domingo, 30 de octubre de 2011

Un inciso en torno a nuestra CIVILIZACIÓN

Lo evidente: como humanidad, no estamos bien y cada día, estamos más lejos de estarlo.

La derrota: ¿es posible, necesario o conducente, procurar, pensar, provocar "hacer algo" para contravenirlo?

La pregunta: ¿Hemos ahondado en las causas de lo que como "civilización" reconocemos y como descomposición, día a día vivimos?

La provocación o inciso: ¿Es ya tiempo de aceptar el fracaso de la Filosofía Occidental, de la estructura social -familia, jerarquías, organización política- y sus paradigmas -los supuestos de felicidad, de permanencia, de perdurabilidad, de arraigo, de seguridad y control-, pseudo valores -¿lealtad, amor, honestidad, etc.-, y en gran medida, de su "balanza moral"?

La aclaración que no desdecimento: Si los modelos, estructuras, creencias, tradiciones y prácticas que hemos heredado, que suponemos han evolucionado a lo que es nuestra "civilización"; nos sitúan hoy donde estamos...

Si...


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Mil abrazos
¿Si no, dónde recogeríamos nuestros escombros?

José Alberto Gallardo
Teatro de la Brevedad
Director

viernes, 28 de octubre de 2011

20,000 grados centígrados




Mi hermanita Pau y yo, 1980 quizá. Sonreíamos. Yo tenía pena, ella unos cachetes de incomparable ternura.

Si un incendio forestal se haya ahora mismo exterminando casi del todo las arboladuras neuronales, ha de ser a causa de la recurrencia -como cuando la cuerda de un engrane termina barriéndose tras muchos días de trabajo, fricción y el consecuente e intenso calor-, la recurrencia de no conseguir avistar más, que el horizonte de la fragilidad, de la precariedad siempre ante el segundo previo al resquebrajamiento, por que cuando el miedo..., mucho se echa de menos la ternura.

Hoy miro sentado al incendio al que poco a poco, el viento helado del otoño aviva, invitándole a avanzar sin tregua, devorando o acariciando acaso: esa sensación de la cara enrojecida, como cuando de niño, solía mi papá, ponerme delante una cámara o un micrófono para perpetuar mi risa.

Hoy, ignoro si repasará durante algunas tardes esas fotos o si escuchará por las noches esas cintas.
Yo, no lo soportaría
Pues el rumor de las ramificaciones hechas cenizas, taladran casi por completo, la noche estrellada de hoy.

Como quisiera, que estuvieras aquí.


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Mil abrazos
¿Si no, dónde recogeríamos nuestros escombros?

José Alberto Gallardo
Teatro de la Brevedad
Director

martes, 25 de octubre de 2011

Fade out final

foto de josef koudelka

¿Qué escurre de entre los dedos no calmos ni temblorosos?
¿Qué se escapa cuando aúlla aún, un silencio helado que recorre la estepa?
            ¿Quién sería digno?
Ahora que logran apenas las manos, reconocer el clamor de esas montañas
De esos lagos
Y esos valles que solían sostener tus suspiros.
             A los que por las horas de la tarde, 
             debí asomarme a ver si reflejaban tus ojos, 
             un lago inexistente
Y a los que por las horas que pertenecían ya al anochecer, debí acudir con una cobija para que mi cuerpo te cubriera toda, antes de que la ciénega consumiera las lágrimas que hacían de contorno a tu piel.
              ¿Quién sería digno?
Ahora que ninguna voz hay siquiera para provocar el eco
Para lanzar siquiera, estos últimos centímetros cúbicos de bióxido de carbono
En la forma de las palabras que pudieron haberse hecho con el amanecer
               De esos días

Y esos trenes trayéndote de madrugada, 
A ti de ida y vuelta a la ensoñación de desiertos indescriptibles:
El pasillo que conduce de la sala a una película que versa a la aurora,
El rincón que ha siempre supuesto, la taza del baño para los soliloquios
Para estas letras incluso
Para esta noche incluso
Y hoy, esta muerte incluso
¿Quién sería digno hoy?
Quien hubiese contado con la lucidez y la valentía propias de las batallas inconclusas, de las guerras perdidas, de la sobrevivencia a los campos.
¿Quién sería digno hoy de pronunciar palabra?
O de decidir una última mirada al filme que ya hoy, se consume en los dientillos del proyector.
¿Quién sería digno hoy, de ser escuchado?
Si son sólo algunas palabras y letras,
quienes consiguen eludir un final feliz para ese fade out final
Para ese fundido a negros
Para esa última mirada
Tras el último de __s suspiros.
-Que ya de sobra hemos supuesto acerca de ellos.-

