martes, 5 de julio de 2011

Tultepec

Tenexac, Tlaxcala

Al matador, al maestro Mariano Ramos, le gustaba -ignoro sí aún disfrute de ello-, ponernos a prueba a los torerillos que nos le acercábamos para aprenderle algo y para que ojalá, nos invitara a torear. 
Esa mañana, el matador volvió a "plantarme", y cuando le llamé del lugar de la cita, simplemente me dijo: "Llegas a Tultepec, y ahí preguntas por el rancho del doctor." Tultepec es inmenso, con una densidad demográfica que hace del lugar un involuntario laberinto.  No obstante, me aventuré, tomé un camión y luego una pesera y por una extraña suerte, di con el mencionado rancho. 
Se sorprendió el matador cuando me vio entrar, traía conmigo, mi inseparable lío, mi inseparable capote y el corto envuelto en él. 
"A vestirse, torero". Entramos a una de las recámaras, donde lucía impecable, su traje de charro rematado en piel el bordado y con abotonadura de oro. Yo me vestí a un ladito, con mi calzona ya cosida de varios cates, mis botos casi sin suelas, herencia de Isaac Huerta, la camisa, el chaleco de mi amado y añorado vestido de cruceta de oro -"como los que ya no hay", según "El Canario", a quien debo haber conocido este maravilloso universo del toreo-, un ancho listón por faja. 
Se trataba de un festival en la plaza de toros de Tultepec, a la que yo había acudido un año antes a torear animales toreados, una tarde en la que junto a "El Corzo", le sacamos las vueltas a un toro toreado, con cerca de 400 kgs.
En el cartel, hasta donde recuerdo: Rafaelillo, El Breco, Mariano Ramos y alguno más que no consigo atraer a la memoria. Cuadrillas de la Unión, picadores y banderilleros; entre ellos, los de confianza del maestro. El "Patas Verdes", como siempre y desde hacía años, de mozo de espadas.
Recién llegamos, el matador reunió a las cuadrillas y me echó uno de sus gritos característicos "¡Muchacho, venga pa´ acá!" "¿Matador?" Y con su absoluta e incuestionable autoridad, indicó a los de la Unión: "Aquí el torero va a banderillar a todos los toros". Los de plata, ese día enfundados en sus cortos, asintieron. No cabía yo del orgullo, aunque tampoco del miedo. Eran 4 novillos grandes, de Don Humberto de la Peña, que habrían de promediar unos 400 kgs. No obstante, y por alguna razón, acaso la sonrisa que advertí en el matador, su confianza, su generosidad; me sentí torero esa tarde y sin pensarlo, al cambiarse el tercio del primero de la tarde, ya estaba yo con las banderillas en la mano derecha. Me gustaba un gestito: dibujaba una cruz con ellas en la arena y luego, como había visto hacer cientos de veces a los banderilleros, les untaba saliva a los arpones. 
"Pedrín" simplemente me dijo "A echarle cojones, yo estoy atrás"
Y así, echándole todos los cojones y alegría posibles, puse 12 pares de banderillas. En el último, el novillo del matador hizo hilo por mí y me estrelló contra la barrera de concreto; de inmediato la rodilla derecha se me inflamó, no le presté mayor atención, porque supuse que al matador le enojaría mucho que descompusiera a su novillo.
Mariano Ramos, uno de los mejores toreros de la Historia, comenzó a bordar a su novillo, primero andándole, luego pudiéndole y finalmente, corriéndole la mano a placer, larguísimo, con la cadencia que sólo los maestros consiguen imprimir a esa tela roja tensada en un palillo.
Le habría dado ya unas cinco o seis tandas, la plaza se caía y el ruedo estaba lleno de sombreros y prendas. 
Entonces, ocurrió aquello que guardo en la memoria como uno de mis tesoros, de ésos de los que suele echar mano uno, en las horas más bajas, acaso una como la que atravieso con estas letras:
El matador plegó su muleta y volteó hacia donde estaba yo, me miró con profundidad y esbozando esa sonrisa sarcástica que tanto denotaba de su sabiduría, me gritó: "¡Muchacho, ¿traes muleta?!"
Yo por supuesto, no traía, pues el matador me había invitado a banderillear y sólo traía mi capotito.
Pero el "Patas Verdes", sapiente de esto más que el Duque de Veragua, contestó por mí al tiempo que me arrojaba una de las muletas del matador "¡Sí trae matador!"
Me armé y le pegué una tanda, sólo una tanda a un novillo extraordinario. Fueron tres derechazos y el de pecho ya un poco apretado, pero sentido. Fui feliz durante los segundos que aquellos cuatro pases duraron, me di incluso el lujo de levantar la mirada al tendido y recibir los aplausos de quienes ya se hallaban extasiados por la faena del maestro.
"Gracias matador", debí decirle al tiempo que volvía a la barrera. El matador sonrió "Venga muchacho"
Me tapé feliz, recuerdo todavía al "Patas Verdes" recogiendo la muleta de mis manos y diciéndome "Enhorabuena torero"
El matador terminaría cortándole el rabo a ese extraordinario novillo.
Yo no me despegaba del maestro, orgulloso, quería que incluso quienes no habían presenciado el festival, supieran que ese día, él, Mariano Ramos, me había dado uno de los regalos más maravillosos que he recibido en mi vida. Transcurrió luego la comida, el matador bebió feliz, yo únicamente estuve sentado, con el corto puesto, viendo como mi rodilla crecía -cuando nos desvestimos, tuve que cortar la calzona porque no me salía por lo hinchado de la rodilla-.
Ya de regreso, el matador venía flamenco, feliz, cantando todo el repertorio de José José. Nos detuvimos todavía en un puesto de tacos.
Y ya llegando al departamento que compartía con su mujer de entonces, en la Colonia del Valle, en Avenida Coyoacán, el matador volteó a verme al asiento trasero de su suburban azul en la que viajábamos: "Oye torero, si tú quisieras, podrías ser figura del toreo. Hoy has estado muy bien. Pero para serlo, tienes que mandar a la chingada a todos: a tu familia, a tus amigos, a mí y a ti mismo"

Esa frase, jamás ha dejado de resonar en mi memoria.

Como tampoco, el enorme cariño y agradecimiento que le guardo a ese torero extraordinario, a ese ser humano sin par, que todavía torea y se llama Mariano Ramos.

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