más complejo era el peinado de mi matador y que años después y vistiéndose para partir plaza en El Relicario de Puebla, le valió la frase de nuestro amado maestro Gilberto Ruíz Torres: "Péinate mano, pareces el de la Santanera" y luego su risa de bruja -je je je je je-. Finalmente se aplacó "el tupé" y nos echamos a andar a la plaza. En el camino, niños, señoritas, aficionados y curiosos, nos saludaban y deseaban suerte. Llevaba yo la "espuerta" -maleta en realidad-, el fundón, toalla y agua. 
Llegados a la plaza, recibimos la noticia que ya intuíamos desde el sorteo, de que el novillo de Venegas, por ser el más chico, sería el que abriría plaza, como es costumbre en los festejos en los que el biombo no es exigente y no se quiere que el espectáculo demerite por la comparación del ganado. Arturo estaba pálido, la montera no le entraba, no atinaba a tomar el capote con destreza, se tropezaba con él, y así, se colocó en el burladero de matadores, a esperar su suerte. Sonaron clarines y parches, alguien de la familia del empresario abrió el cajón y saltó a la arena el primer Zotoluca. Grande, fuerte, musculoso, hermoso, puro saltillo, con ese nervio que se advierte en la mirada. Trepidaba el piso y se alzaba la polvareda. Arturo, angustiado, volteó a verme y clamó: ¡se equivocaron de toro, el mío es el chico! El empresario simplemente se acercó tranquilo a aclarar: ése es el chico, ¡venga torero!
Arturo Venegas, ese día, se hizo torero. Sucedió esa transmutación, esa transfiguración que cuando el Arte es verdadero, ocurre sin advertencia y entonces, lo que se prevé desastrozo, se torna milagroso. Así, esa tarde, fuimos testigos de cómo la pasión se desborda por sobre el miedo y de un momento a otro, Arturo se fundió con ese torazo, le pegó sendas tandas de derechazos, hizo sus favoritos "martinetes" y "desdenes", se volcó sobre el morrillo y le cortó dos orejas a un toro con toda la barba.
Mientras pleno y gozoso daba la vuelta al ruedo, con sus chinos al aire y una sonrisa bañada en lágrimas de alegría, yo respiraba ya con cierta dificultad. Me tocaría a mí al día siguiente. Un toro de ésos. Con ese nervio, con esa fuerza... 
Como estábamos cerca de la cd. de Puebla, decidimos ir a dormir a casa de mi mamá. Luego ella decidió ir, luego se sumó mi hermanita Pau. Así que como figuras, en el viejo LTD que tenía Aída, echamos los avíos en la amplia cajuela y salimos al día siguiente temprano.
Había yo pasado la noche casi en vela. Me había puesto mis videos favoritos: Joselito, Manzanares, Joselito con el manso de Cortijoliva... me había repetido la noche entera, que yo era torero, que me había preparado, que había estado muy bien en un par de tientas previas, que había estado bien con una vacota en puntas en Zacaola, que estaba entrenando con tino, que físicamente me hallaba fuerte, que el vestido azul y plata que me prestó para la ocasión Jacobo Medina, me había quedado como de la aguja...
Pero el miedo, mi miedo, eso sólo mío, eso que me rebelaba esas noches y esos días, quien era; me acompañó hasta la madrugada.
Como el día anterior, nos vestimos en la casa que el niño, cuyo nombre lamento no recordar, nos ofreció para Venegas. Ese día, 7 de agosto, Isaac Huerta, nuestro amado amigo, fue de peón de confianza. Ayudó a vestirme. Al colocarme el añadido, se cortó con el pasador el dedo. Murmuró "mal fario". No quise escucharle. Ya vestido, me sentí muy torero, me eché al brazo izquierdo el capote de paseo. Nos echamos a andar a la plaza, Isaac con el dedo cubierto, Venegas con los avíos, y el niño de la casa con la montera.
Partí plaza en medio de Miguelete y Tomás Gutiérrez, lo que me llenaba de un secreto y profundo orgullo y de lo que lamento, no contar con fotografía alguna.
El miedo hacía lo propio, procuraba apoderarse de mis piernas y algo hacía ya con mi estómago, la garganta se había secado por completo y el ir y venir del pulso acelerado, me obligaba a repetir profundamente la respiración. 
Creo haberle dado un par de capotazos al toro de Tomás.
Finalmente, saltó a la arena el mío. Un Zotoluca hermoso, cárdeno, puro saltillo, musculoso, y... burriciego.