Hoy alguien muere
Alguien hoy, no será más un sobreviviente
Una voz abandonará sus letras
Unas palabras su boca
Un aliento el filme 
Su vida






domingo, 16 de octubre de 2011

Buenos Aires Parte III




Su Beirut o su frontera norte particulares, su Saigón o su Ciudad Juárez íntimos, su Afganistán, su Bosnia, su vuelta a Nagasaki. Ahí, en medio de esos dos cuerpos, las huellas de la radiación y sin embargo, ellos dos, él y ella, ella y él; Nuria y Amador, se abrazaban, aferrándose el uno del otro y el otro del uno, como dos animales que se hunden y sólo pueden advertir en el rostro del otro, como es que la muerte va haciéndose presente conforme se pierden en la quietud del pantano o la espesura de la Ciénega, con los pulmones a punto de estallarles.
-Ésa, es la casa en la que pasamos la primera noche aquí, hace dos años
-¿Es ésa? ¿Estás segura?
-Creo la remodelaron. Ya no es hostal.
-La recuerdo azul
-Ahora es verde
-No creí que estarías aquí. ¿Llevas mucho tiempo?
-Llegué hoy
-¿A poco? Por poco nos cruzamos en el aeropuerto, entonces
-Me aseguré de que no fuera así
-Ah... Había oído. Me enteré, alguien me dijo, no me acuerdo quién, que habías pasado una larga temporada aquí. ¿Buscando fondos?
-No. Recorriendo los fondos.
-Los... ¿fondos?
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Hace dos años, Nuria y Amador viajaron a Amsterdam. El motivo era un pretexto: tenía ella que visitar la sede de alguna organización benéfica, de ésas que el príncipe subsidia; Amador tenía algo ahorrado, resultado de alguna publicación y de su trabajo “fijo” en una universidad. Viajaron de manera arrebatada, sin itinerario, así que hubieron de conformarse con vuelos diferentes, en líneas diferentes, aterrizando con una o dos horas de diferencia, tal como hoy, dos años después. Así que aterrizó él antes, así que pasó por migración él antes, así que le fue sellado el pasaporte a él, un par de horas antes que a ella. Así que se apostó él sobre alguna de las columnas del Schipol International Airport, bañaba una luz blanca desde los inmensos ventanales que abren el cielo de Amsterdam a los viajeros, veía él, cómo su sombra conforme corrían los minutos, avanzaba en torno, alargándose o deformándose, regándose sobre el mármol blanquísimo en el que las llantitas de los equipajes y el interminable andar de lo apresurado, pocas huellas dejaban tras de sí sobre él. Advirtió en las pantallas un ligero retraso en el “British” del que Nuria arribaría. Y un mar de cuerpos rozándose, milimétricamente precisos en su andar, incapaces de fundirse con otro, sorteando el obstáculo de algún equipaje excesivo, saltando con pasitos apenas, las maletas rodantes o las miradas esparcidas en un horizonte generalmente imaginario. Los cientos de viajeros extraviando la búsqueda de sus pupilas al encuentro de ésas otras en las que se reflejarán, tras lo que serán bienvenidos o abrazados con el cuerpo de un amigo o familiar, aunque abundan los gélidos esperas con su paleta membretada y firmada por el logo de alguna corporación; todo ello en torno a Amador, que llevaba consigo, sólo un equipaje diminuto colgado al hombro, en él, una lap top, un libro, dos mudas, pasta de dientes, cepillo y desodorante. Más dentro de sí, contenía al mar rojo antes de ser dividido para el cruce de los israelitas, furioso y quizá, combinado con algún río de lava subterráneo, aquellos que arrojan fumarolas en las zonas glaciares o que de un momento a otro, sepultan poblados enteros petrificando para siempre a sus pobladores dichosos. Era eso, lo que en realidad traía él consigo, la sequedad de los labios que por haber probado esos labios, padecen ahora una insaciable sed, la sed del desierto, la que con agua no puede ser solventada, pues se vomita al instante. Sólo esos labios, sus labios, los labios de ella, de Nuria. Pudo acercarse voluntariamente a un puesto de toma de presión para los viajeros sensibles y sin duda se le habría diagnosticado el considerable incremento de la potencia de su corazón y de la tensión de las paredes arteriales; más prefirió el apostamiento en la misma columna, con la luz blanca de frente, como un reflector inmenso, con los cuerpos deambulando sin dirección aparente en torno, con los equipajes sobre el piso del Schipol 

