miércoles, 26 de diciembre de 2012

donde las botas desfilan descalzas


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Hace con el pulgar, pasar las imágenes sobre la pantalla táctil: fotografías o algo que bien puede dar la idea de que un día lo fueron o que éste, una llegaría a ser. Y al tiempo que frente a sus ojos las ve desfilar, delante de ella y al otro lado de la mesa, él detrás de sus gafas, gafas sin anti reflejantes. De la pantalla touch han sido removidas por ella y de manera reciente, las impurezas. Hará unos tres, quizá dos o dos y medio minutos de ello. Y ello mientras él, bajo sus gafas voluntariamente elegidas sin anti reflejante para que los interlocutores no adviertan el gesto de su iris; él le habla como quien se hubiera entrenado para el momento: “No es sólo mi tiempo libre, el que quisiera llegar a compartir contigo...” Y ella advierte además de la suspensión de su aliento -representada aquí por los inanimados puntos-, como es que, acompañando a las impurezas en los anti reflejantes de las gafas de él, aperlados y diminutos destellos de sudoración acompañan la medida tensión de su entrecejo. Luego una sonrisa invasiva con la que no contaba ella y sin embargo, aún el pulgar sobre la pantalla touch pasando imágenes. “¿A qué le temes?”, le dice entonces, y se atreve a tomar de ella, la mano izquierda que descansaba sobre la mesa, rozando apenas la taza de café enfriado hace treinta o cuarenta y dos minutos. La mano izquierda en cuyo anular, el anillo aún: el fragmento de diamante incrustado, la aleación de metales con mi nombre en la parte interna. Así que ella no rehúye al contacto, sino que simplemente detiene un momento a su pulgar derecho sobre el i phone. En la pantalla touch, una fotografía de ambos –ella y yo-, cuando nos aventuramos a pasar tres o cuatro días a la orilla de un mar, sin otro motivo particular salvo el de escuchar de un mar, el mismo oleaje durante esos tres o cuatro días. No sabe él si los ojos de ella han brillado de manera especial cuando la frunción de su frente se centra en un leve rozar del anular con el medio sobre el anillo. Se toma él la libertad de inclinar para sí la pantalla touch. Se apena. Una sonrisa débil, con la que ella tampoco contaba, se disuelve entonces hasta la mesa de madera negra. Y parece succionar sus propios labios o hacer pasar la lengua por entre los dientes y el frenillo, como preámbulo a bajar bajo sus gafas reflejantes, la mirada antes taladreante. Es ahora una sonrisa que va materializándose paciente, con la que la encara: “Más de un año, Carmina...”, y ya sin ella, le aprieta la mano izquierda como para que el diamante o fragmento pulido consiga enterrarse –o cavar- sobre la piel. ¿Qué hará falta que haga como para poder llegar a casa por la noche un día y disponerme un par de horas en preparar un pastel de chocolate como menciona la mujer que convive con su hija menor y la amiga de ésta, en la mesa de junto?, se pregunta ella resistiendo el arado de la piedra contra su piel –suave hasta entonces, por cierto-. Me pienso a veces como quien entra al expendio de café en shorts y ropa y calzado deportivo y un i pod al bíceps izquierdo y pendiendo del cuello, auriculares especializados para iron man. Nunca pensaría en venir aquí a refrescarme o descansar luego de una carrera fitness a media mañana o tarde. “¿Un año y un par de meses?” “Sí. Trece meses, dos semanas, tres días”
Y el sólo escucharla y advertir en sus palabras que dentro de ella, la probabilidad de inestabilidad sobre el núcleo de material radiactivo es de tal modo considerable, que bien podría hacer fisión, que lo obliga al retraimiento o al estremecimiento; es entonces que ella puede encararlo y ser ella misma quien con ambas manos, toma por las patitas el armazón que sostiene los anti reflejantes. Un óvalo pequeño en los labios de él, para resoplar. El aliento de él contra la garganta que se inflama de ella: “están sucios”, dice; ¿“sí”?. “Sí”. Y como si, no del estratega que durante los últimos meses nos guío por los campos sino de uno de grado superior –algún oficial- se tratara, ha ella hecho esto con la finalidad de que pueda él ahora, entretenerse con el i phone. Para esbozarle lo que la esperanza de la felicidad duradera muestra como pixeles sobre una pantalla touch: ella y yo, casi siempre sonrientes –me disgusta mi sonrisa, más en las fotografías; quiero decir, que no siempre que sonrío me es molesto, pero al verme suspendido en una imagen, reconozco que no soy especialmente fotogénico-; en algunas, tomados de la mano o francamente abrazados, en otras, lugares indescriptibles y sumamente comunes, solos o rodeados de amigos. “¿Lo extrañas?” Ella devuelve entonces las gafas y da un sorbo al café frío, espeso. “¿A quién?” Es una serpiente. Una resplandeciente, verde disuelto a amarillo, nauyaca. Habría en este momento, abierto las fauces más de 180 grados. Y le habría clavado no los colmillos ni habría él sentido el corroer de sus escamas, sino que con sólo el aliento descendiendo por la seca y helada garganta de él, sabría de lo que el veneno de esa especie de chordatas provoca al organismo de seres que como él, se consideran a sí mismos el primer eslabón en la cadena alimenticia: dolor intestinal, abultamiento, necrosis general al interior de la pleura. “¿A quién..?...a él, a tu ¿..esposo?” –Yo sonrío porque él transpira cuando dice “tu esposo”-Y si ante ello, ella sonríe, es porque alguna glándula habrá secretado en su interior o al acontecer de cierto intercambio químico de su sinapsis, placer. Placer diminuto. Silencioso. No oscuro sino grisáceo. Neblina.
-Deberíamos pedir algo de beber
-¿Más café?
-Algo de tomar
-Ah... sí, claro, pues...
-¿Un vino?
-¿Vino?
-Sí, ¿quieres?
Es él ahora, la indefensa y cómica personificación del desconcierto, es todas las contrapuestas, asonantes y arítmicas notas ante las que no llegó a recibir ni en el más “afilado” de sus entrenamientos, instrucción para sobrellevarles. Es ahora ella, quien puede disponer: y lo mismo descorcha un Pinot Noir, que deja ver el contorno de sus senos cuando se quita el saco y un botón se le entreabre a la altura del esternón. Ya lo mismo deja escapar alguna fugaz carcajada, que lo encara para hacerle saber que yo, no he muerto.
Que el Estado ha sido generoso en el cuidado de la correspondencia de quienes nos encontramos en el frente.
Que un cabo, personalmente, hace llegar hasta sus manos los sobres plásticos con mis letras al interior. -Letras que siempre, han procurado velar el ansia con que la tinta las despliega sobre ese papel de alto gramaje especialmente confeccionado para resistir los embates de algún temporal. Letras, en efecto, a la intemperie.-
Que el Estado, se ha hecho cargo además, de cada veinte días, darle cuenta de mi “posición” o paradero en “la línea”.
Que el Estado, no obstante la devoción con que esa dependencia del ejército se afana en mantener informados a los seres amados de quienes formamos esa “primera línea”, hace más de cuarenta días que en el caso particular de nuestra compañía, no cuenta  con la información suficiente o halla ésta tan llena de imprecisiones que por protocolo, se prohíbe compartirla.
Que el Estado entonces, la citó ayer.
Que el Estado intentó, a través de un Brigadier, confortarla.
-¿Un Brigadier?
-General Brigadier
-¿Eso qué significa?
-Que su compañía se halla extraviada
            Que un imprevisto ataque pudo haberlos dispersado
                       Que existe la probabilidad –no confirmada, por supuesto-, de una deserción.
-¿Deserción?
Y si yo hoy, sé de este relato, y si puedo hoy, dar aquí cuenta de él; si todo lo que he escrito hoy, en este momento y delante de ti; hace que mi lengua se congestione y que consigas escuchar tan sólo algunas palabras o los golpes sobre tu piel; es porque tú, fuiste devoto en documentarlo.
Tú, the big brother, le vouyer, el vigilante, el investido como garante de la seguridad nacional; tú, un líder moral, el fantasma de todos y de nadie. Tú, sentado delante de mí para escuchar el otro punto de vista –la cámara oculta, el making off de tu obra-, mi particular reconstrucción de los hechos, el sentir del “desertor” de tus propósitos.
Quiero que observes, por eso te he sentado aquí, detrás de esta especie de marco para la acción –la bocaescena para bocanadas urgentes de los desprovistos en nuestra puesta-.
-Yo creo.., que podríamos conversarlo. Estamos en medio de esto, juntos, tú, yo, él... nosotros ¿me entiendes?- dices detrás del bozal que he ajustado para que en efecto, sea posible escuchar de ti, tus lamentos.
-Pero si no vamos a conversar nada- te respondo natural.
