Un hombre mayor, con sobrepeso, se ha sentado en la parte
exterior del café – buahrdilla al que esta calurosa tarde, me he apeado para
enterrarme un poco. Ella, la dueña o dependienta, se le ha acercado a
preguntarle qué consumirá. Él sólo ha respondido que se sentó porque necesitaba
sentarse, porque se sintió mareado, que pronto se irá. Al poco tiempo, dormita
un poco. Yo le miro desde mi mesa. Él se busca luego algo en el pantalón. Y
vuelve a dormitar. Y vuelve a buscar y se asusta. Un hombre mayor, con
sobrepeso, ahora asustado como un niño que no sólo se ha extraviado, sino que
ha extraviado además, sus flotadores o tabla de flotación. Sigo mirándole, él
se percata y quizá se asusta un poco más, porque ahora busca algo entre el
periódico que contiene algunos documentos, acaso alguna constancia por
desempleo, acaso algún certificado médico o el registro de aportaciones para la
vejez. Por esta vez en la vida, yo podría decir que sé exactamente cómo se
siente. Yo que no soy necesariamente mayor, que no creo tener sobrepeso y que
me he consumido un americano; me he sentado también porque de otro modo, habría
caído. Luego se levanta. Con dificultad. Y resopla. Y acude a la miscelánea de
junto con las escasas monedas que ha conseguido hallar en su pantalón. Y se
hace con un jugo. Y vuelve a recargarse en la mesa. Y toma los documentos. Y
mira hacia el interior del café. Como para corroborar que nadie hayamos por él,
sentido pena alguna. Luego un empleado
del café sale para corroborar que se ha ido. Y la dueña o dependienta le dice:
Ya, ya se fue. Sólo se había mareado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario