Hace con el pulgar, pasar las imágenes sobre
la pantalla táctil: fotografías o algo que bien puede dar la idea de que un día
lo fueron o que éste, una llegaría a ser. Y al tiempo que frente a sus ojos las
ve desfilar, delante de ella y al otro lado de la mesa, él detrás de sus gafas,
gafas sin anti reflejantes. De la pantalla touch
han sido removidas por ella y de manera reciente, las impurezas. Hará unos
tres, quizá dos o dos y medio minutos de ello. Y ello mientras él, bajo sus
gafas voluntariamente elegidas sin anti reflejante para que los interlocutores
no adviertan el gesto de su iris; él le habla como quien se hubiera entrenado
para el momento: “No es sólo mi tiempo libre, el que quisiera llegar a
compartir contigo...” Y ella advierte además de la suspensión de su aliento -representada
aquí por los inanimados puntos-, como es que, acompañando a las impurezas en
los anti reflejantes de las gafas de él, aperlados y diminutos destellos de
sudoración acompañan la medida tensión de su entrecejo. Luego una sonrisa
invasiva con la que no contaba ella y sin embargo, aún el pulgar sobre la
pantalla touch pasando imágenes. “¿A
qué le temes?”, le dice entonces, y se atreve a tomar de ella, la mano
izquierda que descansaba sobre la mesa, rozando apenas la taza de café enfriado
hace treinta o cuarenta y dos minutos. La mano izquierda en cuyo anular, el
anillo aún: el fragmento de diamante incrustado, la aleación de metales con mi
nombre en la parte interna. Así que ella no rehúye al contacto, sino que
simplemente detiene un momento a su pulgar derecho sobre el i phone. En la pantalla touch, una fotografía de ambos –ella y
yo-, cuando nos aventuramos a pasar tres o cuatro días a la orilla de un mar,
sin otro motivo particular salvo el de escuchar de un mar, el mismo oleaje
durante esos tres o cuatro días. No sabe él si los ojos de ella han brillado de
manera especial cuando la frunción de
su frente se centra en un leve rozar del anular con el medio sobre el anillo.
Se toma él la libertad de inclinar para sí la pantalla touch. Se apena. Una sonrisa débil, con la que ella tampoco
contaba, se disuelve entonces hasta la mesa de madera negra. Y parece succionar
sus propios labios o hacer pasar la lengua por entre los dientes y el frenillo,
como preámbulo a bajar bajo sus gafas reflejantes, la mirada antes taladreante. Es ahora una sonrisa que va
materializándose paciente, con la que la encara: “Más de un año, Carmina...”, y
ya sin ella, le aprieta la mano izquierda como para que el diamante o fragmento
pulido consiga enterrarse –o cavar- sobre la piel. ¿Qué hará falta que haga
como para poder llegar a casa por la noche un día y disponerme un par de horas
en preparar un pastel de chocolate como menciona la mujer que convive con su
hija menor y la amiga de ésta, en la mesa de junto?, se pregunta ella
resistiendo el arado de la piedra contra su piel –suave hasta entonces, por
cierto-. Me pienso a veces como quien entra al expendio de café en shorts y
ropa y calzado deportivo y un i pod
al bíceps izquierdo y pendiendo del cuello, auriculares especializados para iron man. Nunca pensaría en venir aquí a
refrescarme o descansar luego de una carrera fitness a media mañana o tarde. “¿Un año y un par de meses?” “Sí.
Trece meses, dos semanas, tres días”
Y el sólo escucharla y advertir en sus
palabras que dentro de ella, la probabilidad de inestabilidad sobre el núcleo
de material radiactivo es de tal modo considerable, que bien podría hacer
fisión, que lo obliga al retraimiento o al estremecimiento; es entonces que
ella puede encararlo y ser ella misma quien con ambas manos, toma por las
patitas el armazón que sostiene los anti reflejantes. Un óvalo pequeño en los
labios de él, para resoplar. El aliento de él contra la garganta que se inflama
de ella: “están sucios”, dice; ¿“sí”?. “Sí”. Y como si, no del estratega que
durante los últimos meses nos guío por los campos sino de uno de grado superior
–algún oficial- se tratara, ha ella hecho esto con la finalidad de que pueda él
ahora, entretenerse con el i phone.
Para esbozarle lo que la esperanza de la felicidad duradera muestra como
pixeles sobre una pantalla touch:
ella y yo, casi siempre sonrientes –me disgusta mi sonrisa, más en las
fotografías; quiero decir, que no siempre que sonrío me es molesto, pero al
verme suspendido en una imagen, reconozco que no soy especialmente fotogénico-;
en algunas, tomados de la mano o francamente abrazados, en otras, lugares
indescriptibles y sumamente comunes, solos o rodeados de amigos. “¿Lo
extrañas?” Ella devuelve entonces las gafas y da un sorbo al café frío, espeso.
