martes, 13 de septiembre de 2011

Pretextos para lo venidero II



Pero ahora, habría el emplazamiento, ser con plenitud imaginado, desplegado en amplio sentido, integrado al muladar ése de contradicciones y fragmentos de desconfiados y entrecortados impulsos a los que la experiencia de su existir, ha arribado -tanto como cuando evadiendo las formaciones de arrecifes y corales, una tripulación desesperada arroja las anclas incrementado su peso con el de su esperanza en atracar en alguna formación del fondo, porque continuar navegando más, no les es ya posible-

Así que, el emplazamiento entonces, el espacio, más el tiempo, aún no:

Se ve circundado por lo que en su tiempo habrá sido un impecable recubrimiento, mezcla de adobe y cerámica, cenizas y algo de arcilla; más ahora, resquebrajado, desavenido, desembrado; disecando al tiempo y lo caprichoso de la angustia de sus cicatrices.  Son ahora muros claro oscuros,  con restos de aquella época en la que el marrón, ornamentó algún inmenso salón que escuchó decisiones cuya consecuencia, seguramente ahora a cuestas, determinada generación lleva con cierto pesar; ese marrón, se extiende ahora a lo largo de los muros como una insegura pincelada, descarapelado casi por completo. Mas debajo, es donde se halla quizá el vestigio de que si no voces, al menos sudores arañaron lo largo de muchos centímetros de sus áreas: esos tabiques horneados, esas rocas entre los tabiques, ese recubrimiento bajo el recubrimiento, esa máscara dentro de una máscara, ese rostro cicatrizado, que ya no sangra pero al que le es ya imposible lavar de sí, los rastros de sus hemorragias.

Él, quien teclea y ya casi no siente, en el sentido literal de la frase; se encuentra en la esquina superior izquierda: una especie de isla para el vertedero de las palabras, acaso sobre un tapete evadiendo el piso, ya un terregal, ya un apolillado parqué por el que además de danzar, muchas parejas debieron en otra época, haberse asesinado mutuamente, sino durante el acto sexual, sí a la par del arrasamiento de alguna guerra anecdótica. Ése, su islote sobre el tapete: nace del resto de lo que fue un muro, un “saliente” antes de la esquina, contra el que a ratos llega a recargar de costado la cabeza, sobre la sien. Él, en un sillón de piel, de ésos a los que solía llamárseles “ejecutivos” y de los que ya no hay en fabricación, porque llevan consigo la extinción de una época. Luego una mesa, sobre ella, su computadora, las teclas: su ventana y vertedero para el vómito del mundo.

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