jueves, 29 de septiembre de 2011

Esa tarde de Hueyotlilpan

Recuerdo con toda claridad, esa tarde, cuando cuatro vacas toreadas y fuertes de Jaime Rodriguez, aguardaban por nosotros en la caja de un redilas tres y media. Cuando por enésima vez me vi preguntándome si acaso, valdría la pena. Íbamos Isaac Huerta, Paco Moreno y yo, quizá alguien más que no recuerdo.
Salí a parar la primera, que de un salto se adueñó del ruedo inclinado, cercado por un entramado de trancas en las que racimos humanos, se apeaban gritando y arrojando de todo.
No había burladeros; si uno quería "taparse", había de trepar algunas vigas y colgarse, pero sobrevenían las patadas del respetable.
La vaca se me arrancó con toda su fuerza, intenté aguantarle lo más posible y luego quise taparle la cara y equivocarla yéndome hacia atrás. Pero tropecé.
Y lo que claramente recuerdo de esa tarde, es cómo me volteó, me apaleó, me corneó y pateó doblándome sobre mí mismo sobre el empedrado terreno.
Y recuerdo entonces, la otra tarde, en Celaya, donde otro animal me prendió por la faja y me llevó de tercio a tercio, hasta estrellarme contra las tablas; me habrá cogido unas diez veces. Carlitos Mata, que iba de mozo de espadas, ya en el hotel me veía los moretones estallados bajo la piel y me decía "orita llaman, verás que te has ganado la novillada".
Y otra tarde de paliza, en Guanajuato, en el Rancho de mi amigo Gerardo Gutiérrez, cuando un vacón me estrelló en una roca gigante en el improvisado tentadero que de un corral usamos.
Y todas ellas, algunas de cuyas marcas no me desharé nunca, en nada se comparan sin embargo, a la metralla de estos días.
Vuelvo de ver Los Asesinos, de David Olguín y no puedo, sino sentirme de alguna forma, al centro de ese onírico espacio interior que es la guerra particular, de la que no hay escapatoria y que generalmente, terminará como en su obra, con un tiro en la cien. Y es que la muerte, se hace cada noche presente, ahí en su obra, en el desierto o en las carreteras y mil
veces, en las trincheras de lo inentendible. Y no obstante, aquí algunas letras desde el fondo del muelle de sacos atestados de plomo.
Y no obstante, aquí..; como quisiera que estuvieras aquí.


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Mil abrazos
¿Si no, dónde recogeríamos nuestros escombros?

José Alberto Gallardo
Teatro de la Brevedad
Director

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