“¿A quién?” Es una serpiente. Una resplandeciente, verde disuelto a amarillo,
nauyaca. Habría en este momento, abierto las fauces más de 180 grados. Y le
habría clavado no los colmillos ni habría él sentido el corroer de sus escamas,
sino que con sólo el aliento descendiendo por la seca y helada garganta de él,
sabría de lo que el veneno de esa especie de chordatas provoca al organismo de seres que como él, se consideran
a sí mismos el primer eslabón en la cadena alimenticia: dolor intestinal,
abultamiento, necrosis general al interior de la pleura. “¿A quién..?...a él, a
tu ¿..esposo?” –Yo sonrío porque él transpira cuando dice “tu esposo”-Y si ante
ello, ella sonríe, es porque alguna glándula habrá secretado en su interior o al
acontecer de cierto intercambio químico de su sinapsis, placer. Placer
diminuto. Silencioso. No oscuro sino grisáceo. Neblina.
-Deberíamos pedir algo de beber
-¿Más café?
-Algo de tomar
-Ah... sí, claro, pues...
-¿Un vino?
-¿Vino?
-Sí, ¿quieres?
Es él ahora, la indefensa y cómica personificación
del desconcierto, es todas las contrapuestas, asonantes y arítmicas notas ante
las que no llegó a recibir ni en el más “afilado” de sus entrenamientos, instrucción
para sobrellevarles. Es ahora ella, quien puede disponer: y lo mismo descorcha
un Pinot Noir, que deja ver el
contorno de sus senos cuando se quita el saco y un botón se le entreabre a la
altura del esternón. Ya lo mismo deja escapar alguna fugaz carcajada, que lo
encara para hacerle saber que yo, no he muerto.
Que el Estado ha sido generoso en el cuidado
de la correspondencia de quienes nos encontramos en el frente.
Que un cabo, personalmente, hace llegar hasta
sus manos los sobres plásticos con mis letras al interior. -Letras que siempre,
han procurado velar el ansia con que la tinta las despliega sobre ese papel de
alto gramaje especialmente confeccionado para resistir los embates de algún
temporal. Letras, en efecto, a la intemperie.-
Que el Estado, se ha hecho cargo además, de
cada veinte días, darle cuenta de mi “posición” o paradero en “la línea”.
Que el Estado, no obstante la devoción con
que esa dependencia del ejército se afana en mantener informados a los seres
amados de quienes formamos esa “primera línea”, hace más de cuarenta días que
en el caso particular de nuestra compañía, no cuenta con la información suficiente o halla ésta tan
llena de imprecisiones que por protocolo, se prohíbe compartirla.
Que el Estado entonces, la citó ayer.
Que el Estado intentó, a través de un Brigadier,
confortarla.
-¿Un Brigadier?
-General Brigadier
-¿Eso qué significa?
-Que su compañía se halla extraviada
Que
un imprevisto ataque pudo haberlos dispersado
Que
existe la probabilidad –no confirmada, por supuesto-, de una deserción.
-¿Deserción?
Y si yo hoy, sé de este
relato, y si puedo hoy, dar aquí cuenta de él; si todo lo que he escrito hoy, en
este momento y delante de ti; hace que mi lengua se congestione y que consigas
escuchar tan sólo algunas palabras o los golpes sobre tu piel; es porque tú, fuiste
devoto en documentarlo.
Tú, the big brother, le vouyer,
el vigilante, el investido como garante de la seguridad nacional; tú, un líder
moral, el fantasma de todos y de nadie. Tú, sentado delante de mí para escuchar
el otro punto de vista –la cámara oculta, el making off de tu obra-, mi particular reconstrucción de los hechos,
el sentir del “desertor” de tus propósitos.
Quiero que observes, por eso te he sentado
aquí, detrás de esta especie de marco para la acción –la bocaescena para
bocanadas urgentes de los desprovistos en nuestra puesta-.
-Yo creo.., que podríamos conversarlo.
Estamos en medio de esto, juntos, tú, yo, él... nosotros ¿me entiendes?- dices
detrás del bozal que he ajustado para que en efecto, sea posible escuchar de
ti, tus lamentos.
-Pero si no vamos a conversar nada- te respondo
natural.
Siempre supuse que un día -no uno como éste
pero sí cargado de creatividad como este anochecer-, tendría que tomar una
decisión artística. Decidir, por ejemplo, qué dejar en cuadro y que preferir
que permanezca al margen del frame,
cuál será el adecuado trabajo de edición, ritmo, emplazamientos. O si habrá que
utilizar un lenguaje como éste que ahora lees o quizá uno más bien cotidiano,
casual. ¿Qué tal algo de sarcasmo en el relato o una abundancia en las imágenes
y sus detalles? Detalles como –por mencionar alguno-, el modo en el que el
contorno de una piel (carne al fin) en torno a la reciente entrada de un
proyectil de 70 mm., se muestra cauterizado y en sí, prácticamente cocido. Huele.