Siempre supuse que un día -no uno como éste pero sí cargado de creatividad como este anochecer-, tendría que tomar una decisión artística. Decidir, por ejemplo, qué dejar en cuadro y que preferir que permanezca al margen del frame, cuál será el adecuado trabajo de edición, ritmo, emplazamientos. O si habrá que utilizar un lenguaje como éste que ahora lees o quizá uno más bien cotidiano, casual. ¿Qué tal algo de sarcasmo en el relato o una abundancia en las imágenes y sus detalles? Detalles como –por mencionar alguno-, el modo en el que el contorno de una piel (carne al fin) en torno a la reciente entrada de un proyectil de 70 mm., se muestra cauterizado y en sí, prácticamente cocido. Huele. Aunque el olor no se hallaría ya en el terreno de lo plástico sino quizá, de lo escénico. Un chef sazonando para el deleite de degustadores imaginarios. Tú, el degustador. No únicamente pienso esto en términos de edición sino también de montaje. Un montaje más bien emotivo, cuyo hilo conductor, no dependa en sí de los hechos que han conformado esta particular anécdota, sino del palpitar de nuestros pulsos frente a ellos y en consecuencia, el acomodo en función de -por ejemplo-, un crescendo o allegro moderato, tal vez continuo o moltto vivace. Tal vez tú recuerdes algunos pasajes mejor que yo y ahora, mientras observas cierta evidencia, quizá colabores con la obra. La decisión artística. Como si de ella dependiera la plenitud de nuestra creatividad y en sí, la justificación de nuestra existencia. ¿Te has percatado que he escrito “nuestra”? Espero que sí.
-Me gustaría insistir...
-¿Qué? Perdón... ¿insistir, dijo?
-Sí, insistir.
-¿En qué?
-En que lo conversemos.
-Eso hacemos ¿no? Conversamos
-Acerca de tu participación en los hechos, la consecuencia de los mismos, tu responsabilidad en ellos, la posibilidad de tu regreso, tu reinserción social...
Le dejo hablar. No lo interrumpo con palabras. Ni con contacto alguno. De hecho, no le interrumpo en absoluto. Únicamente le miro. Y en mis pupilas, vuelve a ver las dos horas previas a ésta, nuestra relación espectador - ¿creador?.... “Mira mi obra, por favor” alcanzaría a decir, suplicante, más prefiero seguir mirándole al tiempo que me acerco al mini reproductor del que me he hecho para el momento. Un mini reproductor provisto por el Estado mismo. Algo con pantalla touch también. Play again, chapter one:
Ahora ya sin las gafas reflejantes, y con ambos dedos –índice y pulgar- presionando los lagrimales, el “involucrado” a cuadro: esa especie de overshoulder con la que las cámaras de seguridad nos regalan destellos de intimidad, la especie de malogrado cenital sobre las horas frágiles y guardadas para el olvido de cada hora de cotidianeidad antes perecedera y hoy, sabia, pacífica y brutalmente vueltas material de Estado y para el Estado. Resopla más que respirar y entonces, emite un “No sé de qué estás hablando, Carmina” –dice el nombre, el nombre de ella.
Un error.
Garrafal.
De novato.
O de quien se ha involucrado ante la ferocidad de su víctima.-  
Y ella, Carmina, mi esposa, lo sabe.
“No te llamas Antonio. Ni José Antonio. Tú, ya no tienes nombre. Desde hace tiempo que decidiste, ya no pertenecerte y ser un sin nombre.” Desvía él entonces la mirada hacia la cámara, hacia el cuadro; ha caído en cuenta de su error y con los globos oculares inflamados y las pupilas contraídas, pareciera decirle a alguno de los Big brothers, que corte el segmento, que lo edite, que borre los megabytes del segundo de su confusión. “Estoy confundido, no sé de que estás hablando Car...” “No. No digas otra vez mi nombre. No cometas el error de nuevo” “¿...Qué..?” –imagina lo que esos puntos suspensivos que escoltan su fragilidad, pudieron llegar a significar.- Y ella, la mujer a la que supuse un día, amaría “a perpetuidad”, es en cuadro una cheetah, ese felino que suele concentrar inclementes joules de energía, de los que su mirada aglutinada en la pupila finísima, da cuenta; esa sensualidad no naranja ni amarilla ni sepia; ese arquearse sobre las garras, ese imperceptible devenir de sus colmillos entre el hocico empapado. ¿Habrán acaso sido sus labios insaciables quienes colapsaron al “involucrado”? Se permite la cheetah entonces, mostrarle la pantalla touch, sin soltar el i phone por los costados. La definición de la  imagen no retrata el contenido. Más ése, te lo muestro yo mismo aquí. Mira:
El documento electrónico, al que se accede únicamente conociendo el códex, una instantánea de la pantalla del portal secreto, que carece de diseño y es todo en sí, sólo una sucesión de datos como en el tiempo del MS-DOS: <enter> “write” <specification> <confidential mission> -esos primero datos en inglés, como para que el extranjero pueda identificarles o rastrearles a velocidad luz- “write” <<00 code namedeath rhino”>> -Sí, yo soy el rinoceronte muerto-. <<10 “death rhino” ha sido clasificado como DISAPPEARED>>
Los rinocerontes no suelen convivir con los cheetah. Un rinoceronte de Java (Rhinoceros sondaicus). Una entidad en peligro de extinción. Más el perissodactylo se resiste al exterminio y en un paraje extenso, ha acometido.
