Mi papi. Conserva aún, un reloj de pared Tempus Fugati
Cada 15 minutos suena su melodía de campanas.
La ha escuchado durante más de 40 años, cada 15 minutos.
Yo lo hice durante los 19 años que viví con él.
Le echo a veces -cada 15 minutos-, de menos.
De algún modo, aprendí a medir el tiempo, me lo enseñó mi papá de pequeño. Primero sobre su Tempus Fugati que pendía de la pared del pasillo y luego, regalándome uno de los tesoros que ya he perdido: un Tissot kinético. Mi papá me enseñó a medirme en el tiempo y de este modo, heredé ese artilugio cultural para simular la calma y evitar la angustia de lo imprevisible; me es posible ahora describir en segmentos temporales, el futuro. -En quince minutos iré a..., mañana veré a..., en un año trabajaré en..., este proyecto es a dos años...,-
Pero el tiempo también, como si de un despecho o afán burlón se tratara, me devolvió el ansia.Aquella que provenga posiblemente de la ruptura que significa la idea del tiempo, y el tiempo que orgánicamente acontece. Digamos, la respiración, los latidos del corazón.
Y he aquí que el tiempo colectivo no podría ser medido en a través de segmentos de pulsaciones cardíacas o exhalaciones de O2 de cada individuo para sí: existen diferencias entre los seres humanos, no todos sumamos la misma cantidad al finalizar un período de tiempo medido en reloj. No es el organismo la medida del tiempo. De modo, que habrá a quienes el tiempo les quede corto, quienes sintamos que el tiempo nos persigue o quizá otros que se atraganten de tiempo. Alguno más que vomite tiempo. O quien de tiempo se congestione, algún extreñido de tiempo.
Un halo indescriptible de nostalgia por el tiempo inmediatamente vivido, o una recurrente añoranza por el tiempo inalcanzable. Un tiempo que ha costado a la ciencia siglos aproximar, y al que quizá, irremediablemente, únicamente quedará comprender como infinito o incomprensible.
No obstante, un sincopado, un ritmo, una correlación sanguínea y vulnerable de lo que el tiempo orgánico revela como noción de estancia en el espacio: esos latidos y esa respiración incontables y no obstante conscientes en lo entrañable, que devuelve cierta certeza del presente.
¿Existirá entonces, alguna consecuencia más o menos catastrófica en la de-sincronía entre la medición del tiempo y el compás de las palpitaciones orgánicas?
¿Cómo es que sería posible propiciar la proporción de esta correlación?
¿Será acaso que esa ansiedad comprende deudas de tiempo, exageraciones o náusea de tiempo?
¿Es que sobran latidos o se ansían catalizadores para un tiempo que se alarga y del que pareciera el oxígeno ausentarse?
Y todo lo anterior, simplemente por lo que me ha parecido que últimamente, se me ha extraviado en alguna ilegible ecuación sobre el tiempo y el espacio; en la dispersión de algún universo en formación o de una estrella comprimida como agujero negro...
Lo anterior a causa de algunos suspiros: esas respiraciones -inhalaciones o exhalaciones inacabadas- que si en tanto tiempo vivido, quedan entonces en una especie de deuda perpetua, de pérdida inevitable, de instantes que se ausentan y acumulan sus residuos en las formas de un ansia que se despliega.
Lo anterior, como una reflexión también a las "10 razones posibles para la tristeza del pensamiento" de Steiner en torno a las cuales, los suspiros y el tiempo, añadaría yo como mi particular posibilidad, que no obstante, me ha provocado diminutos impulsos para nuestro Teatro: ese desear dotarlo de algunos instantes perdidos.
O ¿cuántos suspiros se acumulan en una vida?
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