Aunque el olor no se hallaría ya en el terreno de lo plástico sino quizá, de lo
escénico. Un chef sazonando para el deleite de degustadores imaginarios. Tú, el
degustador. No únicamente pienso esto en términos de edición sino también de
montaje. Un montaje más bien emotivo, cuyo hilo conductor, no dependa en sí de
los hechos que han conformado esta particular anécdota, sino del palpitar de
nuestros pulsos frente a ellos y en consecuencia, el acomodo en función de -por
ejemplo-, un crescendo o allegro moderato, tal vez continuo o moltto vivace. Tal vez tú recuerdes algunos pasajes mejor que yo y
ahora, mientras observas cierta evidencia, quizá colabores con la obra. La
decisión artística. Como si de ella dependiera la plenitud de nuestra
creatividad y en sí, la justificación de nuestra existencia. ¿Te has percatado
que he escrito “nuestra”? Espero que sí.
-Me gustaría insistir...
-¿Qué? Perdón... ¿insistir, dijo?
-Sí, insistir.
-¿En qué?
-En que lo conversemos.
-Eso hacemos ¿no? Conversamos
-Acerca de tu participación en los hechos, la
consecuencia de los mismos, tu responsabilidad en ellos, la posibilidad de tu
regreso, tu reinserción social...
Le dejo hablar. No lo
interrumpo con palabras. Ni con contacto alguno. De hecho, no le interrumpo en
absoluto. Únicamente le miro. Y en mis pupilas, vuelve a ver las dos horas
previas a ésta, nuestra relación espectador - ¿creador?.... “Mira mi obra, por
favor” alcanzaría a decir, suplicante, más prefiero seguir mirándole al tiempo
que me acerco al mini reproductor del que me he hecho para el momento. Un mini
reproductor provisto por el Estado mismo. Algo con pantalla touch también. Play again, chapter one:
Ahora ya sin las gafas reflejantes, y con
ambos dedos –índice y pulgar- presionando los lagrimales, el “involucrado” a
cuadro: esa especie de overshoulder
con la que las cámaras de seguridad nos regalan destellos de intimidad, la
especie de malogrado cenital sobre las horas frágiles y guardadas para el
olvido de cada hora de cotidianeidad antes perecedera y hoy, sabia, pacífica y
brutalmente vueltas material de Estado y para el Estado. Resopla más que
respirar y entonces, emite un “No sé de qué estás hablando, Carmina” –dice el
nombre, el nombre de ella.
Un error.
Garrafal.
De novato.
O de quien se ha involucrado ante la
ferocidad de su víctima.-
Y ella, Carmina, mi esposa, lo sabe.
“No te llamas Antonio. Ni José Antonio. Tú,
ya no tienes nombre. Desde hace tiempo que decidiste, ya no pertenecerte y ser
un sin nombre.” Desvía él entonces la
mirada hacia la cámara, hacia el cuadro; ha caído en cuenta de su error y con
los globos oculares inflamados y las pupilas contraídas, pareciera decirle a
alguno de los Big brothers, que corte
el segmento, que lo edite, que borre los megabytes
del segundo de su confusión. “Estoy confundido, no sé de que estás hablando
Car...” “No. No digas otra vez mi nombre. No cometas el error de nuevo”
“¿...Qué..?” –imagina lo que esos puntos suspensivos que escoltan su
fragilidad, pudieron llegar a significar.- Y ella, la mujer a la que supuse un
día, amaría “a perpetuidad”, es en cuadro una cheetah, ese felino que suele concentrar inclementes joules de energía, de los que su mirada
aglutinada en la pupila finísima, da cuenta; esa sensualidad no naranja ni
amarilla ni sepia; ese arquearse sobre las garras, ese imperceptible devenir de
sus colmillos entre el hocico empapado. ¿Habrán acaso sido sus labios
insaciables quienes colapsaron al “involucrado”? Se permite la cheetah entonces, mostrarle la pantalla touch, sin soltar el i phone por los costados. La definición
de la imagen no retrata el contenido.
Más ése, te lo muestro yo mismo aquí. Mira:
El documento electrónico, al que se accede únicamente
conociendo el códex, una instantánea de la pantalla del portal secreto, que
carece de diseño y es todo en sí, sólo una sucesión de datos como en el tiempo
del MS-DOS: <enter> “write” <specification> <confidential mission> -esos primero
datos en inglés, como para que el extranjero pueda identificarles o rastrearles
a velocidad luz- “write” <<00 code name “death rhino”>> -Sí, yo soy el rinoceronte muerto-. <<10
“death rhino” ha sido clasificado
como DISAPPEARED>>
Los rinocerontes no suelen convivir con los cheetah. Un rinoceronte de Java (Rhinoceros sondaicus). Una entidad en
peligro de extinción. Más el perissodactylo
se resiste al exterminio y en un paraje extenso, ha acometido.