Detrás del bozal: “Era necesario. Era una orden de Estado. Y esto, es un delito.” Un hombre intentando ser el amenazante portavoz de la ley, detrás o bajo el bozal. De nuevo el color de mi iris ocupa todas las posibilidades de su pensamiento. De nuevo, me siento en una especie de euforia, estallido o éxtasis creativo. No piensen en Miguel Ángel pintando el diminuto pene del hombre tocado por Dios en el techo de la Sixtina, piensen más bien en un artista mayor, Cho Seung-Hui por ejemplo, al momento en el que de hecho, Dios y él acariciaron mutuamente sus penes. Así que nuestro primer contacto real, espectador – “creador”, consiste en bajo el bozal, arrancarte un diente para la evidencia –los caninos contienen material genético además de la huella para el registro dental del ejército-. Ya con tu diente entre las pinzas y tu sangre manando bajo el bozal: Play. Play again. “Por favor...” Ahora suplicas. “Oh Dios...” “¡Mira!” –me atrevo a interrumpir tu diálogo con el creador.- Y de la propia correa del bozal le enderezo y le coloco cara a cara con la pantalla touch del mini reproductor y en ella, el cuadro que llega a saltar de segundo en segundo, que desafoca o sobreexpone. La fecha del lado izquierdo arriba; el temporizador a la derecha abajo. “Mira”: Pero lo que ni el instinto de la cheetah, ni su bravura, ni la más aguda de las terminaciones de su olfato pudieron prever –acaso porque tras nuestra última correspondencia (secreta), en la que le hacía saber (quebrantando con ello cualquier juramento y dotando de suficiente evidencia al Estado como para eliminarme), la naturaleza, detalles e implicaciones de la próxima y “definitiva” operación del Batallón B/17-M; ella vio como su mundo (nuestro mundo) se disolvía o disolvería para siempre y eso la dotó de una también imprevisible determinación-, no pudieron preveer la eficiencia del entrenamiento y la tremenda e inhumana capacidad del “involucrado” para rehacerse de su quebranto, para bloquear cualquier palpitación que la hiciera considerarla en su plenitud y lo que de ese felino, habría de hacerse perdurable, tanto como yo lo pensé el día en que vi con ella, mi vida a la orilla de un mar calmo y frío, durante tres o cuatro días. La toma del antebrazo derecho. Ella sonríe –a sí misma, se considera aún la acechante.- Siente entonces y como para no dejar lugar a dudas, la punta de una Glock .19 –que no es fría sino más bien tibia por la aleación plástica de su cuerpo- contra su clítoris; él la sostiene debajo de la mesa con la mano izquierda y al oído alcanza a decirle, “Podrías dominar a cualquier especie, amorcito, pero preferiste ser dominada. Toma mis anteojos y guárdamelos en la bolsa de la camisa. Después, te levantas despacio y vas al baño de damas, todo mientras me sonríes como para que la verga se me pare y esté lista para meterse en tu culo” Un espasmo en la cheetah. “Sonríe” Pero ella no puede y deja entonces escapar todo lo acumulado durante las anteriores semanas, desde que recibió mis letras. “Sonríe, puta, sonríeme y páramela”. Sollozo de ella. Sorbo de él al Pinot Noir –cata en la línea de fuego-. Ella sale de cuadro, cubriéndose la boca con la mano derecha, sobre su índice, corren dos hilitos de lágrimas saladas. Stop.
Sobre un estuario, se desliza el viento con poca prisa, y más bien, peina con su silbido las aguas para calmarlas y así ambos oleajes –el de un río, el de un mar que desembocan juntos a la deriva-, podrían confundirse con una calma dilatada y tibia sobre la que Carmina y yo un día, de un tiempo que perteneció a una existencia extinta, flotamos sin quitarnos la vista de encima. Pupila a pupila, cara a cara, aliento contra aliento y luego los cuellos y gargantas enredados y luego, las lenguas también no sólo atadas sino penetrándose. Así veíamos un día, ella y yo, sobre la timidez de la ría, la discreción de las nubes deslizándose arriba, al tiempo que nosotros y sobre una balsita, lo hacíamos hablándonos por lo bajo:
-Es una vida
-Pero no “toda” una vida
-Es “nuestra” vida
-Es para nuestra vida
-¿Quién te llamó?
