Casi a media noche recibirías un mensaje. No el mensaje que has sabido, de un momento a otro y del modo que llaman "inevitable", llegaría. No el mensaje que todo este tiempo, has deseado arribe. Casi a media noche, estas palabras que escribes serían velocísimos organismos arácnidos recorriendo tu memoria y el centro de tu espalda. Arañas royendo por tus omóplatos, tu espina y tu nuca. Arácnidos colgados de tus testículos -porque tienes testículos y no vagina-. Arácnidos al interior de tu esófago. Insectos colgando para su siesta de tu paladar y tendiendo su baba con la tuya sobre tu lengua. Por eso tu lengua se haya adormecida. Por eso a pesar de las ocho patas aprisionando tu verguita, corres a esconderte del tiempo y dejas así pasar unas cuatro o cinco horas inútiles, inmóvil, con las arañas cundiendo tu organismo pero ante todo, el espacio de tus neuronas. Imposible ahora, distinguir entre las instintivas telarañas y las ramificaciones sinápticas o el "gran simpático". Por eso ahora estás aquí sentado y mirando a tu teléfono - detonador - percutor. Porque aún cuando sabes que no es todavía media noche, la aguardas para escuchar o leer su mensaje. Por eso te pones algo de música. Por eso te das el tiempo -al que temes más que a nada en el mundo- y te sientas y te dispones. Y no atraes ahora las imágenes recurrentes ni los sinsabores para el paladar conocidos. Por eso no reparas en la letra de la música. Nick Cave o Nina. Casi a media noche, tu teléfono sonaría y en él, aparecería un mensaje. Casi a media noche, recibirías un mensaje.
Y aguardando un mensaje o el atrevimiento para conversar consigo y con ese escalofrío recorriéndole, seguramente escribe un cuento. Un cuento para niños o para sí. Un cuento que pudiera contarse a sí mismo en noches como ésta. Un cuento que no requiera ser contado a voces o que pueda soportarse sin ir quedándose dormido o demandar caricias intermedias entre capítulo y capítulo. Un cuento que a partir de hoy, él se contará antes de dormir para pacificar sus arañas:
"Caminaba, con las piernas hundidas en la nieve. Apenas recuerdo el color de la nieve, pero llego a suponerla negra. Un perro lobo me acompañaba de lejos, acechando al viento helado y lamiéndome de cuando en cuando, cada que desfallecía, una o dos heridas bajo el abrigo. Él, el lobo perro sabe que mi sangre bien podría ser su alimento durante el próximo mes y llega a pensar en sus hijitos, o su esposa, que le aguardan a kilómetros sobre la estepa, sin cobijo alguno. Él me habló y me preguntó si preferiría que me matara, yo alcancé a decirle que deseo que me curen. Me dijo entonces, que los indios se encontraban a varios días de distancia en trineo, que él había ya, recorrido ese camino varias veces, con hombres mucho menos heridos que yo y que no obstante el cuidado de algún acompañante y el coraje del tiro de perros lobo; todos habían muerto."
Bebe algo, inserta otra moneda para continuar. Las píldoras, acude a las píldoras. Pero no desfallezcas, de momento, no desfallezcas. Solamente sigue escribiendo, sobre los lobos o las arañas, pero no desfallezcas.
Si fuera a dormir, si ahora fuera la hora de ir sin sueño, a dormir, me gustaría que uno de los perros que han visto de frente a la muerte, me contara mi historia sobre el trineo. Que me contara cómo es que le cielo se veía en mis pupilas dilatadas o cómo es que durante el camino me susurró: si acaso llegas a sentir que una lámpara de gasolina se enciende entre tu esófago y tu recto, llora.
Yo veo a un perro lamiendo algunas lágrimas congeladas sobre la nieve negra.
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