Detrás del bozal: “Era necesario. Era una
orden de Estado. Y esto, es un delito.” Un hombre intentando ser el amenazante
portavoz de la ley, detrás o bajo el bozal. De nuevo el color de mi iris ocupa
todas las posibilidades de su pensamiento. De nuevo, me siento en una especie
de euforia, estallido o éxtasis creativo. No piensen en Miguel Ángel pintando
el diminuto pene del hombre tocado por Dios en el techo de la Sixtina, piensen
más bien en un artista mayor, Cho
Seung-Hui por ejemplo, al momento en el que de hecho, Dios y él acariciaron
mutuamente sus penes. Así que nuestro primer contacto real, espectador –
“creador”, consiste en bajo el bozal, arrancarte un diente para la evidencia
–los caninos contienen material genético además de la huella para el registro
dental del ejército-. Ya con tu diente entre las pinzas y tu sangre manando
bajo el bozal: Play. Play again. “Por favor...” Ahora
suplicas. “Oh Dios...” “¡Mira!” –me atrevo a interrumpir tu diálogo con el
creador.- Y de la propia correa del bozal le enderezo y le coloco cara a cara
con la pantalla touch del mini
reproductor y en ella, el cuadro que llega a saltar de segundo en segundo, que
desafoca o sobreexpone. La fecha del lado izquierdo arriba; el temporizador a
la derecha abajo. “Mira”: Pero lo que ni el instinto de la cheetah, ni su bravura, ni la más aguda de las terminaciones de su
olfato pudieron prever –acaso porque tras nuestra última correspondencia
(secreta), en la que le hacía saber (quebrantando con ello cualquier juramento
y dotando de suficiente evidencia al Estado como para eliminarme), la
naturaleza, detalles e implicaciones de la próxima y “definitiva” operación del
Batallón B/17-M; ella vio como su mundo (nuestro mundo) se disolvía o
disolvería para siempre y eso la dotó de una también imprevisible determinación-,
no pudieron preveer la eficiencia del entrenamiento y la tremenda e inhumana
capacidad del “involucrado” para rehacerse de su quebranto, para bloquear
cualquier palpitación que la hiciera considerarla en su plenitud y lo que de
ese felino, habría de hacerse perdurable, tanto como yo lo pensé el día en que vi
con ella, mi vida a la orilla de un mar calmo y frío, durante tres o cuatro
días. La toma del antebrazo derecho. Ella sonríe –a sí misma, se considera aún la acechante.- Siente entonces y como
para no dejar lugar a dudas, la punta de una Glock .19 –que no es fría sino más bien tibia por la aleación
plástica de su cuerpo- contra su clítoris; él la sostiene debajo de la mesa con
la mano izquierda y al oído alcanza a decirle, “Podrías dominar a cualquier
especie, amorcito, pero preferiste ser dominada. Toma mis anteojos y
guárdamelos en la bolsa de la camisa. Después, te levantas despacio y vas al
baño de damas, todo mientras me sonríes como para que la verga se me pare y
esté lista para meterse en tu culo” Un espasmo en la cheetah. “Sonríe” Pero ella no puede y deja entonces escapar todo
lo acumulado durante las anteriores semanas, desde que recibió mis letras.
“Sonríe, puta, sonríeme y páramela”. Sollozo de ella. Sorbo de él al Pinot Noir –cata en la línea de fuego-. Ella
sale de cuadro, cubriéndose la boca con la mano derecha, sobre su índice, corren
dos hilitos de lágrimas saladas. Stop.
Sobre un estuario, se desliza el viento con
poca prisa, y más bien, peina con su silbido las aguas para calmarlas y así
ambos oleajes –el de un río, el de un mar que desembocan juntos a la deriva-,
podrían confundirse con una calma dilatada y tibia sobre la que Carmina y yo un
día, de un tiempo que perteneció a una existencia extinta, flotamos sin
quitarnos la vista de encima. Pupila a pupila, cara a cara, aliento contra
aliento y luego los cuellos y gargantas enredados y luego, las lenguas también
no sólo atadas sino penetrándose. Así veíamos un día, ella y yo, sobre la
timidez de la ría, la discreción de las nubes deslizándose arriba, al tiempo
que nosotros y sobre una balsita, lo hacíamos hablándonos por lo bajo:
-Es una vida
-Pero no “toda” una vida
-Es “nuestra” vida
-Es para nuestra vida
-¿Quién te llamó?