-Es... es “confidencial”, amor. Y reímos entonces, al unísono, y ella acurrucó su mejilla izquierda contra mi clavícula derecha y nuestros sudores se confundieron bajo la humedad de los treinta y cinco o cuarenta grados centígrados; navegábamos río adentro. Y una nauyaca quedó mirándonos y ella enterró sus dedos en mi muslo derecho y siguió riendo.
-¿Te asustó?
Silencio el de ella. Suspiro el mío.
-¿La víbora?
-Sí
-No... no.
-¿No? Pensé.
-No
Y ya en algún recodo, la miré a los labios, la besé como esa vez única en la vida y la balsita se estremeció estremeciendo a su vez al discreto oleaje y ya cuando ella habría deseado que la penetrara ahí, bajo esas nubes ardientes, prefirió preguntarme:
-Si vas, ¿regresarás?
-¿Cómo?
-Pensé... pensé que te comprendía completamente, que lo único que había sido en verdad importante entre nosotros hasta ahora, había sido ese entendimiento; y ahora, al mirarte, con tu vista tan puesta en ese “mandato...”
-Es una “oportunidad...”
-¡¿Qué?! - Es un mandato. Una orden. Tú eres un soldado. Tú obedeces. Tú no decides obedecer o no. Tú cuentas con la voluntad suficiente para entregar tu existencia al servicio de lo que has considerado, guarda el equilibrio para el ecosistema de quienes amas....-
-Pude haberlo rechazado, Carmina. Pero no lo hice. Porque esta operación, bien podría significar un cambio completo en el curso de lo destructivo que esta guerra, ha sido.
-¿Esta guerra?
-Demasiados daños colaterales
-No te conozco...
-Carmina...
-Creía conocerte.
Lo intentaron mis labios sobre o dentro los suyos; más fracasaron. Navegamos algunos metros más, menos de un kilómetro. Mirábamos lo mismo: lo exuberante de una vegetación capaz de esconder las más descarnadas manifestaciones de sensualidad o voracidad; algunos ojos que a su vez nos miraban, de alguna guacamaya o de una pantera verde; mirábamos el mismo horizonte y no obstante, ya para cada uno, adquiría el entorno y sus detalles, una faz completamente distinta, un mundo que se disolvía dentro de otro. Estas letras no alcanzarán a describirlo ni a significar lo que desde ese día, a ella le habrá parecido quizá, una traición. Fui acuartelado a los quince días de nuestras miradas nadando en la timidez de un mismo mar. Permanecí incomunicado veinte días –los más que permite el protocolo-. A partir del día veintiuno, un memorándum se nos hizo diariamente firmar: podríamos ser incomunicados cuando el Estado lo decidiera, con el fin de salvaguardar la seguridad de nuestra operación.  El día veintiocho, se nos hizo saber que sería el último en el que podríamos comunicarnos libremente de manera electrónica desde el cuartel. Le envié el mail más extenso de mi vida. Intenté dar cuenta en él, de los instantes. De los miles de instantes que suponía, eran en sí la sangre y oxígeno en ella disuelto, de nuestra relación. Y le hice saber que regresaría. Y que no obstante lo delicado y confidencial de nuestra operación, el secretario había -personalmente-, autorizado que la correspondencia una vez en el frente, permaneciera fluyendo con nuestros familiares –previa revisión. <Abstenerse de sugerir o explicitar cualquier tipo de dato de localización, acción militar o comunicación o su correspondencia será detenida, revisada y destruida y el Tribunal Militar procederá contra usted, sus presuntos cómplices y familia.> Carmina, tú eres mi familia, era la penúltima línea. Hace hoy, catorce meses
-¿Lo recuerdas, cerdo?
“Yo mismo redacté esa comunicación” Lo obligo a mirar al fondo. “Lo sabemos” –Tal vez te preguntes por qué utilizo el plural, no abundes en ello, esos dos soldados que entran en la penumbra, delante de ti y llevando consigo a rastras un bulto, son la respuesta-
Moscas en el ambiente. Moscas mientras escribo. Moscas siempre que le escribía a ella, en los campos. Moscas ahora que lees, sobre esta hoja que no consigue transmitirte o hacerte llegar –en entrega inmediata-, el estremecimiento de su organismo en ese cuarto piso cuando mis dos compañeros patean al bulto y éste responde con un brevísimo espasmo al que le sigue el inaudible rumor de una tosecita sangrante. Moscas sobre su tosecita. Moscas andando en nuestras botas heladas. Moscas a lo largo del drill de nuestros pantalones olivo y nuestras camisolas negras o a camuflaje, con la insignia que denota: B-17/M. Una S hay debajo y al centro de la denominación. La S significa Fuerzas Especiales de Oficiales. La M, Marina. La diagonal, que se trata de un Batallón especial, de Élite. “Pero si tú eres un oficial, tú eres un profesionista, tú sí piensas...” Alcanzó a decirme Carmina con la voz anudada y los párpados empapados. En sí, no éramos un batallón, de hecho, no alcanzábamos a formar siquiera la mitad de un batallón. No éramos más de cincuenta. Quedamos cinco. Los cinco en este cuarto piso de este abandonado edificio de salud al centro de este campo de batalla.
