viernes, 9 de septiembre de 2011

Pretextos para lo venidero




Éste, un hombre casi inmóvil. Que teclea sin cesar sobre una computadora.
Una sola cosa inquieta hoy a mis sentidos..: su ausencia, la ausencia de ellos; la casi total y completa ausencia de manifestación sensorial: No son ya mis oídos quienes como antes, percibían el rezago de tus alientos rezagados; ni mi piel, la que pudiera ahora guardar esos desdenes tuyos: ese medio toque o la disonancia de tu decidido desprendimiento de alguno de mis miembros; ya mi lengua no conserva el sabor de cuantos debieron ser los contornos de tu música, tocada al piano y sin embargo, empleada como para adentrarse a través de tu lengua en mi garganta. Ya queda poco para el olfato y su recordarte hecha del aroma de las aguas subterráneas y que en ciertas latitudes, expulsan sus vapores con la fuerza de los volcanes prehistóricos. Hoy, el devaneo está en la ausencia de sensaciones, en la escasez, en esa morbidez de lo consistente del organismo: la consciencia de su acontecer a través del tiempo mediante en efecto, esos sus sentidos con los que te has hecho. ¿A dónde es que te los llevaste todos? He llegado a imaginar que les conservas disecados, sobre las alambradas de tu campo de concentración particular, de tu Treblinka privado para tu íntima contemplación de lo que fue la conquista que de nuestra vida, llevó a cabo el desasosiego.
Tú, la desamparada. Tú, el animal dormido. Tú, la nacarillo invadida del antídoto para su propio veneno, o la coralillo adormecida por el suero de algún veneno extraído del cadáver del explorador seducido por la danza de una pitón.
Tú, no el reptil, tampoco la hiena o la especie de tarántula llena de colmillos en todas sus partes; sino que tú, la esfinge. Con garras retráctiles y hoy retraídas, con colmillos afilados y hoy apenas asomados entre los labios; con el medio cuerpo de pantera hambrienta y en celo y el pecho de águila y las alas no de halcón sino de demonio. Tú, ese ser con ojos de loba inmóvil, cuyas pupilas contraídas no se apartan un solo segundo de la amenaza.
Así que paso las horas provocando la mínima inquietud para los residuos de mis sentidos: muevo apenas los dedos, percibo apenas sus yemas contra las teclas y me invento una melodía nueva para simular la contracción, el desenfreno o el acalmbramiento de cualquiera de mis músculos. Y como no sé de música, y como carezco de un piano, y de tenerlo, no sabría qué hacer con él como no fueran trizas y fuego de él; más bien tecleo letras en esta computadora. Porque cuando han los sentidos sido arrebatados por una esfinge, de lo poco que queda por hacer mientras hace la muerte su trabajo; es formular enunciados como éstos que ahora seguramente lees; es permitirles el devaneo, a las necedades de la memoria que te evocan enjaulada.
Sí, tú, la prisionera. La criatura exótica que observar en el zoológico y a la que su alimento, le es arrojado desde dos o cuatro metros de altura, fresco, recién desollado, sangrante apenas.

Esa mujer que atraviesa la estancia dedicada a la espera.
Que lo hace de ida y vuelta y sin cesar, y que pasa por el sofá y que de él se desparrama, como una cascada que a pesar de nacer apenas, suele conllevar la fuerza de las cataratas del Mc Kinley –en su parte más alta-.
Porque ella más que vivir, espera un pretexto para hacerlo. El pretexto es generalmente telefónico, y por ello bien podría decirse que es esta estancia, la estancia del teléfono o de la espera. De lo postergado. Porque fuera de ella, no hay vigilancia alguna, más en este espacio, existe la persuasión: se mira a sí misma con persuasión, con constancia se recorre una y otra vez. Un vaivén de miradas, porque cada reflejo, sombra o destello sobre su piel, es igual a esa tenue variación de las escamas de la piel del camaleón. Ella, la mimética, la que preferiría adquirir para sí la textura de lo circundante antes que ser avistada por sí misma. 

continuará....

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