-Es... es “confidencial”, amor. Y reímos
entonces, al unísono, y ella acurrucó su mejilla izquierda contra mi clavícula
derecha y nuestros sudores se confundieron bajo la humedad de los treinta y
cinco o cuarenta grados centígrados; navegábamos río adentro. Y una nauyaca
quedó mirándonos y ella enterró sus dedos en mi muslo derecho y siguió riendo.
-¿Te asustó?
Silencio el de ella. Suspiro el mío.
-¿La víbora?
-Sí
-No... no.
-¿No? Pensé.
-No
Y ya en algún recodo, la miré a los labios,
la besé como esa vez única en la vida y la balsita se estremeció estremeciendo
a su vez al discreto oleaje y ya cuando ella habría deseado que la penetrara
ahí, bajo esas nubes ardientes, prefirió preguntarme:
-Si vas, ¿regresarás?
-¿Cómo?
-Pensé... pensé que te comprendía
completamente, que lo único que había sido en verdad importante entre nosotros
hasta ahora, había sido ese entendimiento; y ahora, al mirarte, con tu vista
tan puesta en ese “mandato...”
-Es una “oportunidad...”
-¡¿Qué?! - Es un mandato. Una orden. Tú eres
un soldado. Tú obedeces. Tú no decides obedecer o no. Tú cuentas con la
voluntad suficiente para entregar tu existencia al servicio de lo que has
considerado, guarda el equilibrio para el ecosistema de quienes amas....-
-Pude haberlo rechazado, Carmina. Pero no lo
hice. Porque esta operación, bien podría significar un cambio completo en el
curso de lo destructivo que esta guerra, ha sido.
-¿Esta guerra?
-Demasiados daños colaterales
-No te conozco...
-Carmina...
-Creía conocerte.
Lo intentaron mis labios sobre o dentro los
suyos; más fracasaron. Navegamos algunos metros más, menos de un kilómetro.
Mirábamos lo mismo: lo exuberante de una vegetación capaz de esconder las más
descarnadas manifestaciones de sensualidad o voracidad; algunos ojos que a su
vez nos miraban, de alguna guacamaya o de una pantera verde; mirábamos el mismo
horizonte y no obstante, ya para cada uno, adquiría el entorno y sus detalles,
una faz completamente distinta, un mundo que se disolvía dentro de otro. Estas
letras no alcanzarán a describirlo ni a significar lo que desde ese día, a ella
le habrá parecido quizá, una traición. Fui acuartelado a los quince días de
nuestras miradas nadando en la timidez de un mismo mar. Permanecí incomunicado
veinte días –los más que permite el protocolo-. A partir del día veintiuno, un memorándum
se nos hizo diariamente firmar: podríamos ser incomunicados cuando el Estado lo
decidiera, con el fin de salvaguardar la seguridad de nuestra operación. El día veintiocho, se nos hizo saber que
sería el último en el que podríamos comunicarnos libremente de manera
electrónica desde el cuartel. Le envié el mail más extenso de mi vida. Intenté
dar cuenta en él, de los instantes. De los miles de instantes que suponía, eran
en sí la sangre y oxígeno en ella disuelto, de nuestra relación. Y le hice
saber que regresaría. Y que no obstante lo delicado y confidencial de nuestra
operación, el secretario había -personalmente-, autorizado que la
correspondencia una vez en el frente, permaneciera fluyendo con nuestros
familiares –previa revisión. <Abstenerse de sugerir o explicitar cualquier
tipo de dato de localización, acción militar o comunicación o su
correspondencia será detenida, revisada y destruida y el Tribunal Militar
procederá contra usted, sus presuntos cómplices y familia.> Carmina, tú eres
mi familia, era la penúltima línea. Hace hoy, catorce meses
-¿Lo recuerdas, cerdo?
“Yo mismo redacté esa comunicación” Lo obligo
a mirar al fondo. “Lo sabemos” –Tal vez te preguntes por qué utilizo el plural,
no abundes en ello, esos dos soldados que entran en la penumbra, delante de ti
y llevando consigo a rastras un bulto, son la respuesta-
Moscas en el ambiente. Moscas mientras
escribo. Moscas siempre que le escribía a ella, en los campos. Moscas ahora que
lees, sobre esta hoja que no consigue transmitirte o hacerte llegar –en entrega
inmediata-, el estremecimiento de su organismo en ese cuarto piso cuando mis
dos compañeros patean al bulto y éste responde con un brevísimo espasmo al que
le sigue el inaudible rumor de una tosecita sangrante. Moscas sobre su
tosecita. Moscas andando en nuestras botas heladas. Moscas a lo largo del drill de nuestros pantalones olivo y
nuestras camisolas negras o a camuflaje, con la insignia que denota: B-17/M.