Antonio. José Antonio. Debió decirle al presentarse, con su particular encanto y lo medido de sus gestos y justo cuando ella ya no contaba con suficiente fuerza como para resistir un contacto casual, en el café – bar en el que solía refugiarse al atardecer y desde siempre, desde antes de conocernos incluso. Luego no le habrá invitado una bebida sino que, con la palma extendida como para aumentar la confianza, la habrá conducido afuera del café para mostrarle cómo es que la mayoría de los ciudadanos, fluyen de vida. Y cómo es que en ellas, en sus vidas, una especie de felicidad reluciente, se despliega de un tiempo a acá, con la proximidad de la época navideña. Luego tal vez, le habrá dejado su tarjeta, en la que bajo el supuesto nombre  -José Antonio..-, pudo leer: “Arquitecto Proyectista Contratista”. Y ya para el tercer o cuarto encuentro, quizá dejó ver algo más de sus intenciones cuando la tomó por la cintura –más no por la espalda sino que quizá, posó una de sus pesadas manos entre el ombligo y el pubis de ella mientras él detrás, le habrá susurrado “¿Te gustaría ir a otro lado? Podría llevarte ahora mismo a donde quieras” Y cada uno de esos movimientos, cada uno de esos gestos y cada una de esas palabras, fue estudiado por la Inteligencia Militar que le comisionó la infiltración no sólo de los pensamientos, intimidad y cotidianidiad de Carmina sino que también, de su vagina, y de a poco, de su intranquilidad. Al inicio del segundo mes y al tiempo que nosotros, el B17/M –S-, seguíamos quirúrgicamente las instrucciones de nuestra última operación –la “definitiva”-, Carmina tuvo el impulso de borrar los gigabytes de imágenes contenidas en el i photo de su mac book, justo cuando recibió el mensaje del Alto Mando:  “De momento, el Estado no cuenta con elementos suficientes para dar veracidad a la información acerca de la situación del Oficial-----“ Luego “Antonio” o “José Antonio”, la penetró, también quirúrgicamente. Como si la Inteligencia Militar conociera además de lo erógeno de su geografía o campo minado. “Por favor....” Suplica “Antonio” o “José Antonio” desde el interior del saco en el que descansa atado desde hace unas tres horas. ¿Por favor?
-¿Vas a matarme?
-¿Cómo?
No. No voy a matarte, porque quiero que desde el lugar en el que estás, aprecies el material, y luego éste se acomode de tal forma en tu memoria, que vivas muchos años para no poder desprenderte del momento a lo largo de cada uno de los días de esos años y sobre todo, de las noches de esos días. ¿Me entiendes? Y quiero del mismo modo, que tú, ahora que lees entre tus moscas estas letras, lo hagas. Y para ello, requiero que la imagen sea lo suficientemente plena y explícitamente contundente, que su impresión sea un tatuaje en cada una de las neuronas de tu memoria. Así que, relájate. Y disfruta de la lubricidad de nuestro estado creativo: Uno de mis compañeros trae consigo clavos sin cabeza –es decir, con la punta afilada a cada extremo-, te los coloca de los párpados a los pómulos en medio de tus gemidos y sobre involuntarias lágrimas, a fin de que no puedas ya, cerrar los ojos. Mi otro compañero trajo Colirio Eye-Mo, que verterá cada cuarenta u ochenta segundos, en tus lagrimales y globos oculares. Ahora, observa. Yo mismo desato el saco, en cuyo interior, únicamente se escuchan bajísimos decibeles de lo que sería el gemir de un dolor inmenso. Por ejemplo, el dolor de traer insertadas, en el conducto urinario tres balas .38. Por ejemplo, entre las uñas de los pies, “Antonio” o “José Antonio”, trae a su vez insertados sus propios caninos –a fin de que, cuando su dolor ceda paso a la muerte y tras algunos días de hedor, su cadáver sea encontrado por alguna patrulla citadina, sea también a través del registro dental que a sus seres amados, les sea informado de su deceso para que procedan con las exequias. Por ejemplo, también un dolor en lo que podría para algunos, ser el alma: hacerle saber, tras haberle inquirido sobre el paradero de Carmina... (Piensa en mis ojos, piensa en si se hallan llenos de lágrimas o es simplemente paciencia disuelta en agua y sal, la paciencia del odio), que a su madre enferma podría retirársele la mascarilla de oxígeno hasta que se asfixie con sus propias babas.
