martes, 26 de julio de 2011

Apunte sobre la debilidad

Ese día, te hallarías sentado sobre lo que de ausencia, ha quedad como sillón para los atardeceres, ese sofá para la bioquímica y la cuántica inevitables, ese colchón para la recolección de armamento oxidado y artefactos de guerra en deshuso: piensa en un rifle semiautomático años 40's, piensa una artillería de morteros, dibuja a tu lado, en el posabrazos, una bayoneta para cuando se extinga el parque. Ahí esa tarde estarías o no, extraviado o sonriendo un poco al viento cristalino que generalmente, anticipa las lluvias que el verano debe a los huracanes y al cambio climático y su deshielo.
Ven, aunque te sobre el miedo y el deseo de hacer estallar uno o dos o tres cuerpos, porque por esos preceptos acerca de la vida humana o su dignidad, sé que no se despierta en ti el mínimo sobresalto: tu pulso, el reloj atado al mecanismo de la dinamita o de la glicerina de nitrógeno imbuída. Ven. Vienes. Te acercas. Y en tus ojos se advierte cómo es que no seremos de quienes nos dé por de la vida, celebrar sus inútiles esfuerzos por perpetuar el desastre. De haber estado tú en la oficina oval, habrías hecho cuanto necesario hubiese sido, para que los misiles atómicos hubieran recorrido el planeta. Más estarías ahí, tu culo desprovisto, tus huevos contraídos, la pestilencia en tus ingles -ya regresa esa fascinación por la repulsión-, tu lengua áspera y dispuesta a atorar el paso de la laringe o la tráquea. Estarías en ese sillón antesala, desde el que como en un cristal de Gesell, tu mundo puede ser observado, y ante el cual, esa náusea de Sartre o esa tristeza de Steiner, esa perseverancia inútil de Molloy y esa satisfacción de Malone al término de una vida, dedicada a Nada.
Nada.
Lo inaceptable
Lo reprobable
Lo injustificable
Nada.
Nada.
Has de verte muy pequeño sentado en ese sillón por las tardes, no han de alcanzar tus piecitos a rozar siquiera el piso, y el posabrazos como hombro inexistente, a la altura del oído, te desvaneces ahí, porque nada ha pasado y todo ha sido arrasado.
Nada.



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Mil abrazos
¿Si no, dónde recogeríamos nuestros escombros?

José Alberto Gallardo
Teatro de la Brevedad
Director

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