Una S hay debajo y al centro de la denominación. La S significa Fuerzas
Especiales de Oficiales. La M, Marina. La diagonal, que se trata de un Batallón
especial, de Élite. “Pero si tú eres un oficial, tú eres un profesionista, tú
sí piensas...” Alcanzó a decirme Carmina con la voz anudada y los párpados
empapados. En sí, no éramos un batallón, de hecho, no alcanzábamos a formar
siquiera la mitad de un batallón. No éramos más de cincuenta. Quedamos cinco.
Los cinco en este cuarto piso de este abandonado edificio de salud al centro de
este campo de batalla.
Antonio. José Antonio. Debió decirle al
presentarse, con su particular encanto y lo medido de sus gestos y justo cuando
ella ya no contaba con suficiente fuerza como para resistir un contacto casual,
en el café – bar en el que solía refugiarse al atardecer y desde siempre, desde
antes de conocernos incluso. Luego no le habrá invitado una bebida sino que,
con la palma extendida como para aumentar la confianza, la habrá conducido
afuera del café para mostrarle cómo es que la mayoría de los ciudadanos, fluyen
de vida. Y cómo es que en ellas, en sus vidas, una especie de felicidad
reluciente, se despliega de un tiempo a acá, con la proximidad de la época
navideña. Luego tal vez, le habrá dejado su tarjeta, en la que bajo el supuesto
nombre -José Antonio..-, pudo leer:
“Arquitecto Proyectista Contratista”. Y ya para el tercer o cuarto encuentro,
quizá dejó ver algo más de sus intenciones cuando la tomó por la cintura –más
no por la espalda sino que quizá, posó una de sus pesadas manos entre el
ombligo y el pubis de ella mientras él detrás, le habrá susurrado “¿Te gustaría
ir a otro lado? Podría llevarte ahora mismo a donde quieras” Y cada uno de esos
movimientos, cada uno de esos gestos y cada una de esas palabras, fue estudiado
por la Inteligencia Militar que le comisionó la infiltración no sólo de los
pensamientos, intimidad y cotidianidiad de Carmina sino que también, de su
vagina, y de a poco, de su intranquilidad. Al inicio del segundo mes y al
tiempo que nosotros, el B17/M –S-, seguíamos quirúrgicamente las instrucciones
de nuestra última operación –la “definitiva”-, Carmina tuvo el impulso de
borrar los gigabytes de imágenes
contenidas en el i photo de su mac book, justo cuando recibió el
mensaje del Alto Mando: “De momento, el
Estado no cuenta con elementos suficientes para dar veracidad a la información
acerca de la situación del Oficial-----“ Luego “Antonio” o “José Antonio”, la
penetró, también quirúrgicamente. Como si la Inteligencia Militar conociera además
de lo erógeno de su geografía o campo minado. “Por favor....” Suplica “Antonio”
o “José Antonio” desde el interior del saco en el que descansa atado desde hace
unas tres horas. ¿Por favor?
-¿Vas a matarme?
-¿Cómo?
No. No voy a matarte, porque quiero que desde
el lugar en el que estás, aprecies el material, y luego éste se acomode de tal
forma en tu memoria, que vivas muchos años para no poder desprenderte del
momento a lo largo de cada uno de los días de esos años y sobre todo, de las
noches de esos días. ¿Me entiendes? Y quiero del mismo modo, que tú, ahora que
lees entre tus moscas estas letras, lo hagas. Y para ello, requiero que la
imagen sea lo suficientemente plena y explícitamente contundente, que su impresión
sea un tatuaje en cada una de las neuronas de tu memoria. Así que, relájate. Y
disfruta de la lubricidad de nuestro estado creativo: Uno de mis compañeros
trae consigo clavos sin cabeza –es decir, con la punta afilada a cada extremo-,
te los coloca de los párpados a los pómulos en medio de tus gemidos y sobre
involuntarias lágrimas, a fin de que no puedas ya, cerrar los ojos. Mi otro
compañero trajo Colirio Eye-Mo, que
verterá cada cuarenta u ochenta segundos, en tus lagrimales y globos oculares.
Ahora, observa. Yo mismo desato el saco, en cuyo interior, únicamente se
escuchan bajísimos decibeles de lo que sería el gemir de un dolor inmenso. Por
ejemplo, el dolor de traer insertadas, en el conducto urinario tres balas .38.
Por ejemplo, entre las uñas de los pies, “Antonio” o “José Antonio”, trae a su
vez insertados sus propios caninos –a fin de que, cuando su dolor ceda paso a
la muerte y tras algunos días de hedor, su cadáver sea encontrado por alguna
patrulla citadina, sea también a través del registro dental que a sus seres
amados, les sea informado de su deceso para que procedan con las exequias. Por
ejemplo, también un dolor en lo que podría para algunos, ser el alma: hacerle
saber, tras haberle inquirido sobre el paradero de Carmina... (Piensa en mis
ojos, piensa en si se hallan llenos de lágrimas o es simplemente paciencia
disuelta en agua y sal, la paciencia del odio), que a su madre enferma podría
retirársele la mascarilla de oxígeno hasta que se asfixie con sus propias
babas.
