August en el Infierno, Arthur, una temporada en él, en el suyo. August buscando a Dios. Arthur encontrándose con la vida. August viendo a Satanás. Arthur, Dios y Demonio de sí. Más para ambos, sus letras y más, el haber sido capaces de plasmarlas y que carcomieran sus palabras los papiros con el candor de sus lastimeras clarividencias particulares, que consiguieron no obstante, hacer deslizar la tinta mediante las plumas o plumillas y no, presionarlas hasta atravesar el papel, la madera, sus propias pieles. Sus venas mejor inyectadas de la tinta ansiosa. Hasta desangrar tinta púrpura. 1897, 1873.
Y un velado reclamo por defender el derecho a caer.
Como el boxeador, cuyo derecho se halla en el acuerdo de que de tocar la toalla arrojada por el decepcionado manager la lona, una indescriptible paz anticipará al infinito dolor del fracaso. Él prefiere entonces que sea el guante del otro, el que le despedace el pómulo o dé con su quijada para descordarlo y poder su rostro ensangrentado, ser acariciado por la paz de la lona ardiente. Es tiempo, se dice, de ir al Infierno. Baja la guardia. O más aún. Es tiempo, se dice, de comenzar a vivir en el Infierno y mira suplicante al entrenador quien le odia y arroja la toalla. Porque ha perdido. Debería mejor, haber muerto.
No se pondera la vida por lo que es, sino por su resistencia.
Y cuando lo que es, es que ya no resiste.
Es mejor escupirla.
Y arrojarla al estiércol que hace apestar a los cerdos.
Deseas entonces ser Satanás, que otros te llamen por tu nombre -ése, el innombrable-; para que al menos tu paz consista, en conseguir a tus letras desgranar, acurrucado en alguna sala especial y particularmente aclimatada del infierno, sobre alguna hoja. Tú, di mi nombre: Satanás.
¿Por qué juega el tiempo tales partidas? No consigo descifrar su juego. Sus gestos contradictorios. Pero en cuanto le caiga con su escamoteo, a mi letras, espéralas.
Todo este tiempo, he procurado mantenerme en pie, y sonreír. Un día ya no puedes. Un día, quisieras tener el derecho de caer sin ser condenado por ello. Un día, un manager que te odie pero que alcance a lanzar contra la lona tu toalla. La mía no tiene sangre. Y tiene poco sudor. La mía es la de un cobarde.
Pero hasta los cobardes merecemos el estiércol en nuestras fauces.
August y Arthur, por vivir en el Infierno, han sus letras sido estudiadas y alabadas por la crítica y el docto claustro de los más respetados intelectuales. Más ellos ríen. O vomitan sobre ellos. A menos que agradezcan las regalías. ¿Quién es Beatriz? "Quisiera enmudecer""Ahora estoy maldito, tengo horror a la patria""Aguardo una erupción, un temblor de tierra, la caída de un rayo, sin saber dónde. Nervioso como un caballo cuando se acercan los lobos, olfateo el peligro y preparo mis baúles para la huida sin poder sin embargo, moverme."
"¡Hambre, sed, gritos, danza, danza, danza, danza!"
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