martes, 4 de octubre de 2011

BUENOS AIRES Parte II



Nuria y Amador/ Amsterdam
Ahí, con la palma abierta y entreabiertos sus labios: ahí la imperceptible, que con la insolencia de quien se disuelve en el medio exterior, adquiere su piel las propiedades de la del camaleón; ella, un reptil palpitante, contenida tras los barrotes de sus instintos; ella, al centro, en esa nada que es un café deshabitado y chic, aséptico, minimal, ausente del sustrato de las contrariedades de parroquianos inexistentes. Ella, Nuria. Ella, cuya mirada no enfoca al vaivén de los transeúntes, sino a lo diminuto del gesto de la hoja de un árbol o a la angustia en la mirada de una hormiga extraviada bajo la hoja palpitante. Esos sentidos agudizados hace poco más de un año, quizá apenas cumplidos los trece o catorce meses; desde el día en el que, él, el predador, el chacal, Amador; se fue. Los minutos, que desconocen de las dimensiones o magnitudes del acontecer de los humanos, transcurren en contraste con la frecuencia de su pulso; ella, Nuria, aguarda, en una solitaria mesa de este café, como un animal herido y acechante, acaso el último sobreviviente cercado ya por los cazadores o la manada de leonas.
Al siguiente segundo, ahí, a lo lejos y entre el vaivén de esa calle de piedra húmeda de Amsterdam, él, el traidor, la amenaza; moviéndose disimulado y ausente, disuelto entre el oleaje de la prisa desorientada de la multitud. Él también pensó que las líneas del adoquín habrían de estar más cercanas entre sí, y también pensó que hubiera sido mejor no llegar a pie, sino en los restos de la XT 500, incluso por mar -convino-, y que quizá ella, no estaría ahí como puntualizó en su mensaje de facebook. Porque el inmediato anterior fue enviado diez meses atrás. Y en él ella, Nuria, le hacía saber de la convicción de sus intenciones acerca de exterminar de él, hasta el último rastro, y ello incluía su adhesión a la agenda electrónica de su celular, de sus contactos o “amigos” del facebook y por supuesto, cualquier asomo o intento de comunicación. Él, en los días de ese penúltimo mensaje, podía sólo responder con el silencio. Silencios largos y sin embargo emitidos con toda potencia, con toda su fuerza vital, ya vía electrónica, ya sobre cientos de hojas vacías. Porque Amador, se propuso escribir. Más son éstas, quizá, sus primeras letras, éstas, las que pronto serán arrasadas.
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No tengo nada qué escribir. Mucho menos, qué decir. Porque por aquí, han sido quizá los amigos: un gato diminuto, alguna ardilla que se atreve por las ramas que rozan la ventana; quienes han conseguido apenas, interrumpir lo infranqueable: esa especie de esperada contracorriente y en cuyo flujo, se mezclan disueltos los escombros de todos esos días –estos días-: fragmentos de alguna granada estallada, los restos del marco de alguna fotografía dichosa, el color ámbar de una noche acariciando con los labios su mejilla; el canto de los osos marinos y el suspiro de dos pingüinos; fragmentos del recubrimiento de una pared, madera y vidrios esparcidos y como condimento, atraviesa perezosa una araña que me mira sin detenerse, lanzándome una sonrisa que no alcanzo a cachar. Y luego por los labios, ha de haber el recodo cada uno de los escombros, y de cada uno de esos días, y cada una de sus horas y de cada uno de sus segundos. Y es tan poco lo que se sabe, porque los comisionados que en el desierto avistaron el primer estallido del proyecto Manhattan, saben que lo único posible después de él, es la ceguera. Ya sé que veré entreabierta tu mano, y que tus ojos mitad de loba, mitad de océano visto desde el fondo; llegarán a sonreír. Y se ya, que entornarás brevemente y hacia un costado el rostro, como para mirarme en un perfil no consumado. Y que entonces a mis ojos acudirá una fragilidad inevitable, de la que tú querrás escuchar que todo ha pasado. Pero ambos sabremos, apenas sosteniéndonos por los codos o la buhardilla que supone el descanso de tu barbilla en mi hombro; que en efecto ha todo pasado, que nada ha quedado, y que sin embargo, de pasar, no ha cesado.
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Y esos canales de los que Nuria sólo recordaba a las ratas nadando en ellos, y algunas casas flotantes. Y esas construcciones disecadas. Y esa permanente confección de diques, esa decidida y centenaria lucha contra el océano. Y esos millares de bicicletas formados a las orillas de la avenidas. Y ahí, en el centro, a unas cuadras de cualquier coffee shop, el aséptico café y de comensales desprovisto. Y la multitud mezclada con los vagabundos varados en la mota o el hachís.
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Ellos dos se miraron, no hablaron, no se llamaron por su nombre siquiera. Simplemente, el acudió a la mirada de ella y ella le vio venir y le esperó, y toda su furia, en un instante, debió verse desvanecida, sólo por un segundo para al siguiente, volver con mayor fuerza, más lo por meses sangrante, le arrancó las fuerzas y se lanzó a sus brazos. Porque ante todo, sabía ella, que antes que nada, que antes que incluso matarlo, necesitaría el refugio de sus brazos. Su Beirut o su frontera norte particulares, su Saigón o su Ciudad Juárez íntimos, su Afganistán, su Bosnia, su vuelta a Nagasaki. Ahí, en medio de esos dos cuerpos, las huellas de la radiación y sin embargo, ellos dos, él y ella, ella y él; Nuria y Amador, se abrazaban, aferrándose el uno del otro y el otro al uno, como dos animales que se hunden y sólo pueden advertir en el rostro del otro, como es que la muerte va haciéndose presente conforme se pierden en la quietud del pantano o la espesura de la ciénega.