lunes, 14 de noviembre de 2011

Silencio


El paisaje lunar debe ser helado, similar a los casquetes polares, similar al paraje glaciar que a través del diminuto palpitar de su músculo cardíaco, sabe de su entraña, ésa, la del silencio.
No alcanzarán las letras, no le será suficiente el aliento; y terminarán a ese silencio, cediendo sus palabras. El paraje silencioso, el paisaje lunar, en el que se halla sentado últimamente: un cráter a sus pies, una extendida y blanca planicie a sus espaldas. No, no le será posible describir la penumbra entre las paredes, tampoco el ahogo en fuga a través de su garganta; eso, lo indescriptible, lo indomable para el lenguaje, no por furioso, sino por inerte y helado. Así que él, ya en el sillón, ya junto a la lámpara ámbar, ya frente a sus letras -ya no las escribe, las escarba-, echado hacia atrás, con la cabeza baja, fija en la escarcha aparente de alguna de las caras de la Luna, extiende una larga bocanada a una atmósfera sin aire ni viento, sin lluvia ni hojas que caen para este otoño; y sabiéndose callado como desde hace años, echa un repaso a los años, y de ellos obtiene escarcha bajo sus párpados o cientos de notas, acotaciones, proposiciones mentales para el sobreviviente. Aguarda quizá, porque sabe que de un momento a otro, el sonido de aquellas otras palpitaciones, terminará llegando, quizá después de algunos decenios, a ese espacio sideral y desde el que consigue incluso, observar los restos del último desastre nuclear. Porque a él, el silencio le ha hecho presa, ya por quienes le han hecho callar; ya por su propia glaciación interior: una Edad Glacial que durará otros cuatro o cinco mil años -como se dice, suelen durar-. Acaso esperará el deshielo, y la consecuente actividad volcánica o las grandes migraciones de actividad neuronal.
Más por el momento -que no por lo pronto-, él sentado frente a su silencio, de una vaga sonrisa que igual se disuelve como ni se esboza en su rostro frío, coincide en que un día algo habrá de hacer con el silencio acumulado en su palpitar congelado.
No saben hoy por ejemplo, estas letras lo que con él hará. Porque además, en cuatro mil años, el lenguaje habrá también sucumbido, y el deshielo de cualquier modo, arrasará con él y ellas por igual y los sumergirá en algún río o nuevo océano, alguna tempestad climática para el mañana.
Más no amanecerá mañana, es esa la certeza, cuando se habita un territorio cubierto de hielo.
Pero ese silencio, cuando llegue un día soleado quizá, se manifestará en la forma de un pingüino o de un estertor sangrante.

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