Ahora mi sargento: –En un principio se negó “Antonio” o “José Antonio” a dar respuesta acerca de la pregunta sobre el paradero de Carmina; ante ello y en función de la urgencia de respuesta, hubieron de aplicársele motivaciones tales como, cortarle la mano derecha (se cauterizó de inmediato el muñón) y luego, hecho llegar el puño cortado hasta el colon descendente, a través del ano y sin compasión. –
-Gracias sargento
-De nada, oficial.
-¿Y?
-El detenido confesó entonces. Al detenido. Al sin nombre. Imagínalo de manera plástica. Recrea sólo la imagen: está en cuclillas –no puede estar de otro modo-, está desnudo de la cintura para abajo –no soporta el roce con ninguna prenda, aún cuando se procuró su pudor-, su pene sangra a razón de las tres balas insertadas en su conducto urinario y es posible ver como entre sus nalgas y debajo de sus testículos, sobresale el muñón –se insertó la mano cortada por los dedos, entró hasta los carpianos-. Su rostro todo, se encuentra empapado del sudor del dolor que ya se confunde con las lágrimas o se disuelve en sus babas y expulsiones de  mocos. Entre las uñas de los meñiques y medios de ambos pies, caninos clavados –tres de las cuatro uñas se desprendieron, la cuarta aguanta la tensión con devoción-. No está amarrado. Nadie le apunta con arma alguna. Vamos, ni siquiera hay alguien en la salida a sus espaldas, al fondo de éste, nuestro escenario particular; es más, es que hoy todos somos espectadores de su confesión. Especialmente, tú.
-Van a detenerlos o a matarlos a todos ustedes, desertores.
Él usa la palabra de la vergüenza. Desertores. Nosotros no desertamos. Nosotros no cometimos traición alguna. Nosotros no dejamos ni un segundo –incluso ahora, incluso tecleando estas letras, incluso él, soportando el dolor (arde) que la tercera bala insertada hasta su uretra, provoca; incluso tú, con los clavos tensando tus párpados y las moscas en ellos-; no dejamos ni un solo segundo, de cumplir con nuestro deber. A nosotros, a los cinco que estamos hoy en este cuarto piso, se nos seleccionó precisamente, en función de nuestra lealtad. Y se nos encomendó una operación de Estado. Y se nos envió al frente a cumplirla. Una operación de exterminio. Una operación en tres etapas: mutilación, sustracción y exterminio. Una operación que además, sería autodestructiva. No perduraría un solo elemento de quienes participaran en ella. Y se nos encomendó a la usanza clásica: sin que conociéramos ni su naturaleza ni sus fines.
Al principio, dijo “yo creo...”, y esos puntos suspensivos que siguieron dan cuenta únicamente del ardor en su uretra y colon descendente. Luego dijo, tomando arcadas y temblando, “yo no sabía del resto de la operación, a mí solamente se me encomendó infiltrar la vida de la señora Carmina...” Luego fuimos persuasivos y le mostramos, en tiempo real, u stream, el paulatino ahogamiento de su madre ya sin respirador. Vomitó un trozo de estómago destruido por la acidez in crescendo. Luego dijo “por favor..., mátenme”. Nosotros no matamos a los nuestros. Luego, añadimos otro elemento a la obra:
-Y quiero que lo miren ambos con detenimiento, quiero que ambos procuren no excluir ningún detalle, quiero que ambos, recorran con todos sus sentidos, el material.
Un collage completo, una especie de escultura orgánica que en tiempo real va materializándose conforme mi sargento va regando el piso desde otro saco con trozos de brazos de niños, trozos de rostros de niños, trozos de senos de mujer en los labios de un trozo de rostro de bebé cortado mientras era amamantado. Toda una comunidad. Una comunidad indígena, mutilada, sustraída y exterminada. Nosotros, los oficiales, ni siquiera nos enteramos de lo que sucedía en el frente. Nosotros planeamos solamente la logística: transporte, aprovisionamiento, inducción, sustracción. Nosotros ordenamos los horarios de los pelotones que ingresaron. Quienes ingresaron son rasos. Fueron igualmente exterminados al finalizar la labor. Se les ordenó vestir de civiles, de oriundos, de sombrero o botas o sandalias. Se les masacró fingiendo que se enfrentaba a paramilitares. Observen el collage, por favor. No pierdan detalle, por ejemplo, ése, es un ojo entreabierto y acaso, aún sonriente. “Oh”, y allá, la mano cortada de una mujer aprieta dos dedos de quien bien pudo haber sido su hijo, sobrino o vecino, tal vez su alumno en ¿el kindergartten?