Se emplazó. Desde los burladeros, la cuadrilla intentaba cerrarlo, más el toro no iba. "Coquis" le pegó un par de capotazos que el toro no tomó del todo y se volvió a emplazar. El papá de Miguelete, el matador Miguel Ortas, me dijo con su acento madrileño: Tienes que tocarlo mucho torero, echarle mucho el capote a la cara, venga, a por él. Y a por él fui, sintiendo ya cómo se iba ausentando de mí la fuerza y cómo a pesar de todo el entrenamiento, el miedo se hacía presente, sin concesiones. Le pegué algunos capotazos, siempre yendo hacia atrás, procurando que no me ganara, más lo hacía. Luego Isaac lo llevó al caballo, que montaba "Coquis", porque hasta donde recuerdo, al "Timo", el día anterior uno de los toros le había roto la pierna. Pedí que le pegaran. Sangró, más no disminuyó su fuerza. Lo banderillearon "El niño del Bar" y "Coquis", Isaac lo lidiaba. Venegas me animaba desde el callejón, detrás de la lámina de la barrera y tras la cual también estaban mi mamá y mi hermanita Pau -y ahora recuerdo también que el novillo, en su desorientado deambular, llegó a rematar donde ellas estaban y desprendió parte de la lámina-. Tomé la muleta, respiré hondo, cerré los ojos  Con los párpados cerrados, atraje cuanta imagen cabe en un segundo: Joselito en Madrid, Manzanares, Ruiz Miguel, Julio Robles, Ponce, Rafa Ortega, El Zapata, Venegas, mi maestro Ruiz Torres... me dije, soy torero, soy torero, esto es lo que más amo en el mundo... Levanté la mirada, sonreí, y me encaminé a brindarle el novillo a nuestro anfitrión, un niño morenito y alegre, que tímido, sonrió al recibir mi montera. Me fui hacia el toro. Primero pases de tanteo sobre piernas. El toro me ganaba, el pase de pecho fue tragando. Luego, por fin medio le paré en una tanda por derechazos, marcándole mucho, tocándolo, sin templar. Se la tragó el toro, le paré en tres o cuatro. Al quinto quizá, el toro se coló y me prendió por la pierna, me aventó unos metros y se fue sobre mí. Al no ver bien de cerca y sólo sentir, se encarnizó conmigo y me dio a llenar. Sentí como el pitón golpeaba mi pómulo y medio me noqueaba, luego entre la polvadera, vi su cara varias veces sobre la mía, hasta que metió la cabeza en mi axila derecha y tiró un seco derrote que mandó mi brazo hasta el hombro izquierdo, rompiendo toda la cápsula articular, y me siguió dando. Isaac se colgaba del rabo, Venegas lo llamaba con una muleta, "Coquis" se colgaba de un pitón, "El Bar" le aventaba el capote a la cara. Jorge, el de Huamantla, me arrastraba en la arena. Alcancé a decir "Que lo mate Isaac, que lo mate Isaac...."
Me sacaron y me acostaron a un lado de la plaza, sobre la tierra. Tenía la nariz rota, no podía respirar, estaba semi consciente y el brazo derecho lo traía colgando. Ahí mismo creo, alguien arrancó las mangas del vestido. Luego me llevaron a la desprovista enfermería del pueblo donde una amable enfermera apenas atinaba a decir palabra. Con el rostro lleno de sangre del toro y mía, alcancé a ver al matador Miguel Ortas, quien sin preámbulo, tomó mi nariz y la acomodó de un movimiento, tronó ésta. Llegó entonces mi mamá y con esa decisión propia de su aguerrido carácter, decidió: ¡vámonos a Puebla! Terminaron de quitarme la casaquilla y me subieron al LTD. Isaac, Venegas y Pau se subieron entonces.
Aceleró a fondo, ignoro cómo contactó al cuñado de su jefe, ortopedista de renombre y cómo fue que dispuso éste todo para nuestra llegada. Como buen médico, se mostró ligero y bromista. Me anestesió.

Ese día, supe lo que era el toreo en realidad.

Cuatro meses y medio después, metido en una rehabilitación que conllevaba terapias dos veces por semana, comencé a tomar de nuevo una muleta, y me iba al Relicario a ver entrenar a David Peralta, Rubén Arroyo, Jerónimo, Daniel Villalobos... 

Hoy, a 14 años de ese día, guardo como un tesoro a cada una de esas personas que he mencionado, en lo  profundo de ese músculo que suele estremecerse, cuando el amor, está de por medio. He amado profundamente el toreo. Y más, porque me enseñó a ver quien soy, o al menos, quien no era, es decir, un torero...

Hoy, hace 14 años.