Amelia Earhart, primera mujer en realizar en solitario, un vuelo trasatlántico.
Mi madre también volaba. Más no dentro de una cabina. Porque ella era un pájaro. Azul.
Iba a dedicarse a la aviación. A la aviación civil. Numerosos fascículos dando cuenta de los espíritus de los aires y del desarrollo de sus turbinas o de las vanguardias de ingeniería sobre el intercambio de masas de aire fluyendo en sus motores. Publicaciones igualmente numerosas acerca de la historia, y sepan que no me refiero en su inicio a los Wright sino al hombre de Altamira arrojándose a los desfiladeros apenas provistos de plumas del águila de Haast entre los dedos meñique y medio de sus cuatro extremidades. Tú mismo delante de la pared de mosaico verde, llevando a la práctica los conocimientos acerca de la estabilización del timón y los alerones en sincronía con la apertura de el o los motores. Conforme rozando apenas los mandos, cede paso al combustible, le miras sabiendo que no comprenderás nunca, ni aún bajo las horas de esfuerzo o estudio, su empañada mirada detrás de las descomunales gafas, bifocales por cierto. Y conforme creces, lo que te persigue no es en sí la duda producto de la curiosidad -"si un día llego a traspasar el cristal empañado"-; sino el incremento en las preguntas, el decremento de las certezas. ¿Cómo vives ahora, cuando un 747 surca las nubes sobre tu cabeza? ¿Existen cartas de navegación aérea cuya cartografía sobre la tectónica de nubes, guarden en sí los indescifrables guarismos con los que él, día a día, lo intentó? Todavía hoy, si un avión -si fuera de hélice, sería mucho mejor- cruza el cielo sobre su mirada, todo se suspende en él, se entreabren sus labios hundidos y adquiere su frente el ángulo del que se entreve no la nostalgia, sino el azoro de un niño, por ejemplo, en 1937, imaginando que en la cabina, comanda Amelia Earhart antes de extraviarse para siempre sobre el Pacífico. Y hoy, que no te es posible comprender prácticamente nada del paso del tiempo sobre cada día, su indescifrable mirada te acompaña mientras procuras dar de ello cuenta a través de estas letras. ¿Cuánto dura un minuto? ¿Cuánto un segundo?
-No permitas que ellos te persigan.
-Sí capitán.
El pájaro azul
Mi pájaro azul.
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