miércoles, 9 de noviembre de 2011

Ese pájaro azul que enamoró a C (o Molloy)


Si con alguna noción de realidad cuento, en estos días que tanto como su significado, se diluyen sin remedio; si alguna habilidad en mí pervive; o si esta mirada mía, algo de mirar aprendió; debió todo ello a esos primeros años, ésos en los que comencé a conocer a mis padres, cuando algún día, supe que no todos los pájaros cantan al atardecer o que si lo hacen, uno de ellos -azul por cierto- prefería más bien mezclar sus pupilas inundadas con la forma de las nubes mientras éstas dispersaban para sí a los anocheceres; o cuando otro, vi a mi padre coleccionar papelitos cortados por él mismo, en los que recolectaba también para sí, innumerables adjetivos, que intentaban describirle. Recuerdo uno en particular: "fracasado" -a pluma fuente, con su impecable letra cursiva de ingeniero dibujante-.

Olía a una madera que no es posible hallar ya, ese restirador en que los escondía bajo innumerables papeles y colecciones de otro tipo.

No sé si era aún niño o comenzaba ya a envejecer, cuando a mis manos llegó la fotografía que tanto ha marcado mi vida y a cualquier intento que en el Arte, haya procurado: Aída, mi madre, vestida de plumas azules que se difuminaban con su hermosa piel blanca: un arabesque -que muchas mañanas intento emular con poca fortuna-, con la mirada puesta al cielo en el que emprendía el vuelo; sus piernas no eran piernas sino esa especie de primer trazo o esbozo que precede a una obra maestra y la de abajo, con las zapatilla apuntadas al final le sostenían y hacían bailar sobre el viento. Mi pájaro azul. Mi tesoro.

Beckett jugó una broma a los editores, estudiosos y críticos y les hizo creer que "Fragmento de Teatro II", es una obra de teatro inacabada y que "Molloy" es una novela; más mi padre me enseñó que el texto final de "A" en la primera : "esto, por ejemplo..."
-que dice acercándose a limpiar las mejillas de lágrimas empapadas de "C", el viejo que desea saber si ha sido buena su vida o si no ha hecho demasiado daño, para poder saltar y morir-; es la búsqueda que a él, tanto como a Molloy, le mantiene vivo 83 años, hoy caminando apenas y solo con sus colecciones de las que me ha parecido, surce a diario trozos inevitables de memoria tanto como Molloy sus harapos.

Ese pájaro azul enamoró a mi padre. Aída lloraba por las tardes, Molloy callaba y miraba a la ventana. Así por cerca de 20 años.

Más lo que ellos nunca sabrán, como tampoco yo, es que siendo tan ellos, enseñaron a un niño a mirar a través de los catalejos, los caleidoscopios y los mini frames súper 8. Y aunque no es por ello que les ama, quiso hoy dar cuenta, de que por las noches llega a escuchar los silencios de "C", de Albertito Amador y sabe volando, a ése, su pájaro azul, Aída Coralina.

Alguna pluma azulada y mil suspiros, han arribado en esas noches en que tanto recuerdo que les amo.



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Mil abrazos
¿Si no, dónde recogeríamos nuestros escombros?

José Alberto Gallardo
Teatro de la Brevedad
Director

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