Esto es lo que nuestro Estado hace. Selecciona. Deshecha. Y luego edita.
Más moscas, cientos de moscas sobre los trozos de cuerpo. Mis compañeros se han colocado cubrebocas. Yo prefiero el hedor. Y entonces confiesa:
“Me había involucrado. Tal vez nos habíamos involucrado el uno con el otro. Llegué a pensar en huir con ella. En desertar. Hasta que fui informado de que una correspondencia no revisada ni clasificada, había llegado a sus manos. Desconocíamos el contenido pero sabíamos que era suya, oficial. Entonces mi tarea consistió en extraerle la información, más ella, ustedes, se adelantaron. “Dead Rhino.” Ya no tiene fuerza, ha caído sobre su costado y por efecto del golpe, su intestino ya infectado, expulsó la mano cortada, recubierta en heces.

A Carmina en el baño de “damas”,  un tornado le aconteció en las venas. A Carmina, en el baño de “damas”, una mujer se le acercó para intentar reconfortarla: todo estará bien, ¿quieres una pastilla, un dulce?. De inmediato el cráneo de la mujer fue estrellado contra el mosaico blanco, sin dejar huella. Carmina comenzó a ahogarse entonces, porque se sabe que la angustia bien puede contraer las vías respiratorias. Provocar un shock. Atraer para sí, el maremoto provocado por los tentáculos de un kraken. Tres elementos de Élite en el baño de “damas”. Catorce segundos dura la operación. Se ultima a la testigo, la mujer que lleva consigo dulces para contrarrestar los embates de clima sobresaltado que generalmente conlleva para sí, el ansia o la angustia. Carmina en vilo.
Carmina, una cheetah que no ha sido masacrada por cazadores del África, que no ha sido atacada por predadores mayores ni por mutantes, sino que desollada viva tras salir del baño, ha su piel manchada de encontrarse ahora, expuesta en tu sala para la exposición de la barbarie. ¿Cuántos invitados han ya, Chandon mediante, disfrutado de tus trofeos? ¿Se expone ahí la cabeza de algún rinoceronte, en la pared que enmarca la piel anaranjada de ella? ¿A quienes cuentas entre tus invitados más importantes?
Nosotros, ella y yo, que basábamos cierto intercambio afectivo –amoroso, sexual incluso-, en el marco de lo que una creación culinaria podía dotar para el estremecimiento de nuestros sentidos, llegamos a resistirnos a cocer ciertas especies. Y ahora, tú, con ella en tu bandeja principal, sazonada y expuesta sobre hierbas exóticas y marinada con aceites de difícil obtención –todos ingresados al país por puerto-; tú con ella en tu bandeja de plata para hacerte saber que la operación, se ha consumado, y que la posibilidad de que alguna información o evidencia se filtrara, se halla ahora como bufete para tus invitados enfundados en etiqueta costosa, sobre la mesa de tu salón de trofeos. Nadie sabe a qué se debe esta cena, ni el motivo del festejo. Alguno llegó a decir que a tu ascenso, reporteros que a tu cumpleaños. No a que la operación fue un éxito y a que incluso los leales, han sido disueltos en la nada para que nadie pueda dar cuenta de ella, y que el territorio, es ahora dominio de tus inversiones.
-Yo únicamente seguí las órdenes, igual que ustedes.
-Supongo.
-Ya no aguanto los ojos.
-No tiene sentido tratar de hacer un trato contigo, pedirte que testifiques o alguna niñería de ésas. Cualquier instancia judicial... tú sabes ¿cierto?
-Sí, cierto. Por favor...
Medita un momento entonces, por favor. Si has llegado hasta aquí, medita un momento y reflexiona acerca de si estos dos leales habrían de morir. Me parece que no, que ahora, él con sus balas en la verga y él, con los clavos impidiéndole cualquier parpadeo, habrían de salir a sobrevivir ahora que cae la tarde y que ya la luna asoma la crueldad de su faz.

Bebe algo, para mientras lo lees, adviertas que quizá una cámara de seguridad provista por tus impuestos y tus subordinados, te observa, no sabes si existe alguien que edita el material o simplemente se masturba al verlo; y entonces, considera que todo esto, cuanto has leído, forma parte de una obra, digamos, mayor, imágenes sugestivas a las que puedes acceder con sencillos toques sobre la pantalla touch de tu i phone o i pod o Tablet o galaxy; provistas también por el Estado. Tu Estado.

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