Ahora mi sargento: –En un principio se negó
“Antonio” o “José Antonio” a dar respuesta acerca de la pregunta sobre el
paradero de Carmina; ante ello y en función de la urgencia de respuesta,
hubieron de aplicársele motivaciones tales como, cortarle la mano derecha (se
cauterizó de inmediato el muñón) y luego, hecho llegar el puño cortado hasta el
colon descendente, a través del ano y sin compasión. –
-Gracias sargento
-De nada, oficial.
-¿Y?
-El detenido confesó entonces. Al detenido. Al
sin nombre. Imagínalo de manera
plástica. Recrea sólo la imagen: está en cuclillas –no puede estar de otro
modo-, está desnudo de la cintura para abajo –no soporta el roce con ninguna
prenda, aún cuando se procuró su pudor-, su pene sangra a razón de las tres
balas insertadas en su conducto urinario y es posible ver como entre sus nalgas
y debajo de sus testículos, sobresale el muñón –se insertó la mano cortada por
los dedos, entró hasta los carpianos-. Su rostro todo, se encuentra empapado
del sudor del dolor que ya se confunde con las lágrimas o se disuelve en sus
babas y expulsiones de mocos. Entre las
uñas de los meñiques y medios de ambos pies, caninos clavados –tres de las
cuatro uñas se desprendieron, la cuarta aguanta la tensión con devoción-. No
está amarrado. Nadie le apunta con arma alguna. Vamos, ni siquiera hay alguien
en la salida a sus espaldas, al fondo de éste, nuestro escenario particular; es
más, es que hoy todos somos espectadores de su confesión. Especialmente, tú.
-Van a detenerlos o a matarlos a todos
ustedes, desertores.
Él usa la palabra de la vergüenza.
Desertores. Nosotros no desertamos. Nosotros no cometimos traición alguna. Nosotros
no dejamos ni un segundo –incluso ahora, incluso tecleando estas letras,
incluso él, soportando el dolor (arde) que la tercera bala insertada hasta su
uretra, provoca; incluso tú, con los clavos tensando tus párpados y las moscas
en ellos-; no dejamos ni un solo segundo, de cumplir con nuestro deber. A
nosotros, a los cinco que estamos hoy en este cuarto piso, se nos seleccionó
precisamente, en función de nuestra lealtad. Y se nos encomendó una operación
de Estado. Y se nos envió al frente a cumplirla. Una operación de exterminio.
Una operación en tres etapas: mutilación, sustracción y exterminio. Una
operación que además, sería autodestructiva. No perduraría un solo elemento de
quienes participaran en ella. Y se nos encomendó a la usanza clásica: sin que
conociéramos ni su naturaleza ni sus fines.
Al principio, dijo “yo creo...”, y esos
puntos suspensivos que siguieron dan cuenta únicamente del ardor en su uretra y
colon descendente. Luego dijo, tomando arcadas y temblando, “yo no sabía del
resto de la operación, a mí solamente se me encomendó infiltrar la vida de la
señora Carmina...” Luego fuimos persuasivos y le mostramos, en tiempo real, u stream, el paulatino ahogamiento de su
madre ya sin respirador. Vomitó un trozo de estómago destruido por la acidez in crescendo. Luego dijo “por favor...,
mátenme”. Nosotros no matamos a los nuestros. Luego, añadimos otro elemento a
la obra:
-Y quiero que lo miren ambos con
detenimiento, quiero que ambos procuren no excluir ningún detalle, quiero que
ambos, recorran con todos sus sentidos, el material.
Un collage
completo, una especie de escultura orgánica que en tiempo real va
materializándose conforme mi sargento va regando el piso desde otro saco con trozos
de brazos de niños, trozos de rostros de niños, trozos de senos de mujer en los
labios de un trozo de rostro de bebé cortado mientras era amamantado. Toda una
comunidad. Una comunidad indígena, mutilada, sustraída y exterminada. Nosotros,
los oficiales, ni siquiera nos enteramos de lo que sucedía en el frente.
Nosotros planeamos solamente la logística: transporte, aprovisionamiento,
inducción, sustracción. Nosotros ordenamos los horarios de los pelotones que
ingresaron. Quienes ingresaron son rasos. Fueron igualmente exterminados al
finalizar la labor. Se les ordenó vestir de civiles, de oriundos, de sombrero o
botas o sandalias. Se les masacró fingiendo que se enfrentaba a paramilitares.
Observen el collage, por favor. No
pierdan detalle, por ejemplo, ése, es un ojo entreabierto y acaso, aún
sonriente. “Oh”, y allá, la mano cortada de una mujer aprieta dos dedos de
quien bien pudo haber sido su hijo, sobrino o vecino, tal vez su alumno en ¿el kindergartten?
Esto es lo que nuestro Estado hace.
Selecciona. Deshecha. Y luego edita.
Más moscas, cientos de moscas sobre los
trozos de cuerpo. Mis compañeros se han colocado cubrebocas. Yo prefiero el
hedor. Y entonces confiesa:
“Me había involucrado. Tal vez nos habíamos
involucrado el uno con el otro. Llegué a pensar en huir con ella. En desertar.
Hasta que fui informado de que una correspondencia no revisada ni clasificada,
había llegado a sus manos. Desconocíamos el contenido pero sabíamos que era
suya, oficial. Entonces mi tarea consistió en extraerle la información, más
ella, ustedes, se adelantaron. “Dead
Rhino.” Ya no tiene fuerza, ha caído sobre su costado y por efecto del
golpe, su intestino ya infectado, expulsó la mano cortada, recubierta en heces.
A Carmina en el baño de “damas”, un tornado le aconteció en las venas. A
Carmina, en el baño de “damas”, una mujer se le acercó para intentar
reconfortarla: todo estará bien, ¿quieres una pastilla, un dulce?. De inmediato
el cráneo de la mujer fue estrellado contra el mosaico blanco, sin dejar
huella. Carmina comenzó a ahogarse entonces, porque se sabe que la angustia
bien puede contraer las vías respiratorias. Provocar un shock. Atraer para sí,
el maremoto provocado por los tentáculos de un kraken. Tres elementos de Élite en el baño de “damas”. Catorce
segundos dura la operación. Se ultima a la testigo, la mujer que lleva consigo
dulces para contrarrestar los embates de clima sobresaltado que generalmente
conlleva para sí, el ansia o la angustia. Carmina en vilo.
Carmina, una cheetah que no ha sido masacrada por cazadores del África, que no
ha sido atacada por predadores mayores ni por mutantes, sino que desollada viva tras salir del baño, ha su piel
manchada de encontrarse ahora, expuesta en tu sala para la exposición de la
barbarie. ¿Cuántos invitados han ya, Chandon
mediante, disfrutado de tus trofeos? ¿Se expone ahí la cabeza de algún
rinoceronte, en la pared que enmarca la piel anaranjada de ella? ¿A quienes
cuentas entre tus invitados más importantes?
Nosotros, ella y yo, que basábamos cierto
intercambio afectivo –amoroso, sexual incluso-, en el marco de lo que una creación
culinaria podía dotar para el estremecimiento de nuestros sentidos, llegamos a
resistirnos a cocer ciertas especies. Y ahora, tú, con ella en tu bandeja
principal, sazonada y expuesta sobre hierbas exóticas y marinada con aceites de
difícil obtención –todos ingresados al país por puerto-; tú con ella en tu
bandeja de plata para hacerte saber que la operación, se ha consumado, y que la
posibilidad de que alguna información o evidencia se filtrara, se halla ahora como
bufete para tus invitados enfundados en etiqueta costosa, sobre la mesa de tu
salón de trofeos. Nadie sabe a qué se debe esta cena, ni el motivo del festejo.
Alguno llegó a decir que a tu ascenso, reporteros que a tu cumpleaños. No a que
la operación fue un éxito y a que incluso los leales, han sido disueltos en la
nada para que nadie pueda dar cuenta de ella, y que el territorio, es ahora
dominio de tus inversiones.
-Yo únicamente seguí las órdenes, igual que
ustedes.
-Supongo.
-Ya no aguanto los ojos.
-No tiene sentido tratar de hacer un trato
contigo, pedirte que testifiques o alguna niñería de ésas. Cualquier instancia
judicial... tú sabes ¿cierto?
-Sí, cierto. Por favor...
Medita un momento entonces, por favor. Si has
llegado hasta aquí, medita un momento y reflexiona acerca de si estos dos
leales habrían de morir. Me parece que no, que ahora, él con sus balas en la
verga y él, con los clavos impidiéndole cualquier parpadeo, habrían de salir a
sobrevivir ahora que cae la tarde y que ya la luna asoma la crueldad de su faz.
Bebe algo, para mientras lo lees, adviertas
que quizá una cámara de seguridad provista por tus impuestos y tus subordinados,
te observa, no sabes si existe alguien que edita el material o simplemente se
masturba al verlo; y entonces, considera que todo esto, cuanto has leído, forma
parte de una obra, digamos, mayor,
imágenes sugestivas a las que puedes acceder con sencillos toques sobre la
pantalla touch de tu i phone o i pod o Tablet o galaxy; provistas también por el Estado